Hoy se ha muerto mi mejor amigo

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He pasado por un montón de estados de ánimo.

Cuando me he enterado de la noticia, largamente esperada, sólo sentía afecto, enorme afecto, toneladas de afecto. He fotografiado un dibujo suyo que tengo enmarcado junto a mi mesa de despacho, y se lo he mandado a uno de sus hermanos y a las tres amigas comunes que más cerca han estado de él mientras se derrumbaba. Les explicaba que el anverso del dibujo es una carta, era una carta. Me la envió desde Nueva York cuando tenía dieciocho años. Un dibujo tan magnífico, y él había tenido los cojones de escribir por detrás para mandármelo por correo. Sólo me ha respondido Judith, y para ella, en su honor, he fotografiado otro dibujo, este a lápiz, de los muchos que había hecho Fernando Camarero durante su estancia en hospitales diversos. Le compré uno, sólo uno; comprarle dibujos fue siempre una tradición entre nosotros. En él se ve a un hombre de hombros anchos, con el torso descubierto mirando por la ventana de una sala en la que hay tubos, sillas y dos camas ortopédicas. El dibujo que tengo enmarcado en mi despacho es muy diferente: necesitaría un montón de folios para describirlo y no voy a hacerlo, pero en el mismo se nota que lo ha hecho un artista de dieciocho años. En el otro -en el del hombre de espaldas mirando por la ventana- también es evidente la edad de la mano que ha trazado las líneas. Ninguno es realmente mejor que el otro, son demasiado diferentes. Uno abre y otro cierra la historia de una vida entera.

En infinitas ocasiones a lo largo del día me han venido a la cabeza frases suyas, momentos comunes… tantos.

Cuando he bajado al supermercado, y mientras esperaba en la cola de la carnicería, los nervios me han fallado levemente, aunque sin llegar a ningún ataque de pánico.

Luego he estado más bien tranquilo, caminando hacia la calle Narváez para comprarme un helado en Sienna que me sirviera de cena. Y desde ahí al Canoe. Fer estaba conmigo todo el tiempo, en mi cabeza, pero yo me sentía normal: simplemente su espíritu me acompañaba.

Ya por la noche, después de nadar, conduciendo por las autopistas urbanas y escuchando música he decidido que en realidad no estaba muerto, que para mí no estaba muerto, seguía pudiendo hablar -dentro de mi cabeza- con él cada vez que me diera la gana, y todo lo que habíamos pasado juntos, vivido, perdido, e incluso olvidado, seguía ahí para que yo lo visitará reconstruyera o reinventara cuando quisiera.

Y un rato después al llegar a casa… nada, no sentía nada. Me daba un ardite que mi mejor amigo se hubiera muerto o estuviese en República Dominicana bailando sardanas con una mulata. Nada.

Ninguno de los cuatro estados de ánimo anteriores tiene mayor importancia o peso que los otros, pero entre los cuatro forman una línea que encierra casi todos los sentimientos que hoy me han pasado por el cuerpo y por el alma, después de recibir un guasap en el que me decían que Fer se había ido, «ya se ha ido» eran las palabras literales. Mi mejor amigo, aunque llevara casi catorce años sin frecuentarlo, había muerto. Es una noticia impresionante, para mí impresionante. Sólo a él llamo entre cuantos he conocido: mi mejor amigo. Hoy es un día irrepetible, único en mi propia y pequeña historia. Y estoy escribiendo sobre este día, del mismo modo que Fernando Camarero, Fer, Fernando Tizón, dibujaba o pintaba. Por que sé hacerlo y por que me gusta hacerlo.

Y ahora voy a elegir pensar que sus dibujos, y el recuerdo que tenemos de él quienes lo conocimos, estará en el mundo de los vivos aún mucho tiempo. Un artista sabe siempre si es un inmortal o desaparecerá por completo después de muerto. Y nosotros, él y yo, Fernando Camarero y Javier Puebla, sabíamos. Perfectamente sabíamos.

(Mecanografía Ángel Arteaga)

1 COMENTARIO

  1. La muerte de un artista es la culminación de su obra, de su drama y de su comedia. El ahora vive en sus pinturas, en su abstracción y en su figuración, dándoles y dándose el sentido final que persiguió en cada uno de sus lienzos. Javier, siento que se te haya muerto como del rayo tu mejor amigo.

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