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Honduras, una larga agonía tras las elecciones

La OEA pide que se convoquen nuevas elecciones, mientras que el gobierno hondureño se niega aduciendo que no admitirá “injerencias”

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análisis

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Un país paralizado.Casi una veintena de muertos. Dos candidatos que se otorgan la victoria sin aceptar la perspectiva de un acuerdo para resolver el embrollo. Un Tribunal Supremo Electoral (TSE) que pasó de otorgar la victoria al candidato opositor, Salvador Nasralla, al candidato-presidente Juan Orlando Hernández en medio de un supuesto (¿?) apagón informático.Las sospechas de un fraude electoral descomunal gravitan desde ese día, como una oscura sombra, sobre todo el proceso y siembran de dudas razonables a los resultados presentados por las autoridades electorales hondureñas.

Y como guinda final de la tarta, la misión electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA) ha pedido la repetición de las elecciones, algo a lo que se opone frontalmente el gobernante y ganador en las urnas: Partido Nacional. Los partidarios del presidente Orlando no quieren ni oír hablar de unas nuevas elecciones y no están dispuestos a aceptar “injerencias” externas. El fantasma de la crisis de 2009, cuando se produjo la abrupta salida del presidente Mel Zelaya del poder, planea sobre Tegucigalpa. Zelaya, nuevamente, vuelve a ser protagonista de esta nueva crisis ocho años después.

La coalición inicialmente ganadora, Alianza, es un grupo nacido tras la crisis del Partido Liberal en el año 2009, en que un sector de esta formación se escindió apoyando al depuesto presidente Mel Zelaya y en que otro, el mayoritario, siguió en las filas de la formación que hasta ahora se había alternado en el poder con los nacionales durante más de un siglo. Zelaya, precisamente, fue el fundador de una de las formaciones que componen la Alianza –Libre- y su gestión como presidente estuvo plagada de boutades y vulgares meteduras de pata, tanto en su política interior como exterior. Su acercamiento a los regímenes de la Cuba de Castro, la Venezuela de Hugo Chávez e incluso Irán, por citar tan sólo algunos de sus principales socios en la escena internacional, llevaron al país a un aislamiento internacional desconocido en la historia de la nación. Tanto los Estados Unidos, como la Unión Europea y las principales naciones democráticas del continente, dieron la espalda a Zelaya y vieron con alivio cuando fue depuesto en el año 2009, haciendo la vista gorda a la forma abrupta en que fue sacado de la escena política. Se había convertido en un personaje bufonesco, grotesco e incómodo para todos.

Hoy, sin embargo, Zelaya ha mostrado su fuerza y músculo político en las urnas, polarizando al país entre sus partidarios y sus detractores. Nada más conocerse los resultados que les “robaban” su supuesta victoria y la de su candidato, Nasralla, miles de ellos se echaron las calles sembrando el caos y el desorden. La paz social se rompía abruptamente en Honduras, la fiesta democrática se diluyó en una calma chicha que dura hasta hoy.

Pero antes de pasar a analizar lo que ha ocurrido en estos días, envueltos en la crispación, la violencia y la incertidumbre, conviene recordar qué es lo que realmente ha pasado. Después del cierre de las urnas el 26 de noviembre los reportes iniciales daban a Nasralla con una ventaja de cinco porcentuales, habiéndose escrutado el 58% de los votos y tras haber esperado más de diez horas a que se ofrecieran los primeros resultados en una larga noche de tensión y primeros atisbos de violencia. “Ese era el panorama cuando sobrevino, el miércoles pasado, una caída del sistema que obligó a interrumpir por varias horas el escrutinio. Caldo de cultivo obvio y comprensible para las conjeturas, que aumentaron al saberse que el presidente Hernández encabezaba la carrera presidencial cuando terminó el apagón informático”, explicaba muy gráficamente en un editorial el periódico colombiano El Tiempo.

Por ahora, Nasralla ha tomado la iniciativa y se ha presentado en Washington en la misma sede de la OEA para demostrar el “robo electoral” perpetrado, supuestamente, por las autoridades hondureñas. Ya ha sido recibido por el secretario general de esta organización, Luis Almagro, y hasta la administración norteamericana tiene serias dudas acerca del proceso ahora en el punto de mira. Según el experto electoral y expresidente del TSE Augusto Aguilar, en más de 90 observaciones electorales que ha realizado en América Latina, nunca ha visto revertirse una tendencia de cinco puntos con más de 50% de actas contabilizadas. Por eso opina “que 5.179 actas entraron en forma irregular durante las interrupciones, las que por arte de magia dieron la victoria al candidato del gobierno”, señalaba este observador del proceso al diario El Tiempo.

 

TENUE PRESIÓN NORTEAMERICANA

La embajada de los Estados Unidos en Tegucigalpa ya había advertido durante las largas horas del recuento de votos que era necesaria “una determinación transparente” en el resultado de los comicios al concluir un recuento especial. Los Estados Unidos es el principal aliado, socio comercial y sustento, a través de las remesas, de Honduras en la región centroamericana. Pero nada parece indicar que las presiones norteamericanas vayan  a ir más allá de las andanadas retóricas y las declaraciones formales.

La crisis hondureña a raíz del controvertido proceso electoral, en el que el TSE actuó, desde luego, de una forma negligente, lenta y dominada por un equipo de magistrados ineptos nada comunicativos, ocurre en un momento de cierta desconfianza de la sociedad hondureña hacia la forma y los modos cómo ejerce el poder el presidente Orlando Hernández. La democracia hondureña ha visto como el sistema de frenos y contrapesos en el país se ha ido resquebrajando y alterando en los últimos tiempos. El oficialismo controla el poder judicial, tiene mayoría simple en el legislativo, nombra a los magistrados del denostado TSE y domina el ejecutivo. Además, Orlando cambió la Constitución utilizando una serie de mecanismos de dudosa legalidad para poder reelegirse contraviniendo las normas pétreas que regían en el ordenamiento constitucional hondureño desde hace décadas en el sentido de impedir la perpetuación en el poder. ¿Acaso no fue ese el motivo -la aspiración reeleccionista de Zelaya- que llevó a la crisis de 2009?

Así las cosas, y de aquí hasta el 27 de enero, en que el nuevo presidente reelegido comenzará su nuevo mandato en una ceremonia oficial, nada hace presagiar que las dos partes en conflicto vayan a dar paso a una tregua por las fiestas navideñas. Mas bien lo contrario: el candidato derrotado oficialmente, Nasralla, está dando la batalla en la escena internacional para que se le reconozca su victoria, mientras que el oficialismo se atrinchera en su búnker para evitar que las organizaciones internacionales intenten forzar otras nuevas elecciones. Las espadas están en alto, quizá la crisis hondureña apenas acaba de comenzar. Veremos qué pasa en las próximas semanas.

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