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Heterodoxias del feminismo

Recorrido histórico por los logros de algunas mujeres que lograron el empoderamiento del movimiento feminista en España

Juan-Carlos Arias
Juan-Carlos Arias
Agencia Andalucía Viva. Escritor
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análisis

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La guasa sevillana crea ‘palabros’ gráficos, elocuentes. Uno es ‘hartible’. En suma, es el hartazgo popular que sufrimos de políticos y ‘lideresas’ del concepto de feminismo. En su nombre algunas y algunos conducen la lucha de las mujeres por sus carencias. Aún las sufren en la España del siglo XXI. Otras mujeres no vindican eso, sólo tiene orgullo femenino. No militan, ni son más mediáticas que efectivas. Ni pivotan sobre sobre dogmas que crearon nóminas, despachos, observatorios, estudios ‘de género’ y esos ganapanes que se instrumentaron para paliar esa ‘alarma social’ que magnifica la denominada ‘violencia de género’ cuando quedan impunes miles de agresiones, acosos y abusos a las mujeres en nuestros juzgados.

La justa reivindicación de mujeres por ganar menos a igual trabajo, desigualdad, acoso, maltrato y violencia doméstica tiene historia en nuestro estado. María de Echarri, Teresa Claramunt y Dolors Monserdá son algunas pioneras. En 1918 germina la Asociación Nacional de Mujeres Españolas. Ahí confluyen coraje y talento con María Espinosa, Benita Asas, Clara Campoamor o Victoria Kent. Ese colectivo reivindica a las mujeres profesionales en una España donde el hombre manda, lo domina todo, hasta las decisiones femeninas. La periodista Carmen de Burgos, en 1921, organiza la primera marcha pro sufragio femenino al frente de la Cruzada de Mujeres que impulsó.

Es la jurista Clara Campoamor la que logra -con su tenacidad, verbo y escritos subyugantes pro igualdad- que las españolas voten por primera vez en 1933. La Historia la maltrató por no militar en partido político que sobreviviera al franquismo. Fue más generosa, la historia, con Victoria Kent y Margarita Nelken (socialistas), Dolores Ibárruri (PCE) y Federica Montseny (CNT). Ellas se opusieron al voto femenino. Lo sacó adelante el tesón de Doña Clara. Falleció exiliada tras dirigir un reputado bufete en Lausana. Paradoja: Suiza fue el último país europeo en conceder el voto a las mujeres. Ocurrió en 1971, tras muchas décadas de la entonces vanguardista España.

La lucha de las mujeres españolas, tras morir Franco en 1975, no fue más feminista que durante la dictadura. Es imperativo, justo y de dignidad patria aplaudir y agradecer la valerosa lucha de esposas, viudas y madres solteras por trabajar, brillar en la oscuridad del machismo, sacar adelante a su prole con ínfimos medios. El impagado trabajo de la mujer en el hogar, en trabajos donde eran minoría, parir en el lecho matrimonial sin bajas que cobrar y alentar talentos, valores y estudios y/o trabajo de hijos e hijas se luchó en el anonimato. La mujer-héroe de la que hablamos no es la ‘feminista’ del siglo XXI según cánones que el firmante conoció de cerca. Esa lucha se premió en silencio. Aplausos y abrazos de gratitud lo tributaron parejas, hijos y nietos en el hogar.

La lucha de las mujeres españolas tras morir Franco en 1975 no fue más feminista que durante la dictadura

El ‘trending’ o tendencia positiva del feminismo actual puede confundir a esa mayoría de mujeres, de cualquier edad y condición, que en realidad las acotan y diseccionan expertos en nichos electorales. Nos explicamos. La mayoría social de mujeres en España no pasa de largo para políticos, economistas, expertos del marketing y sociólogos. Consideran a las adolescentes, jóvenes y adultas objetivo esencial. El voto logrado por Campoamor para sus compañeras de sexo es platino. El PP sabe ahora su valor: perdió -por soberbia- ese voto en favor de Ciudadanos, PSOE y Podemos.

Las mujeres además son doctas en administrarse, salvo excepciones consumistas que abarrotan armarios con lo innecesario. Deciden sus compras, para hijos/as, familiares y pareja. Igualmente, son fructíferas ‘influencers’ privadas. Si algo les gusta, divierte, emociona o complace lo recomiendan a quienes merecen su confianza. Un ejemplo: el nulo presupuesto publicitario del buen profesional de la ginecología. El boca a boca llena, o vacía, consultas privadas. Antonio Gala, excelso escritor y dramaturgo, jamás obvió que escribe por y para mujeres, sus más fieles lectoras. Las que más le recomiendan. Tener, pues, lejos a las mujeres o no aceptar su mayoría e influencia es craso y grave error.

Muchos expertos que pontifican sobre el feminismo ‘oficial’, en el que debemos pensar todos y todas, obvian que el pensamiento femenino cambió las últimas décadas. Para bien y para mal. Fuman, beben alcohol y consumen más estupefacientes que los hombres en términos estadísticos. Sus hábitos son otros. También, son más mujeres las que superan pruebas selectivas para empleos públicos, trabajan más y mejor. Dominan con su presencia en sectores como la sanidad, la educación, el derecho o el sector servicios.

Los nuevos formatos de familia alejaron a las mujeres del altar o la boda. Las mujeres deciden ser madres con más edad y aplaudieron la Ley 30/81 que reguló, por segunda vez en España, el divorcio. El maltrato, esclavismo, sumisión y ninguneo de la mujer en la esfera del matrimonio quedó atrás aunque subsiste una ‘violencia machista’ o ‘de género’ que nació de las cenizas del patriarcalismo hispano, el que nadie defiende ya.

Llamativa y paradójicamente, nadie lucha contra el maltrato económico que sufren las mujeres tras romperse la pareja en detrimento de los hijos surgidos de la relación. Nuestro sistema legal no combate, y así se eternizan en juzgados, a falsos insolventes, manipuladores de nóminas, indigentes ‘sobrevenidos’ y tramposos que no pagan pensiones alimenticias a seres inocentes. Nadie explica el porqué del problema, pero tendría que ver con el negocio del derecho instalado sobre el divorcio.

No hablamos de algo baladí, España lidera el registro europeo de divorcios. Y la Iglesia acusa el descenso de bodas canónicas, acrecentándose tímidamente el de personas del mismo sexo. Esta realidad se oculta tanto como datos de violencia de género en los que crece, año tras año, el número de víctimas y criminales extranjeros residentes en suelo español. O la inquietante impunidad de pederastas, agresiones y abusos sexuales sobre la mujer. Digamos que esto no toca pues no vende, ni da votos, ni nadie gana nada.

El empoderamiento de la mujer española en el siglo XXI es una realidad que exige una coherencia, no cuotas impuestas desde frías normas. Quien vale está donde debe, no importa sexo. Los avances de la mujer trabajadora estrecharon la brecha laboral que lamentablemente hasta la administración sustenta, aunque es más sutil en pymes y multinacionales. La incorporación de la mujer a cualquier trabajo con la debida cualificación es una feliz realidad. El actual gobierno de Pedro Sánchez tiene aplastante mayoría femenina, sólo los más ‘antiguos’ no celebran tal hecho.

El problema que desliza tanta reiteración del feminismo en los momentos actuales es que acabará convertido en una marca más que asocia fines nobles. Pero los beneficios son para una minoría que hace su agosto. A feministas coherentes como Lidia Falcón o Cristina Almeida, por ejemplo, no les conocemos declaraciones que ridiculizan y critican al hombre para justificar su lucha feminista. Reclamar la igualdad va más allá de esa etiqueta. La retórica del feminismo y sus líderes más mediáticas habría cruzado esa línea roja que separa duras críticas al machismo ibérico y bascula sobre un atribuido comportamiento que se sugiere del maltratador que hereda lo patriarcal, lo rancio, homófobo y misógino; así, todo de golpe. Se ponderan los defectos del hombre bajo condenas anticipadas de conductas inapropiadas social y penalmente.

Hoy por hoy hacer lo contrario, es decir, alguien que critique a las feministas más significadas usando argumentos ‘políticamente incorrectos’ acorde a dogmas actuales conduce a un infierno donde lo mejor es morir abrasado. Quien osa disentir del ‘pensamiento único’ que se instaló en el núcleo duro del feminismo tiene los días contados en determinados ambientes donde se palpa que feminismo y lucha en pro de las mujeres aloja más que matices. Por tanto, ésta la parte modesta y legítimamente heterodoxa del feminismo que hoy hace gala para rotular esta publicación que sirve para ilustrar y documentar la realidad más palpitante de las mujeres.

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