Dice el refranero popular que hecha la ley, hecha la trampa, y si bien se cree que es algo autóctono y relativamente moderno, en realidad proviene del latín, inventa lege, inventa fraude, la cuestión es que en Argentina, en el siglo XXI, se perfeccionó de manera notoria.

Esta frase entraña en sí misma un fuerte cuestionamiento a la organización de la sociedad, puesto que al mismo momento en que acuerda reglas del juego en común para poder subsistir como tal, engendra normas alternativas e ilegales en contrario para evadir las reglas acordadas y poner en juego la propia supervivencia de la sociedad.

Un claro ejemplo de esto, en Argentina, es la cuestión de las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) establecidas por la ley 26.571, que estipula que todos aquellos partidos políticos que quieran participar de los comicios deben participar inicialmente de esta suerte de primarias para resolver la conformación de sus listas de candidatos.

En aquel lejano 2009 nos oponíamos a esta propuesta, entre otras cuestiones, porque entendíamos que los partidos políticos debían tener la potestad de decidir internamente, tan sólo con la participación de sus afiliados, quiénes representarían mejor sus ideas. Y además porque quienes se presentaban como los adláteres de la transparencia y la participación política eran los mismos que habían hecho uso y abuso de la ley electoral para beneficio propio, y como ejemplo tan sólo basta con recordar lo ocurrido en la elección presidencial de 2003, dónde el peronismo, que por cierto no es muy afecto a dirimir sus diferencias internas de manera democrática, presentó tres candidaturas. Pero en aquella época la debilidad de los partidos políticos era notoria, y esta ley que se decía serviría para fortalecerlos con la participación ciudadana los condenó a muerte.

Hoy Argentina no tiene una democracia de partidos, aunque el artículo 38 de la Constitución Nacional indique que ‘Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático’, sino que se reemplazó por una democracia de candidatos que dicen representar a partidos políticos.

Así entonces un candidato puede representar a diferentes partidos políticos en diferentes elecciones y sin pudor presentarse como mandatario de proyectos que, al menos en sus postulados básicos, sean incompatibles entre sí. Lejos quedaron los tiempos en que los partidos debatían internamente quién era el mejor candidato que podían ofrecer a la ciudadanía para defender sus ideales y los postulados de su Plataforma Política, hoy no existen las plataformas políticas y el camino se invirtió y los partidos, porque pese a todo la única vía permitida para presentar una candidatura electoral es a través de los partidos políticos, deciden sus candidatos en función de quién es mejor recibido por la ciudadanía. Quien mejor aparece posicionado en las encuestas. Y en una verdadera ruleta electoral se ponen en juego las diversas candidaturas en debate, y da lo mismo ser candidato a diputado o senador, y entonces se evalúa la candidatura a que cargo genera más votos, o si presentarse por el distrito donde se nació o dónde se tiene fijado el domicilio… y las ideas y el debate político brillan por su ausencia.

Por lo tanto es compleja la construcción de consensos para la implementación de políticas de Estado, puesto que lo que caracteriza a los ‘proyectos’ no son las ideas que se pregonan y defienden sino la elegibilidad de quien encabeza una boleta electoral. Así pues las proclamadas políticas de Estado no son más que acuerdos dirigenciales que tienen la vida útil de los propios impulsores, que no es poca puesto que la renovación de candidatos es sumamente limitada, pero que no trasciende ni convence a otros ciudadanos puesto que estos ciudadanos ya no debaten proyectos sino tan sólo candidaturas.

Y por si fuera poco, y lamentablemente el tiempo nos ha dado la razón. Quienes eran los campeones de la transparencia política y la participación ciudadana dinamitan toda lógica de funcionamiento colectivo en pos de sus intereses personales. Primero lo hicieron con la presentación de candidaturas virtuales o testimoniales, ubicando en las boletas electorales a ciudadanos que nunca tuvieron intenciones de asumir la responsabilidad de cumplir con el deber cívico de representar a la ciudadanía sino que era una mera acción de marketing político con la que se procuraba vender un producto, pero con una deslealtad desmedida, luego de la venta ni siquiera se lo entregaba.

Uno creía que no había forma de superar semejante ejemplo de trampa legal, pero el peronismo es capaz de eso y mucho más.

Según las crónicas periodísticas muchos (y muchas) dirigentes (¿dirigentas?) peronistas han decidido que el peronismo no forme parte de las elecciones, ni siquiera como parte de un frente electoral. Los mismos que hablaban de la importancia de la participación ciudadana en las PASO para fortalecer los partidos políticos los vacían de contenido y apelan a la acumulación de ‘sellos de goma’ para evitar someterse al dictamen de las urnas. En lugar de participar de elecciones internas que fortalezcan partidos políticos o incluso coaliciones de partidos que den sustentabilidad y previsibilidad al sistema político eligen privilegiar mezquinos intereses personales. La ex Presidente Cristina Fernández es su mayor exponente.

El tiempo pone las cosas en su lugar y como dijo Abraham Lincoln, ‘se puede mentir a pocos mucho tiempo o se puede mentir a muchos poco tiempo, pero no se puede mentir a todos todo el tiempo’, las urnas demostrarán cuanta aplicabilidad tiene esta frase en Argentina… todo indica que mucha, y ojalá así sea, puesto que si como sociedad elegimos a tramposos, mal futuro nos espera.

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