He visto políticos muy subvencionados, con un rictus muy duro de prepotencia, sin apenas un atisbo de amabilidad metafórica en el rostro. Seres encantados de haberse conocido, habituados al baño de masas y a las proclamas subrayadas de amarillo para enardecer al personal. Personajes fríos, paralizados en la distancia corta; porque en ese ámbito, sin luces ni testigos, muchos se desenvuelven con no serias dificultades. Pequeñas personalidades, envueltas en halos de un peloteo muy empalagoso, donde la seudorealidad dibujada es un círculo constante y muy vicioso.

He visto cargazos que condimentan su vida con cinismo, a tal punto que ya no saben bien si son la persona o el personaje que han creado de si mismos. Dicen lo que no hacen y hacen lo que no dicen, con ese viceversa, en modo obsceno y reversible, haciendo equilibrios para salvar sus inseguridades más profundas. Hueros por dentro, sin esencias destacables, abonados a una existencia muy conservadora a la que no quieren renunciar.

He visto miradas durísimas, reventonas de sectarismo y ego, moverse en el lenguaje tergiversado de la astucia. Ojos desnudos ante un lenguaje no verbal que siempre les compromete; sonrisas de plástico que duran, por falsas, mucho más de lo preciso. Clasistas en modo muy radical, cuya soberbia se les desmanda con los más débiles. Tribu con un carácter, de escondite y guarida, porque saben en su yo más profundo que están obrando mal.

He visto a títeres del mangoneo, profesionales del engaño, usurpadores de la tranquilidad ajena, muñecos del círculo mediático en el que habitan, apasionados de su ego inconfundible en cuyas fotos siempre se retratan a si mismos. Mala gente, en definitiva, para lo público y social. Personas muy superficiales, infladas de humo y vanagloria, husmeando de constante cuál puede ser el lugar más seguro para su futura ocupación. Deshumanizados, repletos de inquina y odio, mandones por cojones, revestidos de demócratas. Mala gente. Gente tóxica.

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