Unión Europea

El 24 de junio de 2016 Europa se levantaba sobresaltada e intranquila: Reino Unido habían dado la espalda a la UE y había decidido dejarla. Aunque las encuestas dieron siempre estimaciones muy ajustadas entre las dos alternativas, el triunfo del Brexit fue una sorpresa y una mala noticia más en la dinámica que evidenciaba que la UE hacía aguas en todos los órdenes: la crisis económica estaba erosionando la legitimidad del proyecto de integración y las políticas de austeridad que, lejos de alcanzar los resultados estimados, ahondaban en una desigualdad desconocida en el continente. Mientras, en el orden internacional, la UE se veía, por primera vez, cuestionada por su gran aliado estratégico, EE.UU., y orillada en los grandes desafíos globales. La gestión de la crisis migratoria era y es un desastre sin paliativos que puso de manifiesto la insolidaridad de algunos gobiernos, la racanería de las instituciones y la renuncia miserable a los principios de los derechos humanos. Por último, se abría un ciclo electoral con las legislativas en los Países Bajos que pintaba bastos, pues los resultados podían suponer un golpe irreversible al proyecto europeo si se cumplían amenazas como la victoria de Marine Le Pen en los comicios franceses.

Un año después, aún lejos de un análisis optimista, la situación no parece tan desesperada. El ciclo electoral ha puesto límites a los partidos de extrema derecha, si bien ha evidenciado que Europa vive un momento generalizado de recomposición de los sistemas de partidos. Por otra parte, la reaccionaria presidencia de Trump ha optado por dejar pasar un poco más de tiempo para definirse en su relación con la UE. Parece que, aunque no se recuperará la sintonía mantenida con Obama, se limitará sensiblemente la hostilidad prevista al menos en el espacio público. Las propias torpezas del depredador ecológico y social que gobierna los Estados Unidos han enfriado la perspectiva de situarle como un aliado por parte de quienes buscaban hurgar en las heridas de la división interna en la UE: la fría acogida a Theresa May en la Casa Blanca o la indiscreción de los servicios de información estadounidenses, filtrando a los medios la identidad del terrorista responsable del atentado en Manchester, dan muestra de lo que cabe esperar del gobierno Trump.

La situación económica sigue en un nivel átono, nadie está en condiciones de asegurar que no volverán la crisis y la recesión. Los datos parecen dar un respiro de alivio y ayudan a extender la idea de que lo peor ha pasado. Una percepción psicológica menos pesimista funciona como dato en economía y se traduce en una sensación de mejoría que, sin embargo, no se corresponde con las cifras objetivas que siguen dando cuenta de una situación grave y de emergencia en lo social. No deja de ser significativo que en España haya pasado casi inadvertido que el rescate bancario ha costado 60.600 millones de euros a las arcas públicas. Y todos tan tranquilos.

Las preocupaciones relacionadas con el Brexit también han cambiado de orilla. Reino Unido está sumido en la inestabilidad. Se han modificado profundamente la correlación de fuerzas internas y las perspectivas mismas de negociación en relación con el proyecto de salida. Hace unos meses, Theresa May, en una decisión que sonaba a jugada maestra, convocó elecciones. Si todo salía según lo previsto, la primera ministra reafirmaría su poder interno dentro del Partido Conservador y anularía durante años al Partido Laborista, al que las encuestas decían pillar con el pie cambiado en un escenario semejante, inmerso además en una teórica crisis de liderazgo. May contaba con fortalecer así su posición negociadora frente a la UE, a la que amenazó explícitamente durante la campaña electoral. Hoy todo el mundo da por descontado que la actual primera ministra es un personaje efímero, que habrá elecciones en un año y que, probablemente, las ganará Jeremy Corbyn. Que el partido de matones (la UKIP) que protagonizó la rebelión contra el establishment ha quedado reducido a escombros. Y del Brexit, mejor no hablar.

La UE ha mostrado dos cosas importantes en el proceso negociador con Reino Unido: profesionalidad y una sorprendente unanimidad. Como ejemplo, el hecho de que las Guidelines o líneas maestras para la negociación fuesen aprobadas por el Consejo Europeo el pasado 29 de abril en menos de media hora. O que los esfuerzos iniciales de Theresa May por dividir a la UE se tornarán en un sorprendente fracaso. Incluso sus intentos de retomar la iniciativa, mostrando una voluntad de aproximación, se ven ahora limitados en su alcance porque se percibe que May sólo juega con cartas perdedoras. La misma propuesta presentada el pasado lunes sobre el reconocimiento de derechos a los/as ciudadanos/as de la UE con más de cinco años de residencia acreditada es claramente insuficiente, llena de lagunas y de eventuales trampas jurídicas y legales, pero no deja de ser una iniciativa que hubiese sido considerada aceptable o una buena base para empezar a negociar hace solo unos meses. El propio Corbyn ha dado el tono de las respuestas a May declarando inaceptable la propuesta y denunciando que los conservadores toman como rehenes en el proceso negociador a los tres millones de ciudadanos de la UE residentes en el Reino Unido.

Otros datos indican que todas las puertas permanecen abiertas en Reino Unido. Entre ellos, las dos razones relevantes que explican la victoria política del Partido Laborista y de Corbyn en las legislativas. La primera, la prioridad por el empleo y por la debacle social producida en los servicios públicos por las políticas conservadoras. Frente al deseo de desplazar hacia una identidad difusa el tema del Brexit, Corbyn ha reconectado la política con los problemas más concretos de la gente. El programa electoral del Partido Laborista proponía una negociación sobre el Brexit que resultaba, una vez analizada, una abierta invitación a la no salida de la UE. Y la segunda, que Corbyn ha arrasado entre los jóvenes de 18-24 años (el 58% de los votos en esta cohorte de edad). En términos demográficos, la parte de la población más abiertamente pro-remain. El líder laborista fue aclamado como un héroe el pasado fin de semana en el festival de Glastonbury, uno de los más masivos, populares y juveniles del Reino Unido. Su actuación durante el fatal incendio de la Torre Grenfell fue muy considerada frente a la ausencia de empatía que mostró la primera ministra.

Todo lo anterior nos lleva al menos a considerar tres conclusiones iniciales. Para empezar, como he señalado otras veces, que quienes habían construido un discurso político de brocha gorda alrededor de la implosión de la UE o del euro, se equivocaban. Subestimaban los efectos del proceso de europeización y las inercias europeas, y subestimaban tanto las apuestas de las élites políticas y económicas europeas en relación con la continuación de la UE, como a las intuiciones de una mayoría dentro de los sectores populares que reniegan de la Europa neoliberal, pero no de las oportunidades que ofrece el proceso de integración. En segundo lugar, la UE ya es un factor que configura y construye el espacio político público dentro de nuestros estados, de manera que tener una propuesta para Europa es una exigencia imprescindible. Y esa propuesta debe ignorar los caminos trillados de la crisis del capitalismo y de la condición neoliberal de la UE. Tampoco sirven los eslóganes de baratillo que amenizan las cervezas en los bares donde se cocina la revolución, pero que no modifican ni un milímetro la correlación de fuerzas políticas ni en el estado, ni fuera del mismo. La tercera conclusión es que la actual UE no ha resuelto ninguno de sus problemas. Los hechos referenciados marcan un cambio de tendencia, pero nada indica que una nueva crisis no se lleve por delante esta suerte de calma chicha que sigue favoreciendo las aspiraciones de las élites políticas que dirigen la Unión. La UE que hoy conocemos no es democrática, no es social, no está orientada a satisfacer los intereses de las mayorías y no camina en la dirección de resolver estos dilemas básicos. Su gestión de la crisis ha sido nefasta y se ha alineado con las doctrinas de la economía basura que recetaban aceite de ricino para casi todos y muchos mimos y cuidados para la minoría pirata autora de este lio: la banca. Las propuestas que han venido arbitrándose convierten al Parlamento Europeo en un convidado de piedra y vacían de sustancia democrática a los parlamentos nacionales. Y, además, cuando lo han necesitado, han escapado al control político generando instancias e instituciones de carácter intergubernamental fuera de cualquier responsabilidad política.

No es evidente que podamos cambiar esta UE, pero es imprescindible intentarlo. Un estudio detenido de la dinámica institucional nos revela los espacios de reforma que están disponibles. Necesitamos comenzar a generar un proceso de acumulación de fuerzas en esa dirección. Y articular ese momento con las luchas y procesos políticos propios en cada uno de los estados. No estaría de más si la izquierda alternativa comienza por tener una propuesta para Europa compartida, flexible, democrática y solidaria: De tal cosa, ahora mismo, no existen noticias.

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Nacido en el 61, de esa generación que se emocionó con los efectos especiales de la nave estelar Enterprise y se enganchó durante un tiempo a Mazinger Z; militante de IU desde ni me acuerdo, también en la actualidad. Miembro de la dirección ejecutiva de Izquierda Abierta; profesor de Ciencia Política durante 13 años en la Universidad Carlos III de Madrid y en la actualidad Policy Advisor en la delegación de Izquierda Unida del Parlamento Europeo. Durante ocho años asesoré a instituciones públicas sobre participación y democracia. Dirijo el equipo de trabajo sobre gobernanza económica de la UE en la red Transform y me dedico a investigar sobre los temas europeos.

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