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Gibraltar is different

Hoy los españoles, más allá de los lavados de cerebro y las consignas patrióticas a los que el franquismo sometió a varias generaciones, sabemos más bien poco sobre Gibraltar y nos quedamos con cuatro tópicos manidos

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análisis

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Nadie ha explicado las cosas extrañas que suceden en el Peñón como el gran periodista y escritor Manu Leguineche, quien en su libro Gibraltar: la roca en el zapato de España, un extenso reportaje de más de trescientas páginas profundiza en las claves del conflicto con la perspectiva aguda del viajero, el historiador y el analista político. “Nuestro problema es que somos unos españoles que no queremos serlo”, decía un bravo llanito mientras el gran reportero tomaba notas sobre el terreno. “Esta gente mantiene una cultura del asedio, su historia de cercos y grandes batallas les influye en el carácter. Siempre han estado orgullosos de ser británicos. Lógico, entre la Línea de la Concepción y el Campo de Gibraltar son la envidia de la zona”, escribió el célebre corresponsal de guerra.

No obstante, hasta Manu Leguineche tuvo sus dificultades para entender una situación tan compleja que se prolonga ya durante más de tres siglos, en los cuales se han propuesto soluciones tan surrealistas para acabar de una vez con el contencioso como disolver el Peñón en ácido sulfúrico o inundarlo con un gran chorro de agua a razón de cinco mil litros por minuto, descabellados planes españoles que felizmente no llegaron a concretarse. Ya en el año 2002, en una entrevista concedida al diario El País, Leguineche terminó declarando con resignación: “No tengo una opinión clara sobre la situación de Gibraltar. Yo vengo de una España adoctrinada donde todos los días nos hacían gritar: ¡Gibraltar español!, y ya he tenido bastante”. Hoy los españoles, más allá de los lavados de cerebro y las consignas patrióticas a los que el franquismo sometió a varias generaciones, sabemos más bien poco sobre Gibraltar y nos quedamos con cuatro tópicos manidos y con aquel sketch descacharrante que Manuel Summers rodó con cámara oculta en To er mundo é mejó, donde convertía a pacíficos ciudadanos españoles en patrióticos soldados dispuestos a darlo todo y a reivindicar el Peñón a gritos ante la mirada perpleja y atónita de los militares ingleses del otro lado de la verja.

En el aspecto sociológico es una verdad indiscutible que los llanitos, esos andaluces con pronunciado acento de Oxford, siguen queriendo ser súbditos de la Corona británica. Los gibraltareños nunca han tenido miedo a acercarse a las urnas para debatir su soberanía en un referéndum de autodeterminación, quizá confiados en que siempre saldrá el “sí” a la permanencia del Peñón bajo la Corona Británica. En septiembre de 1967 Gibraltar convocó un referéndum en el que votaron 12.237 personas, cuyo resultado fue un rechazo absoluto a integrarse en la España de Franco. Solo 44 habitantes de la pequeña península optaron por dejar de cantar el God Save the Queen y pasar a entonar el Cara al Sol, e incluso hubo más votos nulos que apoyos a España, lo que da una idea del arraigado sentimiento antiespañol de los llanitos. En el año 2002 se celebró un nuevo referéndum para debatir sobre una posible soberanía compartida entre ambos países y también ganó el “no” a España con otra mayoría aplastante del 99 por ciento.

Lo cierto es que el conflicto secular ha ido forjando una idiosincrasia única y original, la del llanito, así como un idioma propio mezcla del español y del inglés. Tubería en gibraltareño se dice pipería, del inglés pipe y del español tubería. Tetera se dice tipá (del inglés tea pot). Chinga quiere decir chicle (chewing gum) y expresiones como Stop giving me the tin (“deja de dar la lata”) formarían parte de eso que en España llamamos inglés macarrónico. Según algunos historiadores locales, el término coloquial “chachi”, utilizado como algo bueno, positivo, sería una aportación del llanito al castellano, ya que en la cruda posguerra civil española, mientras en Gibraltar había abundancia de alimentos, en España se sufría la escasez y el hambre, de modo que muchos españoles practicaban el estraperlo, llevándose comida del Peñón a la Península Ibérica. “Es decir, todo lo bueno venía del entonces primer ministro británico, Winston Churchill, un apellido que al ser pronunciado por los hispanohablantes sonaba como ‘chachi’. Lo bueno venía de Churchill, o sea de ‘chachi’, y de ahí el término”, explica para la BBC Tito Vallejo Smith, historiador gibraltareño y autor del diccionario llanito.

El espíritu de resistencia de los habitantes de Gibraltar se forjó a lo largo de los siglos, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando conscientes de que no podrían escapar a los bombardeos de los nazis, construyeron una verdadera red de túneles de 52 kilómetros de longitud que dio origen a una auténtica ciudad bajo tierra con sistema de agua potable, electricidad, tiendas y hasta un hospital. Con la tierra extraída construyeron una pista de aterrizaje que fue clave para la invasión aliada del norte de África y más tarde un pequeño aeropuerto que funciona en la actualidad, pese a ser considerado de los más peligrosos del mundo. Las autoridades tienen que cortar el tráfico de coches cada vez que aterriza un avión, provocando grandes atascos circulatorios, otro momento surrealista made in Gibraltar. Ningún contratiempo disuade a los llanitos de seguir siendo ingleses hasta sus últimas consecuencias. A fin de cuentas, según el viejo dicho gibraltareño, los británicos solo dejarán Gibraltar cuando los monos se hayan ido.

Gibraltar: el peligro de un conflicto diplomático

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