El enésimo capítulo de una mezcla que poco positivo tiene que aportar a los seguidores de este deporte, se produjo el miércoles 1 de febrero, cuando el delantero ucraniano Zozulya llegaba a Vallecas tras su cesión procedente del Betis en el mercado invernal.

La mañana ya se presentaba caliente, con la presencia del grupo ultra Bukaneros en las instalaciones deportivas del Rayo, en señal de protesta y frontal oposición a la incorporación del delantero, debido a su orientación política. Una pancarta colgada en la valla de los campos de entrenamiento rezaba: “Vallekas no es lugar para nazis”, mientras miembros de la directiva y el cuerpo técnico del club hacían acto de presencia para templar los ánimos con los seguidores radicales.

Zozulya llegó mediada la mañana a la ciudad deportiva a la que accedía entre amenazas e insultos de los radicales allí congregados y, no mucho después, abandonaba las instalaciones por la puerta trasera mientras la situación ganaba temperatura con la aparición de dotaciones de la policía que procedía a disolver a los miembros de Bukaneros concentrados en los alrededores.

No es el primer episodio polémico que protagoniza el jugador, ya desde su misma llegada a Sevilla para fichar por el Real Betis, debido a su marcado activismo político y su directa implicación asociaciones militaristas ucranianas. Tampoco es el primer incidente donde se mezcla política y fútbol en el que participan ciertos grupos, quienes, a pesar de su continua reincidencia y sus actuaciones al margen de la ley, parecen tener carta blanca para actuaciones vejatorias y violentas o para actitudes discriminatorias por razón ideológica.

No corresponde aquí juzgar que discriminaciones ideológicas son aceptables, o con qué tipo de personas sí que está justificada la violencia. Aquí lo que cabe preguntarse es hasta qué punto el aficionado a un deporte o un profesional contratado, tiene que elegir un bando, justificar o esconder sus idearios, pedir perdón o pensar a qué estadio puede ir o por cuál equipo no tendría que fichar.

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