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Frasquismo

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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No me gustan los sábados. Porque los sábados no hay colegio. A mis amigos, Olaya y Quirino sin embargo, no les gusta el colegio. Dicen que es un rollo. Prefieren los sábados y los domingos, porque son los únicos días de la semana en los que les dejan jugar con la Play. Yo es que no tengo Play. Además, los fines de semana no tienen que comerse el bocadillo y pueden tomar chuches. A ellos les gusta más cuando duermen en casa de los abuelos y son ellos quienes les llevan al colegio. Ese día, en la panadería de la esquina de la plaza, les compran una gran palmera de chocolate a cada uno para el recreo en lugar de la fruta, el yogur o el bocadillo que les mete su madre en la mochila. Yo sin embargo prefiero que les lleve su madre. Porque en el recreo me dan su fruta. Y el yogurt. A ellos no les gusta la fruta. Dicen que están cansados de comerla a todas horas. Pero me la dan porque dicen que su madre se la mete en la mochila para mí. Incluso, muchos días me dan parte de su bocadillo. Yo es que no llevo nada. Mi mamá no me mete comida en la mochila. Los sábados y domingos, como no hay comedor, me duele el estómago. Porque en mi casa solo se come un plato al día y casi siempre es de arroz soso. O macarrones hervidos. O sopa. O sobras que trae mi mamá. En casa de mis amigos, una vez que fui, había cocido. Ellos casi no comieron y su madre les regañó. Les dijo que era la última vez que les dejaba comer chuches antes de comer. Y también que deberían tomar mi ejemplo. Porque yo me comí dos platos de sopa, uno de garbanzos y un gran trozo de carne muy jugosa que Doña Priscila, la madre de Olaya y Quirino, dijo que se llamaba morcillo. También me comí un muslo de gallina que Quirino no quiso ni tocar porque decía que olía raro y estaba duro. A mí me supo a gloria, la verdad, y era carne muy blanca y blandita. Es una pena que mi padre discutiera con el padre de mis amigos. Porque ahora no quiere que vaya a visitarlos. Y eso que Doña Priscila, cuando me ve en la salida del cole los viernes, siempre me dice que me vaya a comer el sábado o el domingo a su casa. Y a jugar a la Play. Pero mi padre, cuando se lo digo, se pone hecho una fiera y me grita que ni hablar. Dice cosas que yo no entiendo, como que ellos no son mejores que nosotros y acaba siempre gritando: “¿Que se habrán creído esos mamones, que yo no se educar a mis hijos? Si quieren más hijos que follen más. Estirados y snobs eso es lo que son. Y seguro que comunistas”.

Mi padre está casi siempre de mal humor. Oigo llorar por las noches a mi madre. Pero no se lo digo porque se pondría aún más triste. Mi padre no trabaja. Dice mi madre que es porque tiene mala suerte. Pero yo sé que es porque bebe. Y porque discute con mi madre. Una vez, hace un par de años, estuvo tiempo fuera de casa. Mi madre nos dijo que estaba trabajando en el extranjero, pero yo sé que estuvo en la cárcel. Me lo dijo Oli. Desde que volvió no ha vuelto a trabajar. Dice Quiri que es por una cosa que se llama antecedentes que es como un papel que tienes que enseñar al ir a pedir trabajo en el que está escrito que has estado en la cárcel. Y que la gente no contrata a quien ha estado en la cárcel porque es mala. Mi madre no nos lleva al colegio porque sale de casa muy temprano a trabajar. Y vuelve tarde. Sobre las seis. Cuando hay colegio, comemos en el comedor del cole. Luego mi madre nos hace el arroz para cenar. También trabaja los sábados y los domingos. Porque es cocinera en una casa y tiene que hacer la comida allí. Así que los sábados y los domingos, cuando me levanto, si hay, me tomo un vaso de leche fría. Porque no podemos usar el microondas. Dice mi padre que gasta mucha luz. Y no podemos encender el fuego de la cocina porque somos muy pequeños. Si no hay leche, lo que sucede muy a menudo, me bajo al chino a por cuatro barras de pan del día anterior. Me las da gratis porque el antes las tiraba y le dijo mi madre si podíamos llevárnoslas. Ahora nos las guarda todos los días. Entonces, cuando tenemos hambre, solo comemos pan hasta que llega mi madre de trabajar que nos hace el arroz. Si hay suerte, sobras de la otra casa. Incluso sopa. Pero no sabe como los dos platos que me comí en casa de Oli y Quiri.

Mi padre, cuando estamos en casa, está viendo la televisión. Siempre con una cerveza en la mano. Y se enfada mucho. Y discute con los señores que salen en la tele. Y cuando sale uno al que le llama “El Coletas” siempre le dice que ojalá se muera. Él y todos los de su clase. No se si es que este señor está en algún colegio. Aunque no creo porque es mayor.

Esta mañana le ha tirado la lata de cerveza a la tele. Menos mal que estaba vacía. Un señor se estaba sonando los mocos con una bandera de España. Mi padre se ha puesto echo una furia. Ha dicho que la bandera y España son lo más sagrado que hay, y que todos esos comunistas deberían estar muertos.

No me gusta que mi padre se ponga así. Porque luego lo paga con nosotros. Y sobre todo con mi mamá.

 


Frasquismo

 

El franquismo no es una ideología. Es una forma de vida. Un modo de ganar dinero a costa de chanchullos sobre lo público por parte de los oligarcas sinvergüenzas y una especie de dopamina que le hace olvidar su mierda de vida a los pobres. También es resentimiento y venganza contra la sociedad, de aquellos que durante el franquismo eran capaces de medrar entre las corruptelas del régimen y que, cuando murió el genocida, fueron sustituidos por otros mediocres que medraron y aumentaron su patrimonio situándose en puestos de responsabilidad de las administraciones que antes ocupaban ellos. Es el resentimiento lo que les mueve. El recuerdo de las historias que les contaban sus padres y abuelos. Recuerdos sesgados e interesados. Historias sacadas de las enciclopedias Álvarez, adornadas por los falsos logros conseguidos por el régimen del dictador que la oligarquía se esfuerza en difundir y que el españolito ignorante que se cree informado porque ve la tele, asume como ciertos porque, en su oscurantismo, su única formación intelectual e ideológica proviene de ese medio.

España es un estado fallido. Un estado en el que, los aduladores del fascista genocida, aun siendo un problema para la convivencia en paz, no son el principal escollo de este estado retrógrada amante y promotor de la ignorancia. Los franquistas no serían nada sin unos tribunales permisivos con sus actuaciones, sin una policía que en muchos casos mira para otro lado (incluso hay algún que otro sindicato policial que se manifiesta abiertamente con los fascistas de VOX y que se jacta de su simpatía), sin unos gobiernos que no ejercen la función de hacer respetar la libertad que emana de la Constitución y que homenajean, condecoran y permiten que se invite a torturadores y golpistas a actos castrenses.

Es extraño que cuarenta y tres años después de la muerte del genocida cobarde sigamos hablando de franquismo. Aunque no lo es, si volvemos la vista atrás y repasamos de dónde viene este sistema que en el artículo 1 de la Constitución aprobada después de la muerte del eunuco cobarde, proclama que “España se constituye en un Estado social y democrático de derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. Intenciones que quedaron en papel mojado, casi desde el primer momento de su publicación en el BOE, cuando formaciones políticas como HASI o LAIA no fueron legalizadas aduciendo que eran contrarias al estado. Como si la falange de entonces y el Partido Popular de ahora (y el de entonces) Ciudadanos o VOX, no quisieran desmontar este sistema, por ejemplo eliminando las autonomías o impidiendo la libertad de expresión, que son pilares del estado.

En este régimen actual, el llamado setentayochismo, se sigue hablando de franquismo, los franquistas siguen amenazando la calle y seguimos siendo un estado que solo pertenece a Europa geográficamente, aunque no ideológicamente, porque el eunuco de un solo testículo, el general cobarde, murió en la cama, si. Pero sobre todo porque la Sanctasanctórum ley de leyes, a pesar de lo que se nos ha estado machacando durante los últimos cuarenta y tres años, fue consensuada por una parte de la oligarquía franquista, que sabían que el sistema no aguantaría sin el dictador, y por los nuevos oligarcas al servicio de entidades de inteligencia del imperio, adoradores de ese nuevo sistema que llamaron socialdemocracia y que en realidad solo era un hijoputismo especulador con ciertos toques sociales. Un pacto surgido entre el miedo por la violencia consentida por el pos régimen franquista que como cuenta aquí Jonathan Martínez, entre 1975 y 1982 la investigadora francesa Sophie Baby documentó con 714 muertes violentas, inocentes activistas como Mari Luz Nájera asesinada por la policía pos franquista o los cinco abogados laboralistas asesinados en su despacho de la calle Atocha por fascistas, ambos ocurridos el 24 de enero de 1977. Una “Sagrada Constitución” a la que casi la mitad (7 sobre 9) de los diputados de la entonces AP (hoy PP) se opusieron. Una Constitución que consagró a la mayor parte de los oligarcas de entonces, que acabó corrompiendo (si es que no lo venían ya de fábrica) a los “sociolistos” que acabaron formando parte de esa misma oligarquía, a través de las puertas giratorias, la cesión de lo público a esas oligarquías de la dictadura, como las telefónicas, las eléctricas, las petroleras, la sanidad o la educación, que a la postre decidieron finiquitar el tejido industrial de España y convertir el estado en un país de camareros, sin reglamentación laboral y sin derechos. Un estado fallido porque la tan manida Constitución se tergiversa, se aplica conforme a su interés o simplemente es papel mojado. Un estado en el que el pueblo sufre de indefensión frente al poder y en el que los pobres acaban siendo cada vez más en número y en pobreza y terminan empatizando y plegándose a los oligarcas y asumiendo sus medidas que a su vez les llevan a hundirse más y más en la pobreza y asumen sus patrañas, creyendo que un trozo de tela es más importante que la comida de un niño, que la unidad del territorio, a la fuerza, prima sobre los derechos ciudadanos de pan, trabajo, libertad, igualdad y decisión y en el que los poderes del estado forman una casa de intocables que, en su demencia de superioridad, ya ni siquiera disimulan sus corruptelas.

Cuando un ex presidente del gobierno, un engañabobos que se puso el traje de pana desde Suresnes hasta la mayoría absoluta del 82, pero que siempre perteneció a la oligarquía franquista dice que prefiere a Franco antes que a un representante del pueblo elegido democráticamente, el sistema ha llegado a un punto de degradación, se encuentra tan sumamente herido que no reparará en atacar todo aquello que considere peligroso para la continuidad del sistema. De ahí la vuelta atrás criminalizando el humor, la música o el proceso catalán del que saben que es la goma dos que de estallar, acabará finiquitando el régimen y desintegrando a Franco.

Quienes están a favor del franquismo, sin haberlo conocido, no saben que serán los primeros represaliados por los fascistas si estos vuelven a pertenecer a la oligarquía y que los corruptos, seguirán tranquilamente viviendo de las rentas y ejerciendo desde la sombra.

El setentayochismo está herido de muerte. Los nuevos fascistas se han dado cuenta y pretenden revisar el sistema para volver a las leyes fundamentales del movimiento, al Fuero de los españoles.

En nuestra mano está impedirlo y avanzar hacia una democracia plena en la que, sobre todo, se acabe con la corrupción, la injusticia y la lacra del nepotismo.

No hagamos como con los bancos en el 2008.

La incultura mata. La dejadez, también.

Salud, república y más escuelas.

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