Corren tiempos extraños en cuanto a valores y buenos principios, y quizá por eso se ponga el foco de atención en tratar de reparar los males más recientes de nuestro país, en lugar de los que quizá hagan más falta. Estamos haciendo alusión a la Ley de Memoria Histórica, que si bien es duramente criticada por partidismo político interesado, no lo es por acometer asuntos que atañen a la dictadura franquista en lugar de temas tan peliagudos como el esclavismo. Nadie a estas alturas cuestionaría que durante los 40 años de represión franquista se cometieron atrocidades que deben ser reparadas en la medida de lo posible, pero lamentablemente quedan muy empequeñecidas al considerar los 400 años de esclavismo español. Es por eso que resulta sorprendente que se litigue por el nombre de calles y plazas relacionadas con la dictadura mientras que por otro lado se mantengan ensalzados algunos personajes que en su época lucieron como mercaderes de esclavos.

Personajes de la talla de Antonio López y López, Eusebi Güel o su padre Joan Güel i Ferrer lucen monumentos en su honor en Barcelona, concretamente en el Puerto, el Parque Güel y Gran Vía respectivamente, cuando todos ellos se dedicaron a la trata de esclavos en las Antillas. Si alguien se pregunta cómo se iniciaron las fortunas de los bancos españoles, dará con que Josep Xifré, fue el primer presidente de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona (el origen de La Caixa actual), y Pablo Epalza, fundador del Banco de Bilbao (actual BBVA), ambos se dedicaron a hacer dinero a costa de vender miles de esclavos en el Caribe. Y empresarias como las hermanas Koplowitz, o políticos como Alejo Vidal-Quadras tienen antepasados que participaron del mercado esclavista en pleno siglo XIX, amasando fortunas enormes en Cuba. Pero hay mucho más. La misma reina María Cristina de Borbón junto a su segundo esposo, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, promovieron y practicaron la trata de esclavos al tiempo que tenían participaciones en los ingenios azucareros del siglo XIX. Hoy en día cuentan con un monumento frente al Casón del Buen Retiro.

Otro ilustre como Leopoldo O’Donell, que fuera presidente del gobierno y capitán general de Cuba, también participó de los negocios indianos e incluso protagonizaría una cruenta represión tras una revuelta de esclavos conocida como “la conspiración de la escalera”. Su calle, sin embargo, luce en Madrid sin que nadie la cuestione. Caso curioso es el del político Antonio Cánovas del Castillo, que se lucró considerablemente en los últimos años del negocio negrero, cuando ya solo quedaba mercado en Brasil y las Antillas. Protagonizó la mayor y más feroz lucha contra cualquier proyecto abolicionista que surgiera en las Cortes entre 1869 y 1870, haciendo prevalecer su postura. Fue conocido en la posteridad como el artífice del sistema político de la Restauración Borbónica, y padre del Partido Conservador que suspendió la Libertad de Cátedra. Fue asesinado por el periodista anarquista italiano Michelle Angiolillo en 1897. Actualmente cuenta con una plaza en el centro de Madrid presidida por la estatua de Neptuno desde 1898, por lo que popularmente se la conoce como la Plaza de Neptuno. Son solo algunos ejemplos de gente vanagloriada que, en virtud de la ética, no deberían serlo.

Realidad olvidada, la trata de esclavos fue algo muy común en España desde tiempos inmemoriales. Fuera la caída del Imperio Romano la que marcó el comienzo del declive en territorio europeo, aunque en el resto del mundo conocido serían los musulmanes quienes tomarían el relevo tanto en la vertiente mediterránea como en la zona del Mar Báltico y el norte de Europa Oriental. En nuestro país, tras la Reconquista fue habitual ver esclavos en las casas de musulmanes, tanto es así que se calculan unos 58.000 esclavos en la península en el siglo XVI, aunque el Decreto de 1609 en el que se les expulsaba se incluiría una excepción en el reino de Valencia, donde los esclavos eran uno de cada tres habitantes. Fuera de nuestras fronteras, el comercio de esclavos africanos fue copado por los árabes, que encontraron un próspero mercado comercial más allá del Sahara en plena edad media. Se calcula que los árabes sustrajeron entre 8 y 12 millones de personas entre los siglos VIII y XIX. Los europeos, contrariamente a lo que se suele conocer, no se incorporaron al comercio africano hasta mucho más tarde.

Tras el descubrimiento de América, la católica reina Isabel no pudo más que luchar contra el esclavismo protegiendo a los indígenas americanos, a quienes reconocía como vasallos, no como esclavos. Eso evitó que en el futuro el pueblo sudamericano fuera esclavizado, aunque puntualmente se produjeron algunos casos, y en buena medida, grandes abusos de terratenientes en las américas. Lo que lamentablemente no pudo evitar la reina Isabel fue el mercado de esclavos procedentes de África a partir del siglo XVI, cuando los reinos europeos comenzaron a interesarse. Desde el siglo XVI al XIX se indican cifras cercanas a los 18 millones de negroafricanos hechos esclavos, de los cuáles se calcula que unos 700.000, no todos africanos, fueron llevados a la península ibérica. Goya, Velázquez y Murillo retratan esa realidad en sus obras, era la época del Siglo de Oro español. La mayor parte de los esclavos de aquel entonces eran llevados a las colonias americanas, principalmente las británicas y caribeñas, como mano de obra para grandes plantaciones. Entre 1501 y 1641 llegarían 300.000 esclavos a los puertos americanos procedentes de nuestro país.

Mientras que los países protestantes fomentaron el mercado de esclavos para cimentar su crecimiento vertiginoso, el Imperio Español y el resto de países católicos se vieron mermados económicamente, lo que terminó por provocar un relevo de poder mundial, que recaería en el Imperio Británico y sus trece colonias americanas. A finales del siglo XVIII la producción de barcos negreros en Nueva Inglaterra se dirige al mercado caribeño, donde adquirían su mercancía de manos de ingleses, holandeses, franceses y portugueses principalmente. Desde España apenas se participa, pues era ilegal, hasta que en 1789 la trata se convierte en una actividad libre en los territorios españoles. Cuba, Buenos Aires, Cádiz, Barcelona y Santander fueron motores esclavistas que sufragaron la industrialización en España, principalmente en el norte y el levante peninsular. La industria, la banca, compañías navieras y de seguros se hacen rápidamente con el control económico español amparados en la protección de la Corona Española, dedicándose a la trata exportando hacia las Antillas. Ciudades como Barcelona y Bilbao, volcadas con el mercado de esclavos, crecen exponencialmente. Por fin, el negocio español termina tras la derrota en la cruenta Guerra de Cuba, en la que se pierden las colonias.

Volviendo a la actualidad, es triste comprobar que la verdadera memoria histórica prevalece, sobre todo mientras se pelea por otras causas. España está llena de iconos del esclavismo que a día de hoy están completamente normalizados. Y no es para estar contentos, precisamente. Los claroscuros de nuestra historia suelen ser utilizados políticamente, cuando en realidad deberían ser tratados con la mayor humanidad y rigor posibles. Sustituir calles, plazas y monumentos franquistas, en mayor o menor medida, es lo correcto, pero también es cierto que nadie hace hincapié en el esclavismo al mismo nivel. Habrá que pensarlo un par de veces.

Lectura recomendada: “La esclavitud en las Españas: Un lazo transatlántico”, de José Antonio Piqueras, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Jaime I de Valencia.

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