Desde hace un tiempo se viene visibilizando un debate respecto a las formas de lucha desde la perspectiva feminista. Una trifulca de visiones sobre nuestra propia lucha, como mujeres, por la igualdad. Algo que me parece injusto e incluso peligroso para los objetivos del movimiento feminista en su conjunto. Algo que nos hace perder la perspectiva.

Por un lado, es cierto que las mujeres hemos avanzado respecto a nuestras desventajas frente a los hombres, pero ni mucho menos, y con datos en la mano, se puede hablar de igualdad efectiva entre ellos y nosotras. Las mujeres seguimos teniendo mayores dificultades de acceso al trabajo; los trabajos a los que accedemos son peores y peor remunerados; más precarios y temporales. La brecha salarial va en aumento. Es diferente nuestro acceso y lo es en menor medida a los puestos de dirección y de responsabilidad. Nuestra vida política es dificultosa y, por supuesto, contamos con mayores requerimientos familiares, de dependientes y dedicamos tiempos de cuidados muy superiores a los de los hombres.

Por otro lado, no es justo olvidar toda la lucha y esfuerzos de muchas mujeres gracias a los que se consiguieron los derechos actuales: entrar en la vida pública y laboral; que la Ley de Igualdad recoja fórmulas y herramientas para evitar la discriminación y en favor del igual acceso de la mujer al empleo, los estudios o la vida política; evitar el acoso, la violencia de género, el derecho a disponer de nuestra sexualidad; a poder seguir decidiendo sobre nuestros cuerpos (derecho que estuvimos a punto de ver aún más limitado hace un par de años y que supuso una victoria más del movimiento feminista)… Este reconocimiento nos obliga a sentirnos herederas de un pasado no tan lejano de mujeres luchadoras en todos los ámbitos y que cosecharon éxitos nada desdeñables.

Quiero dar a entender con todo esto que no hay un pasado ni un futuro, sino ambas cosas unidas por la línea continua de un movimiento feminista que no puede ser otra cosa que plural y diverso. Un movimiento con mucho trabajo a sus espaldas y aún muchas batallas por librar. A pesar de la aparente fractura que plantea el debate expuesto al principio de este artículo, no creo conveniente entrar en el juego dicotómico entre feminismo tradicional versus supuesto nuevo feminismo. Es un problema que haya a quien le interese aparentar que existe esa fractura, como ya vimos que ocurrió (y persiste) en política con el debate entre lo viejo y lo nuevo. Cometeríamos el mismo error, soslayar que lo importante es discutir sobre lo bueno y lo malo de los métodos, de las conquistas, de las alianzas, de las derrotas…

Estas semanas hemos visto cómo las mujeres en huelga de hambre que estaban en la Puerta del Sol de Madrid no querían el apoyo político de partidos, ni entrar en contacto con la institución. Pero su huelga de hambre, la reivindicación de medidas urgentes de Estado contra la violencia de género, difícilmente pueden dar su fruto si no pasan por algún movimiento institucional.

Este 8 de Marzo también hemos visto cómo el Paro Internacional de Mujeres se extendió gracias a la globalización y las redes, hermanando el grito de mujeres de múltiples países, incluso allí donde la violencia machista provoca miedo a salir a la calle. Varias organizaciones en España se fueron haciendo eco, de forma tímida, dubitativas ante la forma de cómo encauzar un paro convocado y organizado sin los cauces habituales.

Lo que intento decir es que todas las fórmulas han sido y pueden seguir siendo válidas para un objetivo común. Y hacer nuestras, de la lucha feminista, estas dos últimas formas, como otras, se antoja imprescindible al margen de que rechacen ser «utilizadas» por los partidos. No se trata de utilizar, lo que las feministas queremos es visibilizar que la desigualdad estructural persistente, que está también detrás de la violencia de género, y que es el machismo cultural el origen de todos los males. Lo importante es que se den los movimientos y nuestro reto es conseguir que las piezas encajen y se trasladen al ámbito de lo posible: a la capacidad de plantear herramientas que ejecuten los cambios. Y eso, nos guste más o menos a unas y a otras, pasa por la política y la institución. Como ejemplo, el 15M.

Este 8 de Marzo hemos podido celebrar algunos logros, pero es claro que la precariedad laboral, la pobreza, los recortes de las pensiones o los asesinatos por razón de género se ceban con las mujeres. Y podemos gritar «que no nos jodan la vida», «basta ya», “ni una menos». Y usar hashtags similares en Twitter o Instagram. Pero, como ya concluimos en las jornadas de Feminismo e Izquierda que celebramos en El Foro de Izquierda Abierta, urge poner el acento en la necesidad de lograr la igualdad desde las políticas de izquierda, desde la reivindicación de lo público, lo colectivo y lo común. Es imprescindible para seguir haciendo avanzar el feminismo. Denunciar las consecuencias no ayuda a eliminar las causas, aunque hablar de ambas cosas no tiene por qué ser excluyente. Seamos más inteligentes y, sobre todo, más operativas.

 

 

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Ingeniera Química, tímida y testaruda, llegué a la Concejalía de Servicios Públicos y Sostenibilidad del Ayuntamiento de Toledo por casualidad: empiezas a echar una mano, y esa mano al final ve la necesidad de hacer más para convertir este mundo en un lugar más justo. Y me lié (o me liaron) para trabajar en temas medioambientales con Izquierda Unida, allá por 2005. A veces es necesario dar saltos al vacío y comprometerse. Firme convencida de que un mundo mejor pasa por la unión de las izquierdas, el feminismo, el ecologismo y la amabilidad en la política, lucho en esa dirección, confortando amistades y también espacios como el de Izquierda Abierta. Urge que la derecha deje de golpear y sangrar a las gentes corrientes.

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