Según lo declarado por los partidos políticos, parece que el resultado de los comicios gallegos y vascos ha sido bueno para casi todos y malo para casi nadie, como se suele concluir de forma interesada al final de cualquier confrontación electoral. Pero la realidad es otra: naturalmente, en cada ocasión sólo ganan un partido y un candidato, mientras todos los demás pierden, aunque puedan mejorar la posición de salida.

En Galicia, el ganador indiscutible e indiscutido ha sido Núñez Feijoó, que con 41 escaños ha alcanzado la mayoría absoluta por tercera vez consecutiva. Con esta victoria inapelable, el PP se consolida como fuerza hegemónica en Galicia (hoy por hoy su único baluarte autonómico), al tiempo que su líder se afianza como candidato a la presidencia del Gobierno seguro y con condiciones personales objetivas para sustituir a Rajoy cuando éste tenga a bien cederle el relevo o sea forzado al retiro.

Y este éxito personal de Feijoó (los méritos del PP son menos evidentes), ha conllevado un rotundo fracaso de Ciudadanos en Galicia, anunciado con claridad en las encuestas previas: cero escaños. Batacazo que deja a los populares como fuerza exclusivista de la derecha gallega, facilitando el sostenimiento de sus diputados en el Congreso y confirmando el descalabro electoral de la formación naranja, fácilmente extensible a otros territorios y decisivo para que el PP pueda recuperarse de su desastre nacional (Génova considera que todos sus males nacen de la ruptura del voto conservador).

Al mismo tiempo, el otro perdedor de las elecciones gallegas, aparte de Ciudadanos, ha sido el PSOE de Pedro Sánchez, aunque como líder nacional quiera alejarse del terremoto autonómico. Sus 18 escaños en el Parlamento de Galicia (sobre 75) se han reducido a 14, siendo igualado en escaños por Podemos (En Marea), que ha aumentado en 5 los 9 que ya tenía su fuerza integrada (AGE), y superándole en votos, consumando así en Galicia -y a pesar de todo su desorden interno- el sorpasso que no pudo asestarle el 26-J a nivel estatal.

En el País Vasco ha ganado el PNV de la mano de Íñigo Urkullu. Cierto es que sin alcanzar la mayoría absoluta pero mejorando su propia marca y a una holgada distancia de sus competidores, que han quedado fragmentados en cuatro fuerzas políticas sin problemas para permitirle un gobierno estable. De hecho, y una vez que sea re-investido lehendakari como candidato con más síes que noes, tendrá donde elegir los apoyos necesarios para legislar sin sobresaltos.

Pero es que, además, en la comunidad vasca se han reproducido el fracaso de Ciudadanos (con cero escaños), el no menos bochornoso del PSOE (que ha perdido 7 de los 16 escaños que aún conservaba) y sufriendo el segundo sorpasso territorial de Podemos (que le aventaja en 2 escaños). Todo ello con un HB Bildu que reduce su anterior representación de 21 a 17 escaños (empujado por el partido de Pablo Iglesias) y un PP insalvable en el País Vasco que comparte ex aequo el último puesto del ranking electoral con el PSE (9 escaños cada uno sobre un total de 75), tras la desaparición de UPyD.

A tenor de los resultados del 25-S, en Euzkadi se registra, pues, una mayoría clara y rotunda de nacionalistas (29 escaños) e independentistas (17 escaños), que totalizan 46 diputados (sobre 75). Y, por si eso fuera poco, también se consolidan los radicales de Podemos como primera fuerza política de referencia nacional (que ha pasado de cero a 11 escaños), dejando al PSOE y al PP prácticamente como partidos-florero. Tómese nota de esta deriva radical (reflejo de la catalana), sobre todo en esas dos formaciones todavía mayoritarias, de la que se puede avecinar, de sus consecuencias y de sus motivaciones originales…

En todo caso, lo cierto es que en unas nuevas elecciones generales el PP podría mejorar su posición en el Congreso, conforme a sus expectativas previas. Previsión que si los resultados del 25-S no se consideran del todo extrapolables a nivel del Estado, porque las realidades autonómicas son muy distintas, sí que tiene sustento en la dinámica electoral regresiva de Ciudadanos y del PSOE, así como en los distintos grados de fragmentación que van a darse en la derecha y la izquierda nacionales. La tendencia marcada en las urnas es la que es y, al menos a corto plazo, no parece que le sea menos desfavorable que a las demás organizaciones partidistas.

¿Pero, esa situación permite en cualquier caso que Rajoy -cuyo rechazo personal por parte de las demás fuerzas políticas es inapelable- obtenga una mayoría suficiente de escaños para no desalojar La Moncloa y seguir liderando el PP…? En nuestra opinión, la respuesta es que no. Aún más, lo que evidencian los distintos resultados electorales que ha cosechado el partido en Galicia y el País Vasco (un éxito arrollador en el primer caso frente a un fracaso reiterado en el segundo bajo las mismas siglas) es, entre otras cosas, una proyección de imagen y de la forma de hacer política muy distinta en cada candidato (y del consecuente apoyo social al partido).

A Feijoó se le reconoce como un valor de futuro independiente del Gobierno de Rajoy a pesar de su relación personal de amistad, y hasta como posible nuevo líder nacional (ya gobernaba en su comunidad en 2009); mientras que Alfonso Alonso está marcado como ex portavoz parlamentario y ex ministro del abrasado ‘marianismo’ (aunque uno de los menos quemados). Dicho de otra forma, en Galicia ha ganado Feijoó y en el País Vasco ha perdido Rajoy, cosa que, de no entenderse bien, seguirá impidiendo su investidura sin una mayoría absoluta propia o asociada a Ciudadanos. Lo demás serán cantos de sirena o esperanzas vanas.

Respecto al PSOE, reiteramos lo dicho en otras ocasiones. Mientras no se tome en serio su renovación interna, prácticamente refundacional -entre otras cosas enterrando de una vez por todas a su destructiva vieja guardia-, proseguirá agonizando en una continua y tenebrosa caída electoral sin fondo. Y claro está que Pedro Sánchez no es, con todas sus carencias, el culpable de este desaguisado, que arranca del ‘felipismo’ y se consuma con el ‘zapaterismo’: las glorias eméritas socialistas que todavía mecen con sus largas manos la cuna del partido, sabrán lo que hacen y el daño que le están infligiendo con sus continuas intrigas y torpezas, debiendo repensar la forma en que nominan y acto seguido destruyen a sus líderes nacionales, si no les son dóciles y comulgan con sus ideas e intereses.

Finalmente, si cabe señalar algún otro ganador (relativo) en los comicios del 25-S, ese es Pablo Iglesias. En Galicia ha sabido integrarse en su fuerza afín (En Marea) para igualar al PSdG en escaños y superarle en votos, pasando a liderar (o co-liderar) la oposición. Y también alcanzar en el País Vasco un tercer puesto por detrás de HB Bildu, con el factor añadido de que los independentistas han perdido 4 escaños mientras Podemos carecía de presencia en el parlamento de Vitoria, situándose por delante del PSOE y del PP…

A pesar de su limitación territorial, los resultados del 25-S no dejan de evidenciar la tendencia electoral del momento, apuntando algunos efectos claros sobre las próximas elecciones generales. Algo que, en buena lógica, hace imposible sacar adelante cualquier nueva alternativa partidista a la no-investidura de Rajoy.

Tras el 25-S, y salvo que el Jefe del Estadio decida proponer un candidato independiente de los partidos políticos para formar un gobierno técnico y de estabilización institucional (solución a la italiana), volveremos a las urnas en el mes de diciembre. Estemos atentos, porque el espectáculo político va a seguir siendo intolerablemente vergonzoso.

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