Espectador expectante

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El año 2000 fue testigo de uno de los abucheos más sonados e históricos que se han experimentado dentro de los muros del Teatro Real. La sonora crítica en cuestión se produjo durante la última representación de “Il Trovatore”, estrenado el 8 de diciembre en Madrid, con el tenor argentino José Cura interpretando el papel protagonista de la que es para muchos expertos la obra vocalmente más difícil de todo el repertorio de Giuseppe Verdi y una de las más complicadas de toda la historia de la ópera. La polémica estuvo servida desde el mismo instante en que el cantante declaró su intención de no dar el famoso sobreagudo del aria “Di quella pira”, cantado tradicionalmente por la mayoría de tenores desde tiempos atrás a pesar de no haber sido escrito por el propio Verdi y de no aparecer, por tanto, en la partitura. Desde el cuadro segundo del tercer acto de la ópera, los abucheos fueron continuos, lo que provocó en el tenor la airada respuesta de cantar finalmente la esperada nota, consiguiendo una gran ovación al final de la representación. Los aplausos solo fueron interrumpidos por el dramático momento en que José Cura se dirigió al patio de butacas durante cuatro largos minutos, retransmitidos paralelamente a través de Radio Nacional de España, para recriminar su actitud al público asistente. Pero no siempre esta posibilidad de manifestación de la opinión del oyente que se sienta a escuchar existió así y debemos remontarnos a tiempos pasados para encontrar el momento histórico y los motivos por los que apareció una concepción del público más cercana a lo que entendemos hoy en día.

A comienzos del siglo XIX, la burguesía, formada por parte del sector acomodado económicamente de la pirámide poblacional, comienza a exigir una posición más influyente en diferentes ámbitos promoviendo distintos cambios a nivel social y contribuyendo, entre otras transformaciones, a la modificación del papel que la música había desempeñado hasta el momento. De este modo, pasan a actuar como mecenas que encargan la creación de obras musicales y apoyan el trabajo de los intérpretes de la época, en busca de un ansiado prestigio y un reconocimiento social reservado antes únicamente a la monarquía y a la aristocracia. La música sale así de los salones privados donde había tenido lugar hasta entonces, naciendo un modelo de concierto más democratizado al que tiene acceso un porcentaje mucho más amplio de la población mediante el pago de una entrada y generándose a la par la aparición de lugares tales como teatros o salas de conciertos donde poder llevar a cabo la puesta en escena de música en vivo ante un público que se acomoda para atender la ejecución musical.

Desde esta concepción más actualizada y similar a lo que es el público de hoy en día, podemos encontrar multitud de razones particulares por las que cada individuo decide acudir a un concierto de música clásica: por cualquier tipo de placer estético e intelectual, para emocionarse, por descubrir cosas nuevas, por diversión, por el fenómeno fan, por imposición social, para gastar un abono, para ligar, por obligación, por pose, por tradición, porque actúa algún familiar o conocido, por apoyar una causa, por aburrimiento, por formación o por cualquier otra razón que tenga la capacidad de llenar el alma, la mente o ambas cosas. En definitiva, los motivos se encuentran influidos por numerosos factores relacionados con el entorno, los hábitos, los intereses y el panorama social que inclina la balanza hacia uno u otro lado a la hora de decidir si asistir o no a un evento musical y qué estilo de música consumir. Sea cual sea la razón de su asistencia a un concierto de música clásica, allí encontrarán un código no escrito pero compartido que regula las pautas de comportamiento permitidas, siempre muy formales, y que pasan por guardar un silencio absoluto nunca interrumpido por un susurro, una alarma de reloj, un tono de llamada del móvil, una tos fuera de tiempo o el incómodo ruidito del caramelo, la prohibición del aplauso donde está estipulado que no corresponde y una normativa que solo permite al público manifestar su juicio final mediante los aplausos más o menos bulliciosos, algún bravo, el ponerse de pie y la petición de un bis al final, comportamientos que se hallan en las antípodas del políticamente incorrecto abucheo que el público dedicó en su momento a José Cura.

Lejos de juzgar la calidad de la interpretación que el tenor hizo en aquel diciembre del 2000, pues lo que no se ve ni se escucha difícilmente puede ser evaluado, considero que debe existir un compromiso por parte del público con la función que como oyente y, por tanto, como receptor de un mensaje, está desempeñando o, cuanto menos, sería deseable que existiera para garantizar la calidad de un proceso comunicativo que comienza en el compositor y que no termina hasta que alcanza los sentidos del público, recibe la crítica de éste, se retroalimenta y vuelta a empezar. El rol del espectador expectante implica un comportamiento no pasivo, siempre desde la educación y el respeto, y comprende una misión donde cada cual puede expresarse al terminar la función o alguna de sus partes. Entrar a un concierto como público con la mente abierta y sin prejuicios negativos preestablecidos supone un punto de partida bastante saludable que, sumado a la lectura y búsqueda de información posterior sobre lo escuchado, enriquece y contribuye a formar a unos oyentes que el propio hecho artístico-musical necesita como parte fundamental. El público es el eslabón que soporta toda la pesada estructura del proceso y su última palabra resulta de vital importancia, luego siéntanse, como oyentes, protagonistas de lo que está sucediendo, son parte activa y principal del curso musical y su trabajo como espectadores es, sin duda, sencillamente imprescindible.

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Directora de Orquesta y Coro titulada por el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, compagina su labor como directora con la docencia musical. Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid, centra su interés en el estudio de las relaciones del binomio psicología-música. Su experiencia vital gira en torno a la cultura, la educación, la gente, la mente, la actualidad, lo contemporáneo y todos aquellos parámetros que nos conforman como seres sociales

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