En unos días hará 3 años de mi primera visita oficial a ese lugar tan denostado como querido por muchos de nosotros, que durante casi 2 años fue nuestra casa, EL CAMPAMENTO DE LA DIGNIDAD.

Antes de esa primera visita sólo pude intuirlo de madrugada, cuando amanecía, al inicio de las dos grandes marchas que hicimos desde Fuenlabrada hasta la puerta del Sol en Madrid, aún, “el chiringuito”, como yo le llamaba, no estaba ni en el pensamiento, en esos días en el campamento sólo había unos bidones para calentarse en las frías noches y unas tiendas de campaña para poder descansar.

Pero ese 1 de abril de 2014, fue el primer día de muchas tardes, fines de semana y vacaciones, sí, justo ese día, el que junto con el 22 de enero de 2014 cuando anunciaron el cierre de la fábrica, es uno de los peores días que puedo recordar, el día en el que les despidieron…., pero no quiero ponerme triste porque si me he decidido a escribir es para recordar alguno de los momentos más amables y porque no decirlo, divertidos, que por estar tanto tiempo en ese campamento tuve la suerte, y sí, digo bien, la suerte de vivir, porque para quien por desgracia le toca vivir algo así, es una lección de vida, en la que aprendes a luchar por lo que vale la pena, a ser paciente, a no mirarte el ombligo y sólo pensar en el colectivo y a ver el mundo como realmente es, y por ese lado me alegro de haberlo vivido y, sobre todo, haber sobrevivido.

Al recordar ese campamento y lo que allí viví, no puedo evitar acordarme de todos aquellos que, de una forma muy significativa, emplearon su tiempo en ayudar y, sobre todo, acompañar a ese Comité que dejó su vida a un lado, por y para la lucha.

Las primeras tardes, llevaba bolsas de pipas y bebidas (boicot a Coca Cola) bien fresquitas, porque allí, bajo una lona y sentados en palés o en el bordillo de la acera, de alguna forma había que pasar el tiempo, un tiempo que parecía ir de rodillas, por lo lento que se hacía allí.

Una de esas primeras tardes, recuerdo a “Fernandoe”, yo aún no conocía a casi nadie y, claro, no sabía cómo era cada uno, estábamos en animada conversación y, de repente, soltó: «sheriff, esto en 15 días está arreglado!!»…., yo estupefacta me quedé, pensando «este hombre debe saber algo para hacer esa afirmación tan contundente», porque lo dijo con total convencimiento, claro que aún no conocía a Fernandoe…, hombre optimista donde los haya y también aprendiz de meteorólogo…, porque también dijo aquel día del “diluvio universal” que no iba a llover y ya os podéis imaginar porque llamamos así a ese día…

También recuerdo la tarde que se levantó la primera pared de ese campamento, todo empezó porque decían “¡Uy! Por este lateral pega mucho el aire, si lo tapamos, estaremos mejor, hará menos fresco por la noche».., nos fuimos a dar un paseo y al volver, ya estaba la pared levantada con unos palés que había en el suelo…, y a partir de ahí, el gran maestro de obra Zamorano, se puso al tajo y en dos días ya estaba la estructura en pie…, pero hubo que hacerle mejoras…, con las primeras lluvias de la primavera se vio que, como la cosa no iba para 15 días, la techumbre había que mejorarla si queríamos pasar bien el otoño y el invierno.., sí, ya pensábamos en el otoño y el invierno allá por el mes de Junio de 2014, nuestro Comité era realista y sabía que esto no era para dos días…, así que un sábado se liaron la manta a la cabeza, desmontaron el techo y con puertas que encontraron, lo levantaron de nuevo. Cuando llegué allí, estaba otro de los espartanos perennes en ese campamento, el precursor de «Cubiertas Tomás, ni una gota más», arriba, a pleno sol, un calor insoportable, y bajó creo que sólo un par de veces, el resto del tiempo pedía botellas de agua fresca para refrescarse, así que, con semejante paliza, una vez concluida la obra, tardó unos cuatro días en volver al campamento, menuda insolación cogió el pobre. Y también asistí a la ampliación de la terraza, casi parecía estar asistiendo a un ensayo de costaleros, porque algunos de los fortachones del campamento, entre ellos, “Sportacus”, levantaban y movían una estructura que haría las veces de cenador para ampliar el porche y dar más sombra en las calurosas tardes del verano de 2015.

Alguna de esas personas que, de una forma silenciosa, han contribuido a que ese campamento llegara hasta el final, me hacen recordar con especial cariño a «Los Morenitos», no faltaban una tarde tuvieran guardia en ese turno o no, al principio muy callados, pero siempre pendientes del Comité, preparaban la mesa para comer cuando llegaban de las negociaciones o reuniones con el abogado, en los primeros meses del conflicto, que eran día sí, día no y el de en medio…, días en los que no paraban de un lado a otro y llegaban extenuados al campamento. Recuerdo, que tras estar una semana de «baja» (creo que es el tiempo máximo que estuve sin ir), porque sucumbí a la cepa de la “gripe del campamento», cuando me reincorporé, al llegar me senté en ese sofá azul a la izquierda de la entrada y rápido me buscaron una manta para echarme y que no me enfriara, o echaban más leña a la estufa en aquellas frías tardes de invierno, porque sabían lo friolera que era…, pequeños detalles de una convivencia que, echando la vista atrás pongo en valor, como el mayor de los regalos.

Tantas tardes de conversaciones, bromas, desahogos…, y risas, muchas risas…, aún recuerdo a ese colibrí, que más que un colibrí, era un abejorro gordo…, o aquella noche de vuelvo en 5 minutos, para aparecer tres horas después…, grandes momentos de otro grande del campamento que sin su intendencia y, sobre todo, buen humor y cariño, siempre dispuesto a dar un abrazo, tampoco hubiera sido lo mismo.

Y llegó el día en el que cerramos ese campamento, el 15 de noviembre de 2015, sentada allí en la isleta que da entrada a esa fábrica y agarrada a su mano, esa mano que nunca solté en esos dos años porque yo era su apoyo y él era el mío, compañeros de vida y en este viaje también, siempre que pude caminé a su lado, y así seguiré hasta que el destino decida lo contrario. Allí estábamos los dos, mirando ese “chiringuito” cerrado a cal y canto, sin oír nada más que el ruidoso silencio de los recuerdos, que, como una película, iban pasando uno tras otro por mi mente, mirase donde mirase, casi dos años de mi vida allí. Sentimientos encontrados, como una especie de “síndrome de Estocolmo” a la vez que sentía una enorme liberación y alegría, porque por fin, recuperábamos, en cierta forma, nuestra vida, ya que después de todo esto nada volverá a ser como antes del conflicto.

2 COMENTARIOS

  1. Muchas gracias!! Sólo intenté agradecer a los compañeros q estuvieron siempre allí apoyando al comité, desde lo q yo viví…, el protagonismo no es para mí sino para ellos y desde aquí mi aplauso y reconocimiento, es mi humilde homenaje.

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