Que hoy vivimos uno de los momentos más transcendentes en lo que la historia de la humanidad se refiere es una afirmación perfectamente palpable con la realidad cotidiana de este tiempo que nos ha tocado vivir. Y todo ello, como consecuencia de un entorno complejo fijado en varios pilares en esta sociedad del siglo XXI que se pueden resumir en cuatro: La Cuarta Revolución Industrial-Tecnológica, El Cambio Climático, la corporativización del mundo económico global, El Envejecimiento de la Población en parte las Democracias Occidentales y el alza de la natalidad global que determinará procesos de acumulación de población en las nuevas megalópolis urbanas.

Cuatro ejes y pilares que entrañan retos y desafíos de toda índole que van desde el reciclaje formativo profesional de las generaciones que hoy se educan en centros de enseñanza anacrónicos para un nuevo tiempo como el que nos toca vivir hasta la necesaria transformación de nuestros sistemas productivos dando paso necesario y urgente a modelos de economía verde y circular capaces de, apostando por la innovación, dar respuesta a lo finito de un planeta hoy al borde del colapso ante la plaga en la que se ha convertido el ser humano. Y todo ello sin olvidar otros encajes como la necesaria respuesta a los procesos de rejuvenecimiento de la población europea o bien la búsqueda del equilibro entre una pirámide poblacional que en el año 2070 dejará a más del 60% de la población situada en espacios de apoyo asistencial.

Complejidad, urgencia en la toma de decisiones y conciencia del entorno y el futuro podrían ser tres de las palabras que podrían resumir el momento actual que nos toca vivir. Un momento transcendente para nuestra historia como país en donde a veces uno observa como espectador o actor en la medida de sus posibilidades cómo la sensación de orfandad en cuanto a la visión de la clase política en muchas ocasiones hace constante presencia en el día a día de las instituciones públicas, salvando honrosas excepciones. Algo que llegados a este punto uno tiene por costumbre imputar al nivel de mediocridad política que por lo general se ha instalado en la vida pública, esa a la que han arribado en demasiadas ocasiones aquellas personas incapaces de progresar profesionalmente o emprender con éxito en su vida privada proyectos de desarrollo productivo.

Pero lo cierto y verdad es que llegados a este punto uno no puede más que sentir el vértigo de los datos cuando los mismos se contrastan con capacidad analítica. Así, y respondiendo a la radiografía de un país como España uno asiste a hechos demoledores en campos como el educativo donde nuestro país se sitúa por debajo de la media europea de los 35 países de la UE en inversión educativa, con una reducción permanente del profesorado, un país el nuestro donde la mediocridad del sistema queda patente en informes como el PISA o el Ranking de universidades del mundo donde nuestros centros de enseñanza superior brillan por su ausencia en el escalafón , aun cuando tenemos el honor de ser uno de los cuatro países con las tasas universitarias más altas de la UE.

Hechos que ponen de relieve el necesario y urgente acuerdo que España necesita en el campo de la educación apostando a través del mismo por una transformación profunda del modelo con el que actual convivimos. Un modelo que debería apostar por la conexión entre los nuevos campos laborales de la cuarta revolución industrial y los itinerarios formativos con apuestas decididas por la formación en nuevas áreas de conocimiento vinculadas a la economía verde o el empleo, la innovación digital y tecnológica como la biotecnología, la nanotecnología o la Robótica entre otros –hoy en nuestro país están vacantes más de 90.000 puestos de trabajo en el campo de la robótica por no existir mano de obra cualificada en este ámbito-, un modelo educativo además que tendría que apostar por un cambio fundamental en su visión localista pasando a la global, esa que necesariamente debería de ir de la mano de una formación transversal en idiomas, programación y creatividad en los centros de enseñanza para dotar al alumnado, a las generaciones del futuro de herramientas para enfrentarse a problemas aún no existentes. Y todo ello, con la necesaria apuesta por la entrada en ciclos escolares a partir de los 5 años sin ingreso previo apostando por el acceso al sistema educativo a edades superiores a las actuales que sólo sirven para que nuestros jóvenes sean los que mayor tiempo de su vida pasan rodeados de cuatro paredes en un modelo educativo poco sugerente y anclado en el siglo XIX.

Y junto a la piedra angular de la educación, no podemos más que levantar la voz cuando desde la toma de decisión pública se pasan por alto otros aspectos fundamentales de la radiografía de un país escorado a la derivada y en donde la disrupción e innovación se produce en gran medida gracias al impulso quijotesco de hombres y mujeres valientes que a una planificación estratégica como país acordada por todas las fuerzas políticas.

País de Quijotes y de Molinos el de la España del Siglo XXI en donde la estructura empresarial sigue siendo famélica y sustentada en un 90% por pymes sin capacidad competitiva y financiera para salir al mercado global de las grandes corporaciones mundiales que hoy juegan en la primera división de la transformación mundial. Un país el nuestro en donde esa famélica realidad se sigue obviando sin tomar medidas fiscales y legislativas que permitiesen la agrupación y fusión del sector empresarial en la necesaria búsqueda de la fortaleza capaz de hacer que nuestro país progrese. Vivimos así con la apuesta permanente en el turismo y los servicios como si eso fuera la panacea permanente en un tiempo en donde la estabilidad de otros territorios como el del norte de África nos harán competir por el mercado en costes y precios en océanos rojos alejados de los azules en los que hoy rentabilizamos nuestro patrimonio natural y monumental. Y mientras todo esto ocurre y nuestras apuestas pasan por turismo, sol y playa asistimos al exilio de generaciones completas de profesionales de la investigación, la ciencia o la tecnología que alejados de nuestro país y lo peor sin posibilidad de retorno profesional aportan su conocimiento a otras naciones que hoy avanzan en el campo empresarial de la innovación a un ritmo permanente dejando atrás a esa España convertida en África en el subconsciente capitalista de algunos en donde disfrutar de sexo, droga y rock and roll a bajo precio. No puedo por ello que clamar por ser un país en vanguardia antes que un país de camareros, honrosa profesión, pero desde la que no se sustenta en un mundo en cambio que ya ha cambiado y en donde campos de desarrollo como la robótica dejara en el año 2023 más de 103 billones de dólares de negocio global.

En definitiva, el mundo ha cambiado, los parámetros económicos y productivos se están transmutando y el capital busca los nuevos vellocinos de oro en donde acumular su riqueza y mientras esto ocurre, mientras la metamorfosis global se produce nuestro país, España sigue escuchando la música de su propia autocomplacencia en donde el mayor reto de algunos y algunas parece ser quien controla su pequeña organización política –enana realidad en un mundo global- o la gestión de la propia supervivencia inmediata en el cargo. Pero tampoco podemos pedir peras al olmo ni intelectualidad o visión donde sólo existe la mediocridad al fin y al cabo somos herederos de nuestras propias decisiones. Tal vez por ello el pueblo como eje de equilibrio hegeliano de las democracias sea en donde tengamos que ubicar las esperanzas de una España hoy asomada al precipicio de su inconsciencia.

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