Si el ciudadano Felipe de Borbón puede hacer con Machado lo que le de la “real” gana y cambiar el sentido de sus versos… ¿por qué no voy a poder yo titular esta reflexión veraniega recomponiendo aquel famoso verso del poeta sevillano que definía nuestro terruño patrio como un país de “charanga y pandereta”?

Así que sin ningún problema me atrevo a afirmar que nuestra España, hoy más que nunca, es un país de “sombrilla y pandereta”. Un país de campos de sombrillas plantados en nuestras playas, de cientos de verbenas a las mil vírgenes, de “tomatinas” espectaculares y de fiestas perpetuas bajo el sol, ese sol que vendemos como nuestro más preciado tesoro a los turistas que llegan de todo el mundo, pero que por desgracia tiene un doble rostro.

El sol, ese milagro amarillo que llena nuestros bolsillos de dólares y euros extranjeros y que le sirve al gobierno para menguar las cifras del paro. El astro rey que hace que las terrazas estén llenas de gente bebiendo cervecita y degustando su “pescaíto” frito, mientras los altavoces de un chiringuito retumban al son de reggaetones y bachatas interminables.

Todo, a simple vista, parece maravilloso bajo este sol nuestro. Pero a veces ese sol es también nuestra desgracia. Detrás de esas canciones del verano en las que el sol brilla majestuosamente en las playas hay también mucho dolor y sufrimiento. El sol, que debiera ser nuestro aliado, se convierte, a veces, por culpa de unos pocos malnacidos, en la desgracia de los españoles.

Ese sol, de cuyos rayos nos deberíamos beneficiar, también condena a muchos jóvenes y no tan jóvenes españoles a vivir encadenado durante catorce horas diarias a una bandeja, llevando cañas a los guiris por 500 euros al mes. Ese sol que llena de turistas nuestros hoteles pero que condena a cientos de mujeres del colectivo de “Las Kellys”, las que limpian y arreglan las habitaciones de los hoteles, a partirse el lomo (literalmente) por una miseria de sueldo. Ese sol que broncea los cuerpos de los veraneantes, pero que al mismo tiempo es sinónimo de muerte para un trabajador sevillano que alquitranaba una carretera sufriendo temperaturas infernales.

Este sol, que nos da vida, pero al mismo tiempo nos convierte en mercancías del sistema. Este sol del que ni siquiera podemos obtener energía limpia y más barata porque los políticos de las puertas giratorias, esos que están en los consejos de administración de las eléctricas, se les atoja que España sea un país que tenga un impuesto al sol.

España de sombrilla y pandereta. Porque parece que mientras suene la pandereta, mientras que seamos sólo la discoteca al aire libre del sur de Europa y no reivindiquemos nuestros derechos, este sol veraniego va a seguir castigando a los más débiles y enriqueciendo a unos pocos, que esos sí que son con toda la razón del mundo adoradores del sol. Un sol injusto e implacable para la gran mayoría que deja sus derechos laborales a pie de sombrilla, en las habitaciones de hotel, en la barra de alguna terraza o en la carretera, pero un sol apacible para los que a costa de la explotación de los trabajadores hacen verdaderamente su “agosto” particular.

Pero que siga sonando la pandereta y la charanga que apague nuestras voces. Así los que dirigen la orquesta no tienen porqué estar preocupados. Tenemos que despertar para que el sol alumbre un mundo nuevo, pero desgraciadamente seguimos hipnotizados por lo sonidos de las panderetas. Así nos va.

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