Cuando en el Bachillerato leímos por primera vez aquel soneto de Quevedo que comenzaba “Érase un hombre a una nariz pegado”, no imaginábamos que la nariz, ese apéndice que ocupa el centro de nuestro rostro, había causado tanto interés en otros autores y otras obras literarias.

Desde Pinocho, pasando por el personaje de Cyrano, la nariz ha sido representada a lo largo de la historia de la literatura de muy diferentes modos, ya sea como marca étnica, una veces reproduciéndola de modo realista y otras presentándola de modo exagerado con el objeto de parodiar a alguien o algún grupo social, o bien para resaltar algún defecto como la mentira, en el caso de Pinocho, o una virtud, en el caso de Cyrano.

También el lenguaje popular tiene un amplio repertorio de frases en las que la nariz es protagonista. “Meter la nariz donde no le importa”, “no ver más allá de las narices”, “dar a alguien con la puerta en las narices”, “dejar a uno con un palmo de narices”, son frases ya asimiladas en nuestro acervo popular. Además, esta misma cultura popular conecta también la nariz con augurios y predicciones, como por ejemplo, si la nariz te pica es porque vamos a recibir malas noticias o porque alguien está pensando en nosotros o también, a veces, es signo de que tenemos ganas de pelear.

Es curioso también apuntar que en el medioevo una de las mayores ofensas que se podía inferir a un enemigo era cortarle la nariz. De hecho el castigo era tan denigrante que se aplicaba a los delincuentes. En un lai de María de Francia titulado ‘Bisclavret’ la narradora cuenta que Bisclavret, por vengarse de su mujer le arrancó la nariz del rostro; y se pregunta: “¿Qué le podría haber hecho peor?”. También la nariz era donde se notaban los signos de enfermedades como la lepra o las llamadas bubas ocasionadas por la sífilis, dos enfermedades de claro rechazo social.

La nariz “sayón y escriba”

Pero como decía en un párrafo más arriba, el tamaño o la forma de la nariz ha servido para caricaturizar a ciertas etnias o grupos sociales. En este caso el ejemplo más claro lo tenemos en la literatura del Barroco español y en especial en la poesía de Quevedo que fue bastante duro con Góngora, entre otras cosas, aprovechando la forma de su nariz para acusarlo de judaizante. Recordemos aquella nariz “sayón y escriba” de su famoso poema, que hacía referencia precisamente a la condición de escribanos de la mayoría de judíos conversos en aquella España de contrarreforma y limpieza de sangre. Y vemos cómo también lo usa Quevedo en otro poema que va en la misma línea: “¿Por qué censuras tú la lengua griega/ siendo sólo rabí de la judía,/ cosa que tu nariz aún no lo niega?”.

Correlación “nasofálica”

Pero sin duda una de las creencias más curiosas relacionadas con la nariz es la que relaciona el tamaño de este apéndice con la proporción del órgano sexual masculino. Esta correlación “nasofálica” la encontramos en una sentencia de Rabelais que dice: “Ad forman nasi cognoscitur ad te levavi”, que viene a  significar que “por la forma de la nariz conocemos el ad te levavi”. Rabelais usa “ad te levavi”, las tres primeras palabras del Salmo 123, del Libro de Salmos de La Vulgata, como eufemismo humorístico para referirse al miembro viril. En el salmo se invoca la voluntad divina diciendo: “Hacia ti he levantado mis ojos,/ Oh, Tú que estás en los cielos”.

Aunque no solo en la antigüedad se creía que la nariz y otros órganos del cuerpo estaban relacionados. El propio Sigmund Freud también lo creía, tanto que llegó a pensar que la neurosis podría curarse cauterizando la nariz de sus pacientes.

Como veis la nariz ha dado mucho juego en la historia literaria e incluso ha sido objeto de estudio para la ciencia. Así lo que he querido demostrar en este pequeño artículo que, nunca mejor dicho, como reza el título, ha sido escrito “por narices”.

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