Reverso

“Próxima estación, Esperanza…” se oye por la megafonía del vagón en el que Argimiro va sentado. En el furgón, casi vacío, un chico poco más que adolescente que lleva el brazo tatuado, el pelo casi al cero, cazadora verde de lona ajustada, vaqueros negros, botas militares, a pesar de los cuarenta grados con los que castiga Madrid el mes de julio, y una mirada desafiante ante todo, va sentado frente a un muchacho escuálido, con ojos vivarachos, pelo encrestado, un piercing clavado en la nariz y una enorme anillo que le cuelga de uno de los lóbulos de la oreja. Sólo una mujer, anciana, una chica que lleva los cascos implantados en las orejas y la música a un volumen que pudiera casi ser la banda sonora que ameniza o martiriza el vagón, y un obrero con mono color marrón claro, una enorme brocha bajo el brazo y lo que parecen ser carteles y un cubo azul en la mano, acompañan el trayecto de Argimiro.

Argimiro es de estatura más bien baja para su edad, pelo negro, piel oscura, ojos tirando a achinados y un aspecto general andino que delata su procedencia familiar. Cuando uno le observa, tiene la sensación de que está enfadado con el entorno. Antes de subirse al vagón, el muchacho que ahora se sienta frente a él, le vio pegar una enorme patada a una papelera. Desconoce los motivos pero le mira de reojo y observa que Argimiro no le retira la mirada en ningún momento, lo que le hace sentirse incómodo.

“Próxima estación, Prosperidad…”. El pimpollo que se sienta frente a Argimiro está deseando llegar a Avenida de América y dejar atrás a ese gañán que no le quita ojo y que le violenta. No se ha dado cuenta que por la puerta más alejada a su posición han entrado cinco jóvenes más vestidos casi igual. Pelo ralo, complexión fuerte, tremendos abdominales y unos pectorales que ajustan sus camisetas negras, pantalones Levis negros o azules, pero todos con tirantes, cinturón con una hebilla resplandeciente y zapatillas de montaña, negras.

Argimiro se levanta de su asiento y le propina un soberbio sopapo al muchacho del pelo encrestado, quién reacciona llevándose los brazos y las manos a la cabeza. Eso llama la atención de los nuevos viajeros que se acercan. Argimiro suelta una patada hacia la cabeza del pobre muchacho asustado, pero le da a uno de los cinco viajeros del pelo ralo. Argimiro pide perdón y conmina a los otros a ayudarle en la paliza que pretende darle al huevón maricón. Pero el que ha recibido la patada le suelta un puñetazo en plena boca.

– “¡Cállate puto panchito de mierda!”- le dice.

Argimiro intenta explicar que es de los suyos, que bajo la cazadora verde, lleva tatuada una Esvástica en el brazo,… pero no tiene tiempo. Ve como el filo de una navaja se cuela entre sus costillas y cae fulminado en el vagón.

El tren se detiene en el andén de la Avenida de América. Los cinco nazis de los Levis con tirantes, abandonan la estación a la carrera. El pobre friki, aterrorizado, sigue hecho un ovillo en su asiento con el labio ensangrentado. La chica de los cascos incrustados, se los ha quitado y pide socorro en el andén. La señora mayor y el obrero intentan socorrer a un Argimiro tirado en el suelo del vagón sobre un charco de sangre.

¡Jamás pensó que uno de los que consideraba suyos, acabaría quitándole la vida!

 


Equidistantes

“Criminales disfrazados,
seres sin razón ni piedad,
no hay palabras en el mundo
que definan vuestra maldad.
Por dinero asesináis
por placer aniquiláis
por poder nos destruís
suciamente mentís…”

Barón Rojo. Resistiré.

Recuerdo una de las campañas electorales de Suárez en las que reclamaba el centro como el lugar político en el que se encontraba la moderación y la modernidad. Ni izquierdas ni derechas, decían.

De esa concepción del centro, retorciéndola bastante, han salido los que hoy se declaran apolíticos y los que se definen como equidistantes. No conozco ninguna persona que se declare apolítica que reciba con generosidad a los inmigrantes, que se posicione a favor de la integración social, que sea favorable al ecologismo, al feminismo o a la igualdad entre las personas. No conozco ningún apolítico al que se le revuelvan las tripas con la corrupción del PP.

Los equidistantes, son mucho más peligrosos. Son aquellos que se dedican a denigrar a la izquierda metiéndola en el mismo saco que la extrema derecha. Son los que llaman antisistema a ciudadanos honrados por el único motivo de protestar contra el mal uso del poder establecido y los que “suavizan” a los neonazis denominándoles grupos radicales de ultraderecha. Son los que, desinforman malintencionadamente “manipulando” la calificación de nazi por la de “joven con pulsera de la bandera de España”. Son los que, en los sucesos de Charlottesville equipararon a los nazis que provocaron los muertos y heridos con los habitantes que sufrieron los atropellos, definiendo el suceso como “enfrentamientos entre grupos radicales de izquierda y de extrema derecha”. Son los que, ante la avalancha de críticas al Pocero de Nueva York justamente por no definirse y atizar el odio mintiendo y equiparando lo sucedido repartiendo culpas entre unos y otros, se lanzaron al cuello de Trump, cuando ellos habían hecho lo mismo. Son los que, bajo la pátina de la democracia, propagan, difunden e inculcan el odio hacia todo lo que sea contrario al pensamiento único. Los que incitan al odio a todo lo que sea musulmán. Los que definen a los inconformes como antisistema o los que, se proclaman defensores de la libertad, acallando al disidente a base de leyes mordaza, adoctrinan destruyendo la educación pública y primando la concertada . Los que, ante la masacre terrorista propiciada por wahabistas  el pasado 17 de agosto en Barcelona, se dedican a confundir, mezclando el independentismo con el atentado , o los que intentan justificar el mismo por la decisión de los votantes de Barcelona y su “grotesca fábula sobre libertad”, cuando es el odio y el interés por imponer y autoproclamarse libertadores, de los que son como el autor de esta basura, lo que fomenta el odio que genera estas masacres. Los que, sin tener ni idea de lo que hablan, o peor, siendo conscientes, intentan meter a todos los musulmanes en el mismo saco ignorando que los wahabistas están en contra de cualquiera que no piense como ellos, incluyendo a los musulmanes que no practican la fe según sus criterios. Los que dedican el esfuerzo a contar chorradas sobre si el terrorista había sido delegado de clase  o a mostrar el interior de la vivienda de dos de los hermanos participantes en el atentado  en lugar de preguntarse, de dónde viene la financiación de las mezquitas que aleccionan y prestan apoyo a los atentados . Son los que desinforman sobre la realidad mundial convirtiendo a Venezuela en el eje del mal, obviando a los Saúd como los verdaderos talibanes impulsadores y financiadores de la doctrina de ISIS, obviando que España y occidente pasan por alto la constante violación de los DDHH, la denigración de la mujer, la masacre que ejerce en Yemen Arabia Saudí, y los suculentos negocios armamentísticos que hacen (hacemos) con ellos . Ignorando que el mismo día del atentado salió del puerto de Bilbao armamento para ese país, o que se compre el petróleo que ISIS roba a través de Turquía. Son los que aprovechan este tipo de terror para convocar pactos “anti” que cambian la legislación restringiendo derechos con la que acaban encarcelando twitteros o a chavales que se pelean en un bar.

Los equidistantes están normalizando el hijoputismo, idealizando su filosofía que rige esta nueva Edad Media. Son los que siembran el odio que acaba asesinado personas inocentes. Los que inventan soflamas que circulan por el Whatsapps de tu cuñado llamando a la expulsión de todos los musulmanes de España. Los que aprovechando su paso por la facultad de periodismo, inculcan odio en sus artículos apelando a la reconquista. Son el cáncer de esta sociedad. Un cáncer que te puede tocar a ti o mí, pero que difícilmente les tocará a los que llevan escolta. Difícilmente les tocará a los que les importa más el negocio con los sátrapas que sus ciudadanos y compatriotas.

No dejemos que el odio nos ciegue, ni que el miedo nos paralice. Expulsemos de nuestra sociedad a los que minimizan la violencia nazi y a los que fomentan el odio general hacia el inmigrante.

Salud, república, laicidad y más escuelas.

 

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Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

2 COMENTARIOS

  1. Pues sí, tienes toda la razón, demasiados equidistantes, el odio es su religión. Vivimos momentos traumáticos que, entre todos, deberíamos enderezar. Vaya mundo les dejaremos a nuestros hijos nietos…
    Cultura-Educación-Palabra deben ser el vehículo de Conciliación.
    Gracias por tu magnifico artículo

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