La democracia más sana y pura posible ha tomado un camino errático en los últimos tiempos por mor de apegarse demasiado y sin alternancia al devenir de la clase política en general, tan errática y contaminada como esa falsa democracia que han enarbolado para cometer sus tropelías y corruptelas de manera indiscriminada y continuada. Y ahí estamos ahora, en una encrucijada de difícil retorno. O ponemos punto y final a este camino endemoniado o estamos abocados al caos. Por ello, no deberíamos dejar pasar el tiempo, ni las convocatorias electorales, y con ello las oportunidades de demostrar al pueblo que es cierto que se puede gobernar y utilizar el poder democrático sobreponiendo e incluso imponiendo, cuando sea necesario, la razón al miedo, porque en política no existen los milagros, pero sí la esperanza de aceptar cuantos cambios fuesen necesarios y éstos a su vez venga avalados por el pueblo, “la resignación es incompatible con cambiar las cosas democráticamente”.

La política de este país y la del mundo en general ha llegado a un punto de inflexión definitivo, en el que los sueños más inalcanzables deben pelearse minuto a minuto, porque la realidad está repleta de pesadillas del peor color y este enroque donde la corrupción llama a la corrupción en un bucle interminable no es el mejor de los movimientos sobre el tablero. La jugada es otra bien distinta, del color de los sueños.

Es el momento de soñar, es el momento de reforzar nuestras conciencias con valores democráticos y principios éticos fundamentados en la lealtad y el respeto a las ideologías. No todo vale en política, menos aún mercadear con la libertad de la voluntad popular, para seguir, intentar seguir o conseguir gobernar, porque si así fuera estarían sobrando todas las siglas, los pensamientos, las ideologías, los sentimientos, las conciencias, las sensibilidades, las doctrinas y los valores humanistas que se esgrimen por unos y otros a favor del pueblo en ocasiones determinadas.

Los códigos éticos de comportamiento, por necesidades de Estado, no siempre pueden ser justificados con criterios de posicionamientos interesados de una determinada forma de pensar en el ejercicio de cualquier tipo de poder, incluso del de la Justicia. No podemos ni debemos aceptar caer en los mismos errores que nos han conducido desde la dictadura por caminos democráticos a la incertidumbre, cuando no a la desesperación, al seguir viendo pasar el tiempo y comprobar que todos los gobiernos terminan siendo iguales, o sea, el poder los cambia, si no es el caso de que lleguen ya cambiados y amenazando la libertad con dignidad en la que se tenía depositada la esperanza en un sistema de vida junto a los paradigmas sociales que desde la identidad habíamos dado por buenos.

Se hace necesario, de nuevo, recurrir al pensamiento en acción con el fin de construir un armazón ideológico que sostenga un nuevo orden social capaz de asegurar lealtad a las ideologías. Un equilibrio para el hombre en su desarrollo y progreso humano desde la libertad y la igualdad en el marco de una justicia independiente, honesta y coherente con sus propios principios cimentados en la igualdad para el pueblo y el Estado en general.

Si no comenzamos pronto a aceptar la necesidad urgente que tenemos de exigir a los poderes tanto políticos como judiciales una revolución en sus conciencias tendrá razón “aquel estoico” que en medio de los mayores dolores de gota exclamaba “¡dolor!… Por más que me atormentes nunca confesaré que tú eres algo malo”.
Si no remediamos nuestra falta de valores en nuestro sistema social con el fin de seguir desarrollando nuestro sistema social con garantía de libertad e igualdad sólo llegaremos a ser como el “estoico” que lo que realmente sentía de verdad era un inmenso dolor como delataban sus quejidos pero, sin embargo, no por eso sentía motivo para aceptar que ese dolor le estaba causando un profundo malestar, pues para él su dolor no rebajaba el “valor de su persona” sino solamente el de su estado. El silencio no ayuda a solucionar las diferencias lógicas del pensamiento humano, menos aún a encontrar el acuerdo y el arreglo que nos lleve a la paz y la felicidad.

¿Puede en conciencia la sociedad, y el hombre pueblo en particular, aceptar no sentir dolor al estar sufriendo en su existencia social por causa de la falta de valores de los poderes de la Justicia y del Estado? Al menos yo no lo recomiendo sin promover una revolución de las conciencias… Prefiero seguir siendo un romántico que un estúpido aceptando todo lo que nos quieran hacer ver y creer. Vale aquí una reflexión del escritor jerezano José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012: “El que no tiene dudas es lo más parecido que hay a un imbécil”. Pues eso.

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