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Emilia Pardo Bazán. Del colapso de lo ilustrado al efecto de los movimientos inexistentes

L. Jonás Vega Velasco
L. Jonás Vega Velasco
Natural de La Adrada, Villa abulense cuya mera cita debería ser suficiente para despertar en el lector la certeza de un inapelable respeto histórico; los casi cuarenta años que en principio enmarcan las vivencias de Jonás VEGAS transcurren inexorablemente vinculados al que en definitiva es su pueblo. Prueba de ello es el escaso tiempo que ha pasado fuera del mismo. Así, el periodo definido en el intervalo que enmarca su proceso formativo todo él bajo los auspicios de la que ha sido su segundo hogar, la Universidad de Salamanca; vienen tan solo a suponer una breve pausa en tanto que el retorno a aquello que en definitiva le es conocido parece obligado una vez finalizada, si es que tal cosa es posible, la pausa formativa que objetivamente conduce sus pasos a través de la Pedagogía, especialmente en materias como la Filosofía y la Historia. Retornado en cuanto le es posible, la presencia de aquello que le es propio se muestra de manera indiscutible. En consecuencia, decide dar el salto desde la Política Orgánica. Se presenta a las elecciones municipales, obteniendo la satisfacción de saberse digno de la confianza de sus vecinos, los cuales expresan esta confianza promoviéndole para que forme parte del Gobierno de su Villa de La Adrada. En la actualidad, compagina su profesión en el marco de la empresa privada, con sus aportaciones en el terreno de la investigación y la documentación, los cuales le proporcionan grandes satisfacciones, como prueba la gran acogida que en general tienen las aportaciones que como analista y articulista son periódicamente recogidas por publicaciones de la más diversa índole. Hoy por hoy, compagina varias actividades, destacando entre ellas su clara apuesta en el campo del análisis político, dentro del cual podemos definir como muestra más interesante la participación que en Radio Gredos Sur lleva a cabo. Así, como director del programa “Ecos de la Caverna”, ha protagonizado algunos momentos dignos de mención al conversar con personas de la talla de Dª Pilar MANJÓN. Conversaciones como ésta, y otras sin duda de parecido nivel o prestigio, justifican la marcada longevidad del programa, que va ya por su noveno año de emisión continuada. Además, dentro de ese mismo medio, dirige y presenta CONTRAPUNTO, espacio de referencia para todo melómano que esté especialmente interesado no solo en la música, sino en todos los componentes que conforman la Musicología. La labor pedagógica, y la conformación de diversos blogs especializados, consolidan finalmente la actividad de nuestro protagonista.
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análisis

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Sumidos en la sinrazón espesa del presente, manifiesta a partir del aquí y del ahora, expresión redundante del devenir absoluto preconizado a partir del cual solo la promoción al rango de deidad de los parangones propios de “lo que resulta actual” parecen ser dignos del elogio en tanto que propicios a ser elevados según el condicionante de lo que “es a su vez considerado como útil”; es cuando una vez más nos disponemos a elevar nuestra queja, manifestación tal vez tenue, aunque no por ello menos adecuada en pos de mantenerse como manifestación no de unan consideración irascible, sino simplemente convencida de que a veces la mayor de las rebeliones comienza con un pálpito apenas perceptible.

Pocas por no decir ninguna habrán de ser las posibilidades que ante nosotros se presentes en pos de las cuales, integrando si no todas, sí al menos las más importantes de las variables traídas a colación hasta el momento, seamos no obstante capaces de componer un escenario en el que la coherencia, a pesar insisto de lo múltiple de las consideraciones observadas sea capaz, no obstante, de mantener un atisbo de presencia; dejando con ello evidencia de la por otro lado magnífica presencia de la que gozará el momento al que bajo tales artificios seamos capaces de dotar de realidad, o por ser más exacto, de volver a hacer real, pues se trata de momentos cuando no de dramas que en otro tiempo fueron sin duda, visibles, en tanto que conformaron no solo el escenario de España, sino que contuvieron además, con notable prestancia y no sin firmeza, el arcón en el que ésta guardaba sus sueños.

Sueños, capacidad de soñar. Matizados luego por los desvelos propios de la realidad, o lo que es peor por el lacónico éxito del que constituye la peor de sus manifestaciones, a saber la que pasa por la constatación del latigazo de la frustración.

Porque bastaría con tejer una línea imaginaria que redundara en la unión del tiempo y del espacio que hay contenido en el intervalo demarcado por la paradoja referida entre los extremos que definen semejante intervalo, para definir de manera notoria la práctica totalidad de los considerandos que antes o después, y por ende a lo largo de la Historia, han venido a señalar en un sentido o en otro el devenir de nuestro país.

Pero si existe una época en la que todo lo dicho hasta el momento adquiere no ya sentido, cuando sí más bien amplia carta de notoriedad, ésta es sin el menor género de dudas la que en términos cronológicos queda albergada en la centuria del 1900, que en otros términos vincularemos a los auspicios del Romanticismo.

Movimiento propio y completo en sí mismo, valuarte en esencia de la interpretación extensa y palpitante del “en tanto que tal”; lo cierto es que el Romanticismo habría de suponer en sí mismo, uno de esos momentos absolutos de la Historia los cuales, lejos de ser una herramienta encaminada a suponer cuando no a hacer más sencilla la interposición de elementos ordenados en pos de convertir en comprensible algo; viene a mostrarse en sí mismo como mucho más; viene a consolidarse en sí mismo y por sí en una magnífica notoriedad compuesta desde la integración vertebrada de una serie de factores de cuya misma ordenación puede interpolarse la generación exhaustiva de un proceso al menos en apariencia tan absoluto y complejo, que bien cabría albergara en su interior realidades tan notorias, a la par que tan palpables, que de insistir en confundirlo con un mero proceso, con un mero trámite, no haríamos sino agravar en nuestra ignorancia la cual, además de ser eterna, pasaría ahora a ser voluntaria, lo que nos conduciría de manera ahora ya sí inevitable, a una suerte de ignominia.

Sea así pues como fuere, que el Romanticismo supera los límites, ya sean éstos de naturaleza propia, o respondan en realidad a alguna suerte de celo devengado. De una manera o de otra, el componente subjetivo conformado a partir de la vertebración de la enorme suerte de interpretaciones que los múltiples condicionantes semánticos pero sobre todo formales y estéticos albergan, conforman en sí mismos una forma de realidad paralela que si bien solo en contadas excepciones amenaza con provocar episodios enajenantes, en la mayoría de los casos permanece bajo absoluto control toda vez que los individuos, o habrá de considerar como afortunados toda vez que son en todo momento conscientes de la naturaleza ficticia del mundo que han creado, en realidad a veces desean permanecer en el mismo.

Es por ello que poco a poco va adquiriendo carta de notoriedad la certeza de que el componente subjetivo, ya analizado y por ello mesurado, supera si no en importancia sí al menos en intensidad al componente estrictamente cuantitativo. A partir de tales conclusiones, comprometemos la construcción del edificio de la Historia, al menos si insistimos en hacerlo usando de manera exclusiva, los materiales que el saber y la razón nos proporcionan. De tal manera, que los condicionantes subjetivos superan a los objetivos, habiendo pues de ceder a la certeza de que las emociones acaban por convertirse en el hilo conductor que coordina a la par que cohesiona toda la aportación al sentido común que cabría hacerse a la par que esperarse.

Supera así pues el Romanticismo como Campo Semántico a cualquier otra consideración que al respecto del XIX pudiera llevarse a cabo, ya respondiera ésta a consideraciones epistemológicas, semánticas, o de cualquier otro orden o calado. Pero ¿A qué puede deberse tan absoluta consideración? Una vez más, la ventaja que nos da la Historia y que de nuevo se materializa ante nosotros en forma de perspectiva, acude en nuestra ayuda.

Supone en Romanticismo mucho más que el triunfo de las emociones. En realidad el Romanticismo trae consigo la renuncia voluntaria a cualquier atisbo de conducta racional, científica y por ende propensa a ser juzgada en términos axiológicos. Es por ello el XIX el siglo de la renuncia a todo vestigio de responsabilidad ética o moral. Y el motivo resulta evidente. El siglo XIX ha visto colapsar el sistema a una profundidad como pocas veces antes había sido presenciado por hombre alguno, dando con ello la profusión de que el Hombre del XIX asiste estoico a la ordenación indefectible de todos los elementos que debidamente concatenados presagian en la medida que vehiculan, su propia desaparición.

En una sociedad manifiestamente iletrada a la par que objetivamente analfabeta, es precisamente el resarcimiento que el mundo emotivo y límpido, ajeno a las obligaciones que la realidad impone, o solo triunfa, sino que lo hace con absoluta franqueza. De hecho, el contexto espacio temporal que refiere como excelencia el modelo romántico que tiene su arquetipo en la escena que se desarrolla en una verde pradera donde una pajera se solaza a la orilla de un río cuyo nacimiento solo acertamos a intuir, la caverna oscura que por otro lado encierra todos los misterios, incluyendo por supuesto los que no presagian un final feliz, requiere inexorablemente para garantizar su continuidad, de la aportación del plebeyo ignorante que generalmente adoptando como propia la función de escudero, acompaña al paladín que raudo no obstante ha de emplear su pericia para o por la dama, en otros menesteres. Y todo porque toparse con la muerte en la fría soledad de una gruta resulta mucho menos intrépido que hacerlo en lid con dragón de fuego o león de centuria, capaces ambos en cualquier caso de proporcionarnos hermoso combate, digno en cualquier caso de formar parte de cualquier cantiga, y por supuesto de los mejores cantarse de ciego.

Resulta pues, o tal vez por ello, territorio abonado para la chusma, El plebeyo deja de sentirse un poco menos como tal, pero sin abandonar en absoluto su condición, no corriendo por ello en ningún momento peligro la posición ni por supuesto la dispensa de quien superior posición arbitra.Resulta pues por ello sorprendente a la par que inevitable que haya de ser una mujer, y además perteneciente a la nobleza de abolengo, quien venga a poner fin a esta falta de mesura.

Emilia PARDO BAZÁN, nacida en La Coruña el 16 de septiembre de 1851 emerge hoy ante nosotros para tomar posesión del mérito que la otorgamos. Mérito que de ser enumerado daría sin duda para muchos recodos, pero que en el día de hoy resumiremos en la excelencia de ser la persona que de manera flagrante a la par que evidente, despertará a todo un país de los sueños en los que personalidades como el sevillano Gustavo nos habían inmolado.

Será la fría a la par que objetiva visión de la Bazán la que haga despertar a este país a la miseria que la realidad nos arroja. Una miseria que tiene su traducción a lo artístico en los modos y las formas que el Naturalismo habían iniciado como siempre decenios antes en Europa, en esta ocasión a través sobre todo de la pluma de Émile ZOLA.

Unas formas “Realistas” descritas desde el punto de vista “impresionista”, en aras de refrendar la tesis de que esconder la verdad no nos vacuna contra ella, por lo que solo redundando en la miseria que en la mayoría de los casos presenta, podremos llegar a conocer la enfermedad en sí misma.

Será así pues la publicación en 1883 de una serie de artículos sobre el tema, agrupados bajo el título de La cuestión palpitante lo que acabe por traernos a Zola a territorios españoles. Posteriormente, autores como “Clarín” o incluso el propio Galdós se dejarán seducir por los ambientes y las formas que éstos presagian, suponiendo su beneplácito un impulso inmejorable de cara a que el inexistente movimiento del Naturalismo Español acabe por regalarnos genialidades del tipo de las que por ejemplo se dan en Los pazos de Ulloa, en la que la colisión entre dos mundos intransigentes, como son el medieval caciquil y el moderno chocan, ilustrando el proceso de desarrollo ya imparable no solo en Galicia, sino más bien en toda España.

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