Elogio de la Ironía

Hay que estar muy loco para creerse Rey

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El paladín de la “eirôneía” griega clásica no terminó bien, no por su pena de muerte, que eligió para evitar las iniquidades de la vejez, sino por el hecho mismo de la apertura del juicio por uso continuado de su aguijón: Sócrates, tipo del que nunca sabremos si fue un defensor de la Justicia o un enemigo de la racista democracia ateniense en favor del autodestructivo militarismo lacedemonio (aunque se negara a participar en aquel golpe de los 30, no como otros de por aquí).

Fue nuestro nuestro amado Líder Perpetuo don Mariano Rajoy quien acuñó la expresión “bobo solemne” aplicada a Z. No abundaré hoy en quién pertenece a esa clase de memez, sino que usaré la categoría para describir a todo aquel incapaz de reírse de sí mismo (y los demás). Porque siempre buscamos los grandes motivos para explicar nuestro comportamiento: transcurrimos de la ideología al poder del dinero, de la psiquiatría a la psicosociología, pero muchas veces simplemente somos gilipollas.

Si de algo me jacto es de no tomarme en serio jamás, ni siquiera en lo peor de la vida. Tengo un aura de risa que me impide el ritual, esto es: mantengo mi mirada analítica en todo, veo mi trayectoria, desde la niñez hasta hoy, como una presencia permanente, reviso mis errores y abundo en mis aciertos, que casi siempre son menos. Cuando alguien me mira y espera solemnidad, le ofrezco aquel adolescente divertido no muy drogadicto pero siempre dispuesto a la música, una litrona fría y un paquete de kikos; eso me ayuda hasta con mi pareja, que a veces se me mosquea por mi inmadurez pero aún me mira con aquellos ojos de ilusión nueva precisamente por esto. Ya sé que mi vida no les interesa, estoy de acuerdo, pero porque me río de mí y de mis ignorancias me permito pensar que esos tipos solemnes que se me posan delante esconden a un simplote como yo, y lo curioso es que cuando les arrojo este desparpajo (y lo hago) se me desmoronan y se muestran como son: incapaces de la verdad y construidos en torno al ritual, el cargo, el dinero, el poder, el dominio, el patriarcado, la fe, la tradición, la institución, el patriotismo y toda esa basura conservadora que impide el cambio a una sociedad libre y justa (culta)… entonces me alegra ser irónico, sardónico, cáustico, porque no es ser un cachondo (que también) sino una forma de lucha tan grave como una cátedra.

El humor, la distancia, la socarronería son antagonistas de la solemnidad boba con la que tantos se disfrazan. Después te enteras que se pierden por un orbicular, por un cavernoso de consideración, que la toilette de Sus Señorías se pone rosa con los espráis de la Guardia Civil, líquidos de revelado de lo que falta en la Cola. Y se avergüenzan. Toda esta estúpida seriedad la tiene sólo el claudicado, quien ha dejado ya la vida para ser esclavo de la moral (Nietzsche dixit), por eso la risa es enemiga del Sistema, por eso temen al bizarro (en el sentido inglés, que ya casi ha desbancado la semántica hispana), porque no respetamos ni Patria, ni Familia, ni Dios, nosotros: los que hacemos a diario patria, familia y espiritualidad con nuestra pasión, nosotros los freudianos conscientes de los instintos neuroplásticos que queremos follarnos hasta los rotuladores y, sin embargo, respetamos a las mujeres (agredidas en casi todo), intentamos superar el síndrome del machote y sabemos que clasificar la sexualidad es una mentira contra la Naturaleza (que es sexo, ni hetero ni homo) justo al revés de cómo los del discurso de-dejad-que-los-niños-se-acerquen-a-mí lo promulgan…

Hay que estar muy loco para creerse Rey, decía Erasmo (tan querido en la Contrarreforma hispana), o para ir disfrazado de Cardenal, Ministra, Persona de Orden o Señora de Posibles, hay que estar muy loco o, dos opciones, ora ser malo consciente ora haberse creído que hay otra vida en la que nos premian o castigan en función de lo que seamos aquí y que por tanto esto no se acaba. Por eso nos avergonzamos de lo que somos, de nuestra mierda, de nuestra sexualidad, de nuestra afectividad y emociones, del ridículo o el fracaso, porque hay quienes hasta cuando se quedan desarbolados ante el cadáver de su amante o de su madre: se exigen circunspección.

La ironía, ese humor inteligente y destructivo es la herramienta más efectiva contra este conservadurismo que se desorienta hasta hacerse violento si alguien dice la verdad sobre la Fiesta del 12 de Octubre y lo que fue la conquista de América o sobre la cabra de la Legión, aquella portada festiva de El Jueves y “el perrito” retirada al amanecer nos demostró que su peligro habría sobrepasado todo límite, porque nada hay peor para el poder que ese ridículo ciudadanillo de mierda que sale y anuncia la desnudez del Emperador ante la sorpresa hipócrita de un pueblo atontado y domesticado para obtener migajas en el Orden establecido, el de toda la vida.

Las tasas de paro, el negocio creciente de la prostitución, la pobreza y el riesgo de exclusión social, la aparente parcialidad de buena parte de las esferas del Sistema Judicial, la incultura generalizada sustituida por folklore acrítico, la violencia que inunda la educación de toda mujer desde que la visten de sangre desvaído en lugar del fulgor celeste del cielo, la corrupción sistémica, la estulticia de los grandes capitales, la guerra que siempre machaca a los desheredados, la estética como sustituta de una vejez digna, la pose frente al conocimiento erudito, la pedagogía frente al hábito de trabajo… esto es lo serio y asqueroso es que, quienes lo generan, nos miren decimonónicos y por dentro se tiren tres enormes “peos” para nosotros; ésta es la Humanidad.

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