Soy muy torpe; ¡qué tonto soy!; soy un desastre; niño, eres muy malo; ¡eres tan desordenado!; eres un egoísta…

Vistas estas expresiones así, ¿a que parecen demoledoras? Lo parecen, porque lo son. Y, sin embargo, todos las usamos a diario, con nosotros mismos y con los demás. Así, además, educamos a nuestros hijos.

Las utilizamos sin ser muy conscientes del daño que pueden hacer, que de hecho hacen. Cuando a un niño se le dice constantemente que es muy torpe, al final se acaba creyendo que lo es. ¿Y que pasa? Que, efectivamente, acaba siendo torpe. Cuando nos decimos “soy un desastre” porque algo nos ha salido mal, nos castigamos de manera injusta y nos volvemos negativos, vamos perdiendo la capacidad de afrontar los retos que se nos presentan de forma positiva y constructiva. Nos convertimos en un auténtico desastre.

En la escuela nos han enseñado muchas Matemáticas, mucha Física y mucha Biología, pero nos han enseñado poco, o nada, de cómo utilizar el lenguaje de forma positiva, y de los efectos que ello tiene. Cuando nos dirigimos a alguien, o a nosotros mismos, con el verbo ser (eres un egoísta; soy un desastre), lo estamos etiquetando, nos estamos etiquetando. Y esa etiqueta cada vez es más indeleble, más difícil de quitar. Es un lastre que llevamos en la vida, y que tira de nosotros hacia abajo con una fuerza tal que nos hace pequeños, negativos, refunfuñones.

Yo propongo cambiar el verbo ser por el verbo estar. También podemos utilizar los verbos comportar, o parecer. ¿Verdad que es muy diferente decir “eres tonto”, que “estás tonto”, o “te has comportado como un tonto”? En el primer caso estamos etiquetando, estamos dando a la persona una cualidad permanente. En el segundo y tercer caso, la atribución es temporal, se refiere un momento concreto. De la misma manera, si yo digo “soy un desastre”, me convierto a mí mismo en un desastre. Pero si digo “me he comportado de forma desastrosa”, ya me estoy refiriendo a un hecho determinado. La próxima vez lo haré mejor (en cambio, si soy un desastre, la próxima vez no lo podré hacer mejor porque mi “ser un desastre” me lo impedirá).

Te animo a probarlo, a llevarlo a la práctica. Si tienes hijos, practícalo con ellos. Si no los tienes, hazlo con los que te rodean. Y, ante todo, practica contigo mismo. Eso sí, si las cualidades que vas a utilizar son positivas, ¡entonces sí, utiliza el verbo ser! Soy fantástico; soy el mejor; soy digno de ser amado; soy bello; soy grande; eres guapísima; eres muy bueno; eres hábil; eres un primor.

Utiliza el lenguaje para crecer, y para crear a tu alrededor un mundo más positivo y más amable. ¡Verás cómo cambian las cosas!

2 COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre