«Había una vez un hombre que aspiraba a ser el autor de una teoría general de los hoyos…». Así comenzaba una tesis doctoral titulada Los límites de las ciencias sociales una defensa del eclecticismo metodológico de Karl Marx escrita por un entonces desconocido César Rendueles.

 

El eclecticismo de Marx ¿se ha perdido en las ciencias sociales o bien es algo que, por lo menos desde los autores de ensayo, se vuelve a recuperar?

En el mundo académico se ha perdido, y mucho me temo que definitivamente. Toda la maquinaria de evaluación y excelencia universitaria está diseñada para fomentar la macdonalización metodológica. Es como una ley de caza redactada por conejos. Las investigaciones más originales o de largo recorrido no tienen ninguna opción y se mueven en espacios marginales. Hoy Gödel, Wittgenstein o Higgs jamás llegarían a impartir una sola clase en la universidad española. Es significativo que las facultades de ciencias sociales no estén teniendo el menor protagonismo intelectual en un momento político y económico muy convulso. Que yo sepa, ninguna facultad de España tiene un observatorio de la corrupción, de la especulación financiera o de la destrucción medioambiental ni nada que se le parezca. Y no porque no haya investigadores muy capacitados para ello o con interés en esos temas. Todo lo contrario, veo a mi alrededor a mucha gente joven con un enorme talento a la que se obliga a pasar por el aro de la insignificancia académica.

En cambio, es cierto, como señalas, que en la última década se ha producido una revitalización del mundo del ensayo. Pueden ser textos muy exigentes –piensa en Piketty– pero innovadores y pensados para romper la parcelación en compartimentos científicos estancos. Es un proceso que se ha dado completamente de espaldas a la academia: las agencias de evaluación ni siquiera se molestan en tomar en consideración los libros, sólo quieren artículos indexados en bases de datos que pertenecen a grandes conglomerados financieros. Ese nuevo ensayo a veces también está siendo el mejor periodismo. Es el periodismo que no encontramos en los medios de comunicación. Tampoco es algo nuevo. Algunos de los más importantes científicos sociales fueron, en realidad, periodistas profesionales. Es el caso precisamente de Marx, Gramsci o Polanyi.

 

En el prólogo que realizaste para Karl Marx, El capital: antología (Alianza) planteabas que «En cierta ocasión Marx, con envidiable optimismo, describió El capital como un ‘obús dirigido al estómago de la clase capitalista’. Incluso sus intérpretes más caritativos estarán de acuerdo en que, al menos algunas de sus páginas, apuntan mayormente a la cabeza de sus lectores». ¿Sigue pecando la izquierda, o la nueva política de Podemos con su «núcleo irradiador», de un uso de un lenguaje excluyente para la clase trabajadora?

No sé, creo que se ha producido un cambio muy grande. Si comparas cómo se hablaba desde la izquierda hace apenas diez años y cómo se habla hoy, no hay color. Hace poco lo del núcleo irradiador no le hubiera sorprendido a nadie porque todos decíamos esas gilipolleces, como si tuviéramos un lenguaje secreto reptiliano que nadie más debía conocer. Eran códigos identitarios. Yo creo que el paso que hay que dar ahora tiene que ver no tanto con las formas expresivas, que han mejorado mucho, como con las personas a las que se dirigen esos discursos. Los movimientos de cambio, no sólo Podemos, tienden a confundir España con el interior de la M30 y a sus seguidores con los habitantes de Lavapiés y Gràcia. Por eso cuando vemos a Rajoy jugando al dominó o en el programa de Bertín Osborne nos tronchamos de risa en vez de pensar que es capaz de llegar a gente que nos mira como si fuéramos marcianos. Así nos va.

 

Tu primer libro fue Sociofobia (Capitán Swing), elegido mejor libro de ensayo del año 2013 según los lectores de El País, pero también muy incomprendido en los sectores más tecnófilos del activismo. ¿Qué crees que es lo más reivindicable de Sociofobia? Por otra parte, muchas de las inercias que denunciabas en el libro están presentes en Podemos y sus confluencias, partido al que has apoyado públicamente en diversas ocasiones.

Bueno, en realidad, creo que el libro tuvo una recepción bastante generosa entre el ciberactivismo. Estoy muy agradecido por ello. Se me ocurre que a lo mejor ayudó un poco a alguna gente de ese mundo a romper con alianzas políticas monstruosas que habían tolerado en nombre del conocimiento libre. Y tal vez ayudó a cuestionar aquella moda tan tonta de hace unos años de idolatrar al hacker como nuevo revolucionario profesional. Como Mr Robot pero con un aliño postobrerista. En ese sentido, creo que se ha avanzado mucho en España y Latinoamérica, lo cual ha beneficiado también al propio open movement, que hoy está mucho más vinculado a las dinámicas políticas “analógicas”.

En otros lugares en cambio, creo que el ciberfetichismo sigue campando a sus anchas entre la izquierda. De todas formas, mi interés por la tecnología digital es bastante marginal. En ese libro me interesaba como vía de acceso para plantear otras cuestiones. Sobre todo, nuestra dificultad para asumir la contingencia de los procesos de emancipación política. La necesidad de imaginar el cambio como una amalgama compleja y llena de incertidumbres de procesos éticos, institucionales y económicos. Pero supongo que al final las cuestiones tecnológicas acabaron ensombreciendo al resto, lo cual no deja de ser irónico.

 

Capitalismo canalla (Seix Barral) es, probablemente, tu obra más exitosa, accesible y divertida. De rebote, la reseña de Carlos Rodríguez Braum denunciaba supuestos desatinos tuyos como que «hemos entregado el control de nuestras vidas a fanáticos del libre mercado». ¿El anticapitalismo más efectivo se realiza a través de la cultura? ¿Capitalismo canalla es una «puerta trasera» particular de denuncia y reflexión, como has planteado muchas veces que utilizaba Walter Benjamin?

El único anticapitalismo eficaz se realiza a través del apoyo mutuo. Pensar otra cosa es engañarse. Desde otros terrenos podemos, como mucho, acompañar ese proceso. Creo que los libros o la música ayudan a romper esa sensación que tantas veces tenemos de totalización alienante, ayudan a entender que lo que hay no es todo lo que puede haber, que lo que llamamos presente no es más que una frágil malla de contención de un montón de posibilidades históricas, sociales, políticas y personales, algunas espantosas pero otras esperanzadoras. En general, no creo que las artes sean capaces de impulsar el cambio político. Pero sí que pueden funcionar como una especie de anabolizantes de ese cambio cuanto ya está en marcha.

Respecto a la recepción de ese libro, de nuevo me sentí bastante bien tratado. Algunas críticas, sobre todo de gente del mundo de la literatura, señalaron que hice un uso muy caprichoso de textos clásicos. Y es totalmente cierto. Capitalismo canalla era un intento de componer a través de imágenes literarias una estructura argumentativa basada en El capital de Marx y otros autores cercanos. En ningún caso pretendía hacer una historia literaria del capitalismo. No sabría ni por donde empezar para hacer algo así. La reseña de Rodríguez Braum me hizo gracia, la verdad. Incluso me da la impresión de que ayudó a promocionar el libro. Supongo que quería parecer mordaz pero a mí me recordó a la rabieta de un niño de cuatro años. A lo mejor le molestó lo de los “fanáticos” porque es verdad que él o Esperanza Aguirre no son nada sectarios. Me refiero a que tienen una capacidad para conciliar sus contradicciones personales que de verdad envidio. Ser funcionario de una universidad pública y a la vez neoliberal debe ser un enorme quebradero de cabeza moral.

 

En bruto. Una reivindicación del materialismo histórico (La Catarata) es un libro poco accesible, recuerda a los pasajes más oscuros de Sociofobia. ¿Por qué hacer un ensayo así después del éxito de Capitalismo canalla?

Hace un par de años Manuel Cruz me propuso publicar un libro de filosofía en la colección que dirige. Se publican tan pocos libros de filosofía en España que cuando alguien te lo propone sencillamente dices que sí. En mi caso, además, estaba la cosa de que aunque mi formación es filosófica, nunca he tenido la oportunidad de enseñar en ese área. Así que era una oportunidad para recuperar problemas a los que he dedicado muchísimo tiempo, literalmente años, pero que apenas había tenido ocasión de presentar en público. Es verdad, como dices, que el libro aborda asuntos horriblemente académicos relacionados con la causalidad o la naturaleza de las teorías científicas. He intentado que estuviera escrito de un modo razonablemente comprensible. Y creo que hay al menos una parte de él que puede interesar a personas que tienen una vida lo suficientemente rica como para no sentirse atraídas habitualmente por la epistemología. Pero, vamos, que es un libro de filosofía que requiere una lectura parsimoniosa, o sea, aburrida.

 

Tu debate con Joan Subirats Los bienes comunes ¿Oportunidad o espejismo? (Icaria) es un balance y contextualización de un sector de la izquierda que corre en paralelo a Podemos, desde las llamadas confluencias. ¿El debate sobre los comunes crees que va a popularizarse o bien tiene unos límites políticos y discursivos bien definidos? ¿Tiene algo que ver el rescate a las autopistas de peaje con el debate sobre los comunes? 

Bueno, precisamente mi intervención en ese texto tiene que ver con pensar cuáles son las condiciones políticas para que el debate sobre los comunes y el cooperativismo dejen de estar encapsulados en nichos políticos y sociales cerrados. Básicamente, creo que el cooperativismo tiene que desarrollar un nervio universalista e igualitarista. Eso significa, entre otras cosas, romper con la demonización de las instituciones públicas y del sindicalismo que hemos heredado del neoliberalismo. Me parece que los proyectos en tornos de los comunes más potentes son aquellos que se ven a sí mismos en continuidad con lo público, como una manera de limitar el autoritarismo burocrático o de blindar los bienes compartidos.

El rescate de las autopistas es un ejemplo claro de lo contrario, la socialización de las pérdidas privadas de las grandes empresas. Es la enésima muestra de la gran mentira del mercado autorregulado. Los procesos de mercantilización requieren de la intervención permanente del Estado. Muy en particular en España, donde las grandes fortunas mantienen una relación completamente parasitaria con toda clase de prebendas y concesiones públicas.

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Nacido en Madrid el 21 de julio de 1974. Licenciado en Bioquímica por la Universidad Compluense de Madrid pero su actividad profesional ha estado relacionada con el desarrollo de software como analista de sistemas. Colabora como periodista en diversos medios en temas relacionados con temas laborales y derechos de autor. Es el autor del libro "¿Por qué Marx no habló de copyright?", además de "SGAE, el monopolio en decadencia" (en preparación) junto a Ainara LeGardon

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