El pasado viernes 31 de marzo se cumplieron 8 años de la muerte del último gran estadista que tuvo la República Argentina, el ex Presidente Raúl Ricardo Alfonsín. Hace un año atrás escribía estas líneas que siguen igual de vigentes que entonces…

En épocas en las que se tiende a generalizar y creer que todos son iguales y que todo es más de lo mismo, es importante que podamos recuperar ejemplos que nos demuestren que esto no es así. Que hay esperanzas en que las cosas sean de otra manera, y que hubo y hay gente diferente para construir ese otro país que nos merecemos.

Días atrás se cumplieron siete años de la muerte de don Raúl Alfonsín y en diversos medios hubo numerosos recuerdos de su figura y su accionar, pero hoy, en donde muchos dirigentes políticos son cuestionados en su honestidad y su probidad, es necesario y fundamental recordar su figura, puesto que prestigió la política como medio de cambio de la realidad y construcción de un país mejor.

Raúl Alfonsín siempre me pareció que era un estadista, pues entiendo que la palabra político le queda chica, que estaba adelantado a su época.

Los proyectos que lanzó en sus años de gobierno denotan el rol fundacional con el que don Raúl Alfonsín encaró su gobierno.

Lamentablemente no fueron muchos los que entendieron el momento histórico que se vivía, y algunos por mera oposición y otros por voluntarismo casi infantil criticaron y se enfrentaron a muchas de las propuestas de gobierno.

Sin embargo, al rehacer un rápido recuento de sus propuestas vemos, pasados más de treinta años, que otra hubiese la historia de nuestro país si a parte de la ciudadanía, la dirigencia política, sindical y eclesiástica no le hubiesen importado, utilizando palabras de Alfonsín, “los votos sino el futuro de nuestros hijos”.

Políticas de la talla del juicio a las juntas militares, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, la propuesta de reforma sindical, el Plan Nacional de Alfabetización, el Programa Alimentario Nacional, el Tratado de Amistad con Chile, los acuerdos de integración con Brasil y Uruguay, la creación del Grupo Cartagena, el impulso al Grupo de Apoyo a Contadora, la ley de patria potestad compartida, la ley de divorcio, el Congreso Pedagógico Nacional y la propuesta de traslado de la Capital, entre otras, ponen de relieve parte de lo que fue su Presidencia.

La derrota del Radicalismo en las elecciones de 1987 demostró claramente que la ciudadanía ya no acompañaba las propuestas de don Raúl Alfonsín y buscaba en otras opciones electorales la respuesta a sus inquietudes.

Pese a esto, transcurridos ya más de treinta años de la instauración democrática en nuestro país, muchas de las propuestas encaradas por el Presidente Alfonsín no perdieron vigencia, e incluso algunas de ellas fueron impulsadas por quienes entonces se opusieron.

Y por si no bastara con sus acciones de gobierno, y sin dudas mucho más importante que éstas, la estatura moral del Presidente Alfonsín se destaca por su propia impronta, y se engrandece aún más por quienes lo sucedieron en el ejercicio de la Primera Magistratura del país.

Como en su momento Arturo Illia, la honestidad no era una cualidad de la cual enorgullecerse, era la base desde la cual se partía, y así se lo hizo saber a Monseñor Medina desde el púlpito de la Iglesia Stella Maris ante las acusaciones con las que el representante de la Iglesia Católica pretendió enlodar su gobierno. Le contestó entonces Raúl Alfonsín ‘si se ha dicho esto delante del Presidente es porque se conoce algo que el Presidente desconoce. Solicito públicamente que si alguien de los presentes conoce de alguna coima o negociado lo diga y lo manifieste concretamente’. Alfonsín esperó hasta su muerte, nosotros aún esperamos.

Alfonsín fue el único Presidente de la República en los últimos cuarenta años de historia nacional que no tuvo causa judicial, y cuando observamos que los tribunales se convierten en un centro de paseo de ex funcionarios y los centros de reclusión en los nuevos alojamientos de quienes se beneficiaron del ejercicio del poder de manera ilícita, su figura se hace inmensa y nos interpela sobre lo que hacemos como ciudadanos por el futuro de nuestros hijos.

En el año 2003 en una entrevista que le realizara el Diario La Nación le preguntaron ‘-¿Cómo cree que lo recordará la historia?’ a lo que Alfonsín respondió ‘- No sé, eso déjelo para que lo conteste la historia. Pero nunca habrá nada de qué acusarme. Estoy con la conciencia tranquila.’ Tuvo razón, una vez más.

Por estos días en donde la honestidad parece ser un bien escaso en la dirigencia política, sirvan estas líneas de homenaje a su figura y su obra, que cada día que pasa se engrandece más.

Pasó un año de estas líneas y no es necesario modificar ni una coma de lo escrito entonces, muy por el contrario, la figura de Raúl Alfonsín se sigue engrandeciendo, por capacidad, por honestidad, por haber sido el último gran estadista que tuvo la República Argentina.

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