Estamos ya metidos en septiembre, un mes que quizá se haga más cuesta arriba que enero, aunque no tenga esa fama. Es el mes en el que, tradicionalmente, se vuelve de las vacaciones y hay que incorporarse de nuevo al trabajo. El mes en el que los estudiantes empiezan el nuevo curso, después de un largo período de ocio. El mes en el que se habla de depresión post vacacional, y en el que se escuchan quejas, quejas y más quejas.

Esta mañana pensaba en todo ello, al tiempo que echaba un vistazo a mi biblioteca. De pronto, uno de los libros llamó mi atención. Mi primera pregunta fue, “¿y qué tiene que ver este libro con septiembre, la vuelta al cole (o al trabajo), la depresión post vacacional?”. Pero enseguida entendí. Quizá la comparación sea demasiado arriesgada, pero… si un hombre fue capaz de dar sentido a su vida aun estando encerrado en un campo de concentración, ¿no voy yo a poder afrontar mi vuelta al trabajo? ¿No voy a poder afrontar todo aquello que, inicialmente, haga que se me venga el mundo encima?

Seguramente habrán oído hablar, o habrán leído algo acerca de Viktor Frankl. Quizá conozcan su libro más conocido, «El hombre en busca de sentido». Viktor Frankl fue un psiquiatra austriaco de origen judío, nacido en 1905 y fallecido en 1997. Es el padre de la Logoterapia, considerada la Tercera Escuela Vienesa de psicoterapia, después del Psicoanálisis de Freud y la Psicología Individual de Adler.

Viktor Frankl estuvo preso en diferentes campos de concentración nazis (Theresienstadt, Auschwitz, Kaufering y Türkheim, estos dos últimos dependientes del de Dachau). Sobrevivió al Holocausto nazi, no así su mujer ni sus padres, con los que había sido llevado al primer campo en 1942.

En la mencionada obra, «El hombre en busca de sentido», Frankl analiza la vida del prisionero en un campo de concentración desde el punto de vista de un psiquiatra. Y desde su propia perspectiva, contando cómo en no pocas ocasiones se vio tentado por la idea del suicidio, tales eran las condiciones de vida en aquel lugar. Sus vivencias, y las de sus compañeros de cautiverio, le sirvieron para obtener profundas reflexiones, reflexiones que le sirvieron después para confirmar y terminar de desarrollar su teoría de la Logoterapia.

Frankl sostiene que, incluso sometido a las condiciones más humillantes y extremas de deshumanización, el hombre es capaz de encontrar un sentido a su vida. Cada hombre, incluso bajo las circunstancias más trágicas imaginables, es capaz de guardar la libertad interior que le permite decidir quién quiere ser. Una libertad interior que puede elevar a cada hombre muy por encima de su destino adverso.

Y en esto, principalmente, se basa la Logoterapia; en encontrar el sentido de la vida. Un sentido que, como el psiquiatra vienés expone, no es abstracto, es decir, no hay un sentido universal de la vida, sino que a cada hombre en particular le está reservada una misión, un cometido a cumplir. La tarea de cada hombre es única, como única es la oportunidad que tiene para llevarla a cabo.

Frankl trataba de hacer ver a sus pacientes que no importa que no esperemos nada de la vida. Lo importante es lo que la vida espera de nosotros. La vida cuestiona al hombre constantemente, y éste responde de una única manera: respondiendo de su propia vida y con su propia vida. Y es desde la responsabilidad personal desde donde se puede responder a la vida. La esencia de la existencia, en palabras del propio Frankl, consiste en la capacidad del ser humano de responder con responsabilidad a las demandas que la vida le plantea en cada situación particular. Vivir significa, continúa Frankl, asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos plantea, cumplir con la obligaciones que la vida nos asigna a cada uno en cada instante particular.

Era muy normal en los campos de concentración, donde las condiciones de vida eran paupérrimas, perder por completo el sentido de la vida. Sin embargo, siempre había una razón por la que seguir luchando por la supervivencia. La idea de reencontrarse con los seres queridos cuando acabara el cautiverio, o el poder continuar con un trabajo o una vocación profesional o personal, eran razones poderosas que animaban a los prisioneros a seguir adelante. Y eran las razones que esgrimía Frankl ante sí mismo y ante sus compañeros cuando los ánimos decaían. La salvación del hombre sólo es posible en el amor y a través del amor. E incluso no estando con la persona amada, es más, desconociendo si esa persona amada seguía viva o no, Frankl era capaz de encontrar consuelo pensando en ella. Y es que el amor trasciende la persona física del ser amado, y encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo íntimo. El amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el ser humano. Es el único camino para llegar a lo más profundo de la personalidad humana.

Viktor Frankl habla también, como no puede ser de otra manera, del sufrimiento, y del sentido del mismo. En sí, el sufrimiento no tiene sentido, ni hace madurar al hombre. Es el hombre el que, con su actitud ante el sufrimiento, le da sentido. Y cuando el hombre es capaz de dar un sentido a su sufrimiento, éste, en cierto modo, deja de ser tal. En numerosas ocasiones son las circunstancias adversas las que otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo. Decía Dostoyevski que «sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos». Y también hablando de sufrimiento, Nietzsche decía que «todo lo que no me mata me hace más fuerte», y «el que tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo».

El hombre, por tanto, aun en las peores condiciones, incluso en los más crueles estados de tensión psíquica e indigencia física, es capaz de conservar un reducto interior de libertad que le permite decidir su destino. Se le puede arrebatar todo, excepto la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino, para decidir su propio camino.

Hoy día la palabra sufrimiento suele ser una palabra tabú. Se intenta huir de todo lo que signifique un mínimo de esfuerzo, un mínimo de conflictividad en nuestras vidas. Sin embargo, como explicaba Frankl, el sufrimiento no siempre es patológico, y no debería ser motivo de acudir al psiquiatra en tantas ocasiones como se hace. Nuestra sociedad occidental trata de vivir sin tensiones internas, cuando en realidad, cierto grado de tensión y conflictividad en nuestras vidas es necesario para lograr una salud psíquica razonable. El hombre no necesita vivir sin tensiones, sino más bien esforzarse y luchar por una meta o una misión que le merezca la pena. La preocupación, incluso la desesperación, por encontrarle un sentido a la vida, no es en modo alguno una enfermedad, sino que es una angustia espiritual. Las crisis existenciales generan ocasiones de desarrollo y crecimiento interior.

Decía Frankl que el vacío existencial es la neurosis colectiva más frecuente de nuestro tiempo. A menudo la gente acude al psiquiatra con sus problemas humanos, y no con síntomas realmente patológicos. Según el psiquiatra austriaco, muchas de esas personas, antiguamente acudían al rabino, al pastor o al sacerdote.

En conclusión, el hombre no está determinado ni condicionado, sean sus circunstancias las que sean. Tiene la capacidad de decidir si cede ante esas circunstancias, o se resiste a ellas. El hombre tiene la capacidad de no limitarse a existir, sino que puede decidir cómo será su existencia, en quién se convertirá en el minuto siguiente.

El hombre es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero es también el ser que entró en esas mismas cámaras con la cabeza bien alta y el Padrenuestro o el Shemá Israel en los labios.

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