Cuenta la tradición científica que, tras verse obligado ante el tribunal de la Inquisición a abjurar del heliocentrismo copernicano, Galileo Galilei reafirmó su idea sobre el funcionamiento del sistema solar, negándose a aceptar los principios dogmáticos no validados por la experimentación y la observación rigurosa, lanzando su famoso “Eppur si muove” (y sin embargo se mueve).

Ahora, cuando el santo oficio del españolismo a ultranza daba por conjurada la secesión catalana y por finiquitada la vida política de Artur Mas -que era su paladín más notable-, se acaba de tener prueba evidente de todo lo contrario y de que sus aspiraciones siguen transitando de forma contumaz por la ruta marcada. Y sin que, en este caso, nadie se haya retractado de nada, ni dado un paso atrás en la batalla para conseguirlas.

Antes al contrario, el aparente fracaso ‘plebiscitario’ de las elecciones catalanas del 27-S, con la celebración prematura del rechazo de la CUP a una nueva investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat de Catalunya, se ha convertido de repente en el trampolín para reimpulsar el proyecto secesionista. Desde luego sin sorpresa para el analista perspicaz y en un momento en el que la caída del bipartidismo PP-PSOE y la debilidad política del Estado, tan torpemente propiciada por ambos partidos, juegan a favor del independentismo.

Ahora, el discurso españolista ha pasado del ‘Mas está acabado’ y ‘Mas ha hundido a Cataluña’, al ‘más de lo mismo’, como ha señalado la portavoz de Ciudadanos y jefa de la oposición en el Parlament, Inés Arrimadas. Aunque eso sólo sea un juego de palabras insulso y equivocado; porque en realidad el problema ya no es el mismo, sino que ha crecido notablemente (con Artur Mas puesto de perfil antes que desaparecido).

Para empezar, el resultado electoral del 27-S, con lecturas equivocadas que ponían en absurda tela de juicio la victoria de las fuerzas independentistas frente a las españolistas (72 escaños contra 63), se acaba de traducir en un Gobierno con legítimo respaldo de mayoría parlamentaria absoluta (70 escaños sobre un total de 135) pero de corte mucho más radical que el esperado en principio. Quienes estaban dispuestos a celebrar la muerte política de Mas, han terminado viéndole sustituido triunfalmente por su correligionario Carles Puigdemont, político con convicciones soberanistas de mayor arraigo, con gran respaldo popular y menos vulnerable en lo personal (de momento alejado de la corrupción política).

Ahora, Cataluña tiene el primer Gobierno declaradamente independentista desde la Transición, apoyado por la CUP -muy exigente en esa materia- y armado con una presencia muy significativa de ERC (la vicepresidencia está en manos de Oriol Junqueras) que apunta con claridad a la conformación de un futuro político plenamente soberano. Y si bien todavía están por ver los tiempos y la velocidad de desarrollo del proyecto secesionista, con todas las trabas que puedan surgir o se le quieran poner, el sentido de la marcha y su progresión son indiscutibles: ‘eppur si muove’, que diría Galileo.

Nadie puede discutir ya la legitimidad del Gobierno ‘independentista’ de Cataluña, ni sorprenderse con su orientación política. De hecho, así fue reconocido de forma expresa por el PSC (con un discurso de Miquel Iceta casi adulador), por el PPC (con un primer apunte contemporizador de Xavier García Albiol -ojo al dato- sobre una nueva financiación autonómica) y por Ciudadanos (con otra llamada de Inés Arrimadas a las urnas autonómicas, ingenua y sin duda muy distinta de negarlas para que se pueda expresar el derecho a decidir en Cataluña).

Una progresión en el recorrido independentista acompañada, además, con una nueva e inoperante declaración televisiva de urgencia del presidente Rajoy (en funciones) minutos antes de que se consumara la investidura de Carles Puigdemont. Pero ¿cuántas conocemos ya de igual tono amenazante y gratuito…? ¿Y qué es eso de que, ahora, no va a tolerar ninguna ilegalidad institucional en Cataluña, cuando durante los cuatro años de su mandato ha tolerado todas las que se han cometido en materia de enseñanza, banderas, referéndums, declaraciones…?

Lo cierto es que con el Gobierno de Mariano Rajoy el ‘problema catalán’ no sólo ha perdurado, sino que se ha acrecentado, llegando prácticamente a borrar al PP -su partido- de ese escenario político territorial. Una senda por la que, en paralelo, también transita el PSC, en otro claro desencuentro con su teórico electorado.

Pero lo más vergonzoso del caso es que, ahora, Rajoy y el PP pretendan utilizar in extremis, y de forma oportunista, este impulso más agresivo del separatismo catalán para tratar de salvarse de su particular ruina electoral. Es decir, aparentando un enfrentamiento real con ‘el problema’ –que nunca han tenido- para evitar que las aguas del lodazal político que les ahoga, situadas ya a nivel del cuello, les llegue al sistema respiratorio, haciéndonos creer que tienen arrestos para superar su cobardía precedente y conjurar la amenaza que supone para la unidad nacional.

Pretensión muy similar a la que tienen Pedro Sánchez y el PSOE, envuelta en este caso en la fantasmada política de proponer una Constitución Federal como instrumento vertebrador del Estado, cuando la versión precedente vivida durante la Primera República llevó al cantonalismo, a la asonada del general Pavía y a la ‘dictadura republicana’ presidida por el general Serrano.

Puestos a pasar por más vergüenzas ajenas, sólo nos queda por ver quién reconoce el mérito de Mas como valedor del tardío patriotismo del PP y el PSOE, con su paso a un lado -no hacía atrás- para facilitar la gobernabilidad de Cataluña, según le exigían las llamadas ‘fuerzas constitucionalistas’. Y cómo con Puigdemont, su heredero político (investido presidente de la Generalitat sin el gesto de reconocer su lealtad al Rey y a la Constitución Española), sigue creciendo el malestar catalán con el Gobierno de la Nación y el fomento de las adhesiones al proyecto secesionista.

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