El problema no es España, es el capitalismo

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En un artículo anterior analizaba sucintamente la relación entre el sistema internacional y los sistemas nacionales democráticos, prometiendo una continuación. Lo prometido es deuda. Aquí viene la continuación, en la que me gustaría intentar que nos replanteáramos el verdadero origen del mal funcionamiento de nuestras instituciones democráticas. Quizás el capitalismo no sea el único factor, pero sí es uno fundamental.

«me gustaría intentar que nos replanteáramos el verdadero origen del mal funcionamiento de nuestras instituciones democráticas»

Porque lo que a muchos españoles se les olvida es que somos un estado parte de un sistema internacional, cada vez más complejo e interdependiente. Entender de qué manera todos los problemas de la sociedad actual están interrelacionados es la clave para solucionarlos, porque todos señalan una misma causa: un sistema inherentemente injusto.

Cuando escucho a alguien afirmar que nuestros problemas son por nuestra cultura política, o nuestra cultura a secas no puedo evitar contradecirles, porque el problema no es España, el problema es el Capitalismo. Sí, es cierto que cada país tiene su propia idiosincrasia, y que su pasado y su historia condicionan su presente y su futuro. Y no puede entenderse España y la política española sin la dictadura franquista, sin su particular revolución liberal en la que el pueblo gritaba “que vivan las cadenas”, y sin el resto de eventos políticos que han configurado nuestra historia. Pero parece que en la actualidad se tiende a achacar todo problema político de nuestro país a ese pasado, a esa cultura, olvidando analizar lo que ocurre en nuestro entorno. Porque el déficit democrático que estamos viviendo, este estado social convulso y complejo, no puede entenderse sin el sistema político internacional. Y en realidad muchos de los problemas políticos que nos asolan bien pueden identificarse en otros estados cercanos que desde los tópicos tendemos a idealizar. Los conflictos armados expandidos por el mundo, la degradación ambiental, el hambre, o la esclavitud encubierta no son eventos aislados, sino hechos con factores comunes, las consecuencias directas de un sistema mal diseñado. Un sistema basado en la competitividad, y en una interpretación del criterio de eficiencia exclusivamente centrada en cifras. Porque hay servicios que no deberían diseñarse para ser rentables, sino para garantizar derechos. Y ahí es donde entra el capitalismo.

«El cambio climático es un síntoma más de que el sistema no funciona, una consecuencia directa de un sistema centrado en el beneficio económico por encima de cualquier derecho»

Hace poco, en una conferencia sobre medioambiente escuché a un científico describir de qué manera el concepto “cambio climático” estaba contribuyendo a invisibilizar el problema real, porque si se habla de ese concepto no se habla de la causa del mismo. El cambio climático no es la causa de los problemas medioambientales, como nos quieren hacer creer desde algunos medios, o desde las agendas políticas. El cambio climático es un síntoma más de que el sistema no funciona, una consecuencia directa de un sistema centrado en el beneficio económico por encima de cualquier derecho.

Aunque muchos autores han analizado este asunto, quisiera hacer un alegato por mi favorito, Dani Rodrick, porque realmente capta la esencia del problema. Este autor formuló lo que se conoce como “trilema de Rodrick”, que consiste en identificar tres elementos: democracia, estado y globalización, postulando la incompatibilidad de éstos en un mismo sistema. Así, un sistema en el que existiera democracia y estado sería incompatible con la globalización, mientras que un sistema en que existiera democracia y globalización sería incompatible con los estados. La tercera posibilidad (ya lo habrán adivinado) es en la que nos hayamos inmersos: un sistema en el que conviven los estados con la globalización sacrificando la democracia.

¿Y esto que tiene que ver con el capitalismo? Muy sencillo, la globalización que vivimos ha sido fruto del libre mercado, y está controlada por éste. Y su convivencia con los estados ha dañado considerablemente las vías democráticas del sistema. Ya lo relataba en el anterior artículo: las políticas neoliberales de Milton Friedman, como analiza Naomi Klein, han promovido esta degradación de las instituciones democráticas.

Esta relación puede ser mejor entendida desde el prisma de otro autor, Benjamin Barber, que analizó el impacto del neoliberalismo en la democracia, en particular en la sociedad americana, argumentando que las políticas privatizadoras se habían extendido hasta los espacios públicos, privatizando esas esferas de toma de decisiones y limitando el espacio de la sociedad civil para expresarse. Sin entrar a analizar lo que las distintas ideologías defienden, sí es destacable que el liberalismo (especialmente el neoliberalismo) consideran que la ciudadanía no debería participar de los asuntos públicos más allá de votar cada cuatro años.

«la ausencia de una regulación eficaz a nivel internacional que ponga freno a la actividad de los poderes económicos determina ese sacrificio de la democracia»

¿Es eso democracia? ¿Qué entendemos por democracia? Otro asunto imposible de abordar en unas pocas líneas, pero fundamental. Porque cuando muchos afirman que no vivimos en una democracia ni si quiera llegan a plantearse muy bien la definición de ésta. Y, sin ahondar en tan compleja definición, sí quisiera destacar algunos de los elementos que aún poseemos en nuestro sistema, aunque se hayan visto dañados por las políticas neoliberales. La democracia está estrechamente vinculada al estado de derecho, a una relación particular del individuo con su sistema: la relación de ciudadanía. Esta relación implica ser responsable ante la sociedad y la ostentación de una serie de derechos. Desde mi punto de vista, la ausencia de una regulación eficaz a nivel internacional que ponga freno a la actividad de los poderes económicos determina ese sacrificio de la democracia. Y esa ausencia de control ha sido precisamente propiciada por la aplicación de la doctrina neoliberal. Me reitero en lo afirmado en mi anterior artículo: el capitalista entiende generalmente que el estado es una institución que dificulta la actividad económica. El problema por tanto, no estaría en nuestras instituciones, sino en los poderes superiores que las coaccionan.

Son muchos los elementos propios del capitalismo (como la competitividad extrema, el desprecio por materias no “eficientes” como la filosofía o las humanidades o el rechazo a los derechos sociales) los que habría que considerar para entender el impacto que está teniendo en nuestras vidas, y en nuestra democracia. Pero yo diría que el punto de partida es entender que la toma de decisiones se configura en una esfera mucho más amplia que la nacional, y nosotros ahí no tenemos ni voz ni voto. Como mucho las pocas vías de participación de la Unión Europea, de cuyo valor real no somos conscientes, y que en realidad son bastantes más de las que podamos creer.

Lo que debemos plantearnos es hacia donde queremos avanzar para recuperar la democracia. ¿qué sacrificar, los estados o la globalización? Dadas las amenazas comunes a las que la comunidad internacional se enfrenta, para mí la solución más clara sería la primera: sacrificar los estados, avanzar hacia la democracia mundial. Y no sería tan difícil como parece, creedme.

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