Últimamente, cada vez que Pablo Iglesias abre la boca sube el pan. Esta vez la ha liado parda en la Complutense, y eso que jugaba en casa, entre sus fieles alumnos y compañeros de cátedra. Al líder de Podemos no se le ocurrió otra genialidad que empezar la presentación de un libro atacando a un periodista de El Mundo, al que calificó de «epistemólogo» (como si practicar la epistemología fuera algo denigrante, yo lo hago todas las mañanas, que va muy bien para la tensión) y tratando de ridiculizarlo ante todos cuando no venía a cuento.

Ha sido un nuevo y grave error que no beneficia para nada la imagen pública de un político preparado e inteligente que con demasiada frecuencia se deja llevar por sus tics televisivos y sus chafardeos mediáticos. Iglesias debe entender que ya no es aquel chaval que repartía pasquines revolucionarios en el campus universitario, ni el ingenioso catedrático que se podía permitir el lujo de soltar alguna chanza desde el atril para amenizar una clase aburrida de politología, ni mucho menos el periodista de La Tuerka acostumbrado a lanzar diatribas contra el poder establecido.

Iglesias debe meterse en la cabeza que ahora es un aspirante a presidente del Gobierno de España (mal que le pese a más de uno) y que debe medir mucho sus palabras, sus ideas, sus opiniones. No es propio de un aspirante a estadista con empaque abrir una rueda de prensa aludiendo al abrigo caro de una periodista, ni una intervención parlamentaria ofreciéndose como alcahueta para los romances de dos diputados, ni mucho menos andar por ahí repartiendo vídeos de series extranjeras más bien malas, cuando en España tenemos algunas buenas, véase ‘El Caso’, sin ir más lejos.

Iglesias, si pretende llegar a la Moncloa algún día, debe moderar sus ramalazos de soberbia, sus modos autoritarios contra la prensa libre, sus chistes grotescos. Dicho lo cual, el plante que su actitud chulesca provocó entre los periodistas que se encontraban cubriendo el acto en el aula magna fue sin duda desproporcionado, excesivo, pueril.

Un periodista es por definición un ser insensible, sin corazón, un lobo canalla con la piel curtida en mil batallas, y no puede echarse a temblar ni a llorar por las esquinas solo porque un político novato se mete con sus titulares o con su corbata, que para el caso es lo mismo. Esos periodistas que se levantaron en comandita y se largaron de la Universidad como un solo hombre, como un solo niño poseído por una pataleta incontrolada, en señal de protesta por las palabras erráticas de Iglesias, actuaron de forma corporativa, pero ese corporativismo deberían demostrarlo también en otras ocasiones mucho más trascendentes e importantes para la libertad de prensa y la democracia de nuestro país, como cuando Rajoy hace declaraciones a través del plasma, o cuando el ministro de turno se escaquea por los pasillos sin admitir preguntas, o cuando un escándalo de corrupción se zanja con un escueto comunicado sin derecho a réplica para hacernos quedar a los ciudadanos por tontos.

A Iglesias lo que es de Iglesias, que deberá acostumbrarse a la crítica contra Podemos, sea buena, mala o mediopensionista, y al cuarto poder hay que darle también lo suyo, o sea, una crítica con todas las de la ley cuando los plumillas no estén acertados en sus portadas, sus titulares y sus opiniones. Esta vez ninguno ha estado a la altura: ni el político con sus bromejas de medio pelo ni los periodistas dando la espantada y haciendo mutis por el foro como marquesonas despechadas con sus rosas de pitiminí. Tendrían que haberse quedado allí para seguir dando cuenta de la noticia, que para eso les pagan. Y no desertar a la primera chorrada.

 

1 COMENTARIO

  1. Desde hace tiempo, a mi juicio la prensa de este pais, y en especial la de «papel» solo demuestra que es util y eficiente en el fondo de la jaula de mi mascota.
    Muchos columnistas apuesto que ejercen asi de manera mas digna .

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