El optimismo absurdo

"El optimismo es una necesidad de nuestro organismo para reforzar los pilares de la existencia"

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TENGO un amigo que está preconizando el derecho a sentirse feliz sin motivo aparente. Ha llamado a su estado de ánimo tal como figura en el título de este artículo. Cuando me dijo esto la primera vez me contó que había llegado al convencimiento de que necesitaba sentirse bien porque ya estaba cansado de esperar que llegara una oportunidad para ser feliz. Por cuestiones de estereotipos y condicionamientos – como todos – había idealizado tanto la felicidad que solo podía entenderla como si se tratara de algún cliché moral de la sociedad.

Obviamente por ello no había llegado el momento adecuado para dar por hecho semejante estado. Nunca había reunido la suma de elementos necesarios para afirmar categóricamente que su vida había estaba en estado de equilibrio o en un grado de satisfacción alto. Todo lo contrario las distintas fases o etapas por las que había atravesado le habían relegado a los márgenes o espacios vacíos de la sociedad. No obstante ya estaba cansado. Su vida somática le estaba demandando altos grados de endorfina, razón por la cual había convenido en su interior ser feliz sin más, como necesidad fisiológica.

Al tomar conciencia de su discurso recordé las palabras de Camus cuando expuso la «filosofía del absurdo» (absurdismo) y como esta era una respuesta al mito de Sísifo. Según el filósofo la inexistencia de una solución en dicho mito (el esfuerzo inútil y incesante del hombre) le había hecho pensar en la posibilidad de vivir una vida discorde a la realidad trágica, una donde todos pudieran alcanzar la máxima satisfacción. Para ello había que arrancar con el suficiente escepticismo como para dudar de los pilares de la existencia y desde ahí (nihilista) construir una vida interior.

La vida, para él, tenía el valor que cada ser humano le concedía, al igual que para mi amigo. Y, para ambos, convertir la vida íntima en absurdidad no era ninguna tontería; suponía tomar una postura inmanente, en lugar de una trascendente, para centrarse en la circunstancia de cada uno antes que en la de los demás. Pero en el caso de mi amigo esa postura caía irremediablemente en un individualismo sano y abierto donde el optimismo rezumaba de forma natural. De lo que se trataba era de vivir cuando vivir suponía, más que añadir o sumar elementos, restar lo innecesario de nuestra conciencia ante la tragedia de la existencia. (Ser o no ser optimista)

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