Epi y Blas son dos conocidos personajes infantiles que hacen de la vida una pura dicotomía. Cualquier cosa es digna de estar arriba o abajo, a la izquierda o a la derecha. Uno es rico o es pobre, se vive en el Norte opulento o en el Sur necesitado, se es bueno o se es malo, se es digno o simplemente indigno, fiel o infiel, un santo o un verdadero cabrón… Y así hasta el infinito. No existen los grises en el mundo de Epi y Blas. Al PSOE, en los tiempos del felipismo y el guerrismo le fue bien así.

Hasta que las familias internas se atomizaron hasta lo infinitesimal y ahora los socialistas no son ni pedristas ni susanistas, ni barones ni plebeyos, son socialistas sin una familia claramente identificable a la que serle fiel hasta la muerte porque los puentes entre ellas son tan inestables y difusos que atravesar de aquí para allá apenas sí se nota ni trae consecuencias por el tránsito. En definitiva, que no cuesta un céntimo ser chaquetero de la noche a la mañana siempre y cuando a uno le vaya mejor el cambio en beneficio propio.

Podemos debería aprender en el vecino de su derecha, supuestamente el PSOE, para no repetir tics indeseables de esa vieja política de la que tanto abominan. De momento, sus dos cabezas más visibles –Pablo Iglesias e Íñigo Errejón– se han enzarzado en las plazas públicas a protagonizar un espectáculo que mediáticamente no les beneficia en nada, si acaso en que se hable de ellos como dos hermanos mal avenidos –pablistas y errejonistas, hasta los palabros suenan mal– que buscan caminos divergentes dentro de un mismo proyecto. O sea, o claro como el agua o turbio como el cieno.

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Lo dicho, el modelo Epi y Blas. Iglesias de poli malo, Errejón de poli bueno. El duro y el blando. Si siguen así, la evidencia de la existencia de dos familias dentro de Podemos será una triste realidad que lastra más que deja avanzar el proyecto hacia una consolidación con aspiraciones de crecimiento popular en las urnas.

Si Pablo Iglesias vuelve de nuevo a enarbolar el puño en alto para advertir a los poderosos y a los corruptos que tienen toda la razón del mundo por tenerles respeto e incluso miedo cuando los podemitas toquen poder a nivel estatal porque se encargarán de repartir cual Robin Hood las riquezas entre los pobres y los parias de la sociedad, Errejón es más cauto, y aunque evidentemente aspira al mismo fin que su líder, muestra maneras más suaves y modélicas. El antipático de camisas imposibles y el yerno ideal al que todo suegro sentaría a tomar una cerveza en su sala de estar mientras la novia se arregla. Epi y Blas. Las formas y el fondo.

Pero retomemos el verdadero modelo Epi y Blas que instauraron y prolongaron hasta el hartazgo durante años Felipe González y Alfonso Guerra. En pleno debate existencial de los socialistas tras la larga travesía de Suresnes y la Transición, el PSOE fue abandonando luchas y consignas maximalistas en pos de adecuar el mensaje a las demandas de la ciudadanía, y aquella socialdemocracia de manual escandinavo evolucionó sobremanera hacia un neoliberalismo soterrado que hizo del PSOE un partido al que ya no lo conocía “ni la madre que lo parió”, parafraseando libremente al padre del guerrismo, aquella corriente intelectual de mosca cojonera que apostaba por una ortodoxia ideológica que los felipistas y toda la familia socialista en verdad sabían a ciencia cierta que nunca llegarían a aplicar sobre el terreno por mucha teoría marxista que llevara el proyecto inicial.

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Y en esas andan ahora los podemitas. Un día quieren asaltar los cielos y otro se levantan socialdemócratas. Quizá en estos momentos de zozobra existencial bien viene pedir consejo al clásico compañero de pupitre experimentado. Lo tienen ahora al lado y se llama Alberto Garzón. Pese a su insultante juventud, como la de Pablo e Iñigo, tiene a sus espaldas una más amplia experiencia política tras unas siglas históricas que nada ocultan ni camuflan. Y además es el mejor visto y valorado por todos los españoles según todos los sondeos, sean de izquierdas, de centro o de derechas, buenos o malos, jóvenes o viejos. Por algo será más allá de por su cara de niño bueno. Su discurso, templado, claro, valiente y sin estridencias, es un referente en ese gallinero de mucho ruido y pocas nueces en que se ha convertido el Congreso de los Diputados. Pocos sobresalen como él desde el estrado. O ninguno.

“El día que dejemos de dar miedo seremos uno más y ese día no tendremos ningún sentido como fuerza política”. Palabra de Pablo. “A los poderosos ya les damos miedo, ese no es el reto. Lo es seducir a la parte de nuestro pueblo que sufre pero aún no confía en nosotros”. Palabra de Íñigo.

¿Con cuál se quedan? ¿Con Epi, con Blas o con Súper Coco? Probablemente ninguno de los dos se han dado cuenta aún de que ese mismo mensaje tamizado por el camino de en medio ya lo aplica con inopinado éxito popular ese nuevo compañero de bancada y siglas. Alberto Garzón no es Epi. Tampoco Blas.

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