Tras el resultado electoral del 23 de abril en la República Francesa, dos candidatos fueron seleccionados para participar en el ballotage en el día de hoy, Emmanuel Macron (del centrista ‘En Marcha!’) y Marine Le Pen (del ultraderechista ‘Frente Nacional’).

A partir de la misma noche de la elección, y al igual que ocurriera 15 años atrás, los franceses se debaten entre, al menos, dos opciones, el votar (o no) según las convicciones o el votar según el deber, una recreación de la ética de los principios o la ética de la responsabilidad weberianas.

15 años atrás el conglomerado de fuerzas políticas, con la lógica exclusión del Frente Nacional, se aglutinó detrás de la candidatura de Jacques Chirac para impedir la llegada de Jean-Marie Le Pen a la Presidencia de la República. Los unía más el espanto que el amor, y la mayoría de los franceses privilegió la ética de la responsabilidad por sobre cualquier otro criterio y se volcó en favor de impedir la llegada de la ultraderecha al Palacio del Elíseo, así entonces el Frente Nacional sólo incrementó en 720.319 votos su caudal electoral, aunque la cantidad de votantes creció en 2.564.517 votos, es decir, tan sólo casi 1 de cada 3 nuevos electores se volcaron por la ultraderecha, mientras que el resto del electorado puso una barrera para impedir su triunfo, presuponiendo que el bloque anti Le Pen se haya mantenido homogéneo.

En aquella elección hubo tres grandes bloques, la Agrupación por la República gaullista, el mencionado Frente Nacional y el Partido Socialista, que quedó a las puertas del ballotage. Mucho cambió esta vez, porque de estas tres fuerzas sólo el lepenismo logró volver a ser parte de una segunda vuelta electoral, pero el otro contendiente no fue ninguno de las otras dos opciones, esta vez el gaullismo quedó a las puertas y el socialismo se desmoronó a apenas un 6% del electorado, sino un ex ministro del gobierno Hollande que se presentó por una nueva agrupación centrista Emmanuel Macron. También a las puertas quedó otra nueva agrupación, el Partido de Izquierda, encabezado por Jean-Luc Mélenchon, los llamados insumisos. El electorado francés se repartió entonces, dos semanas atrás, en cuatro grandes bloques, quedando separados entre el segundo (Le Pen) y el cuarto (Mélenchon), por el 0,01% de los votantes.

Es de remarcar entonces que la única fuerza constante y en avance, en estos últimos 15 años, es la ultraderecha francesa.

Se abrió entonces una situación parecida a la de 15 años atrás, una segunda vuelta entre un representante de la ultraderecha, que como hace una década y media es un miembro de la familia Le Pen, y otra opción política, aunque en este caso un outsider de los partidos políticos más tradicionales. Ante esta situación el candidato socialista Benoît Hamon, el primer ministro socialista Bernard Cazeneuve y el candidato conservador François Fillon salieron rápidamente a pedir el apoyo a Emmanuel Macron en la segunda vuelta, aún sin compartir gran parte de sus propuesta, aunque sí la mayoría de los valores. En contraparte Mélenchon no convocó a votar por ninguno de los candidatos porque argumentó no ser un guía y porque en su entender el gobierno que surja de las elecciones de hoy carecerá de estabilidad porque ‘la naturaleza misma de los protagonistas de la segunda vuelta impide esta estabilidad. Uno porque es la extrema finanza, la otra porque es la extrema derecha’, es decir, Mélenchon privilegia la weberiana ética de los principios, aunque éstos den la posibilidad que el Frente Nacional, en teoría en las antípodas de su pensamiento, acceda a la primera magistratura francesa por primera vez en historia, ¿será que los extremos se tocan?

Esta es una de las razones, aunque no la única, que explica el crecimiento de Le Pen en las encuestas. Mientras 15 años atrás su padre no había podido romper el techo del 20% del electorado, las encuestas anuncian que Marine Le Pen pasaría del 21,30% al 39,1% y aunque la ubican lejos del triunfo, pasaría a casi duplicar su caudal electoral inicial. Esto pone de manifiesto que esta vez no funcionó de manera tan homogénea el frente anti extrema derecha. Ya no cuela tanto en el electorado el unirse por el rechazo al mal menor y hay quienes privilegian, como diría desde otro lugar del espectro ideológico el cantautor chileno Francisco Villa, el bien mayor. Y los dirigentes franceses deben comprender que para 4 de cada 10 compatriotas, en este contexto, el bien mayor es la extrema derecha.

Ya no funciona el discurso del miedo que hace que se unan los sectores más dispares frente a un enemigo en común, porque si hay algo que caracteriza a esta construcción discursiva es señalar al oponente como un enemigo, ya no funciona el apelar a la ética de la responsabilidad, ya no funciona el Frente por Francia, ya no funciona nada de lo hecho hasta ahora, y el seguro triunfo de hoy de Emmanuel Macron no debe tapar el dramático crecimiento de la ultraderecha xenófoba y racista, aunque por cierto bastante maquillada, que crece más por errores ajenos que por aciertos propios.

Los partidos políticos tradicionales no dan respuesta a las nuevas demandas de la sociedad y, en muchos casos, ni siquiera dan respuestas a las viejas demandas de la sociedad. Y esta es una realidad que excede a Francia, y es un espejo en el que debemos saber mirarnos para lograr recuperar la representatividad de nuestros conciudadanos para que a la democracia no la combatan, con sus reglas, los enemigos de la democracia, para que aquellos valores de ‘Liberté, égalité, fraternité’ (Libertad, igualdad, fraternidad) no sean sólo el viejo lema oficial de la República francesa sino valores puestos en práctica día a día.

 

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