El por momentos eterno presidente en funciones de España recibió hace unos días el más serio revés de su dilatada carrera política en forma de rechazo parlamentario a su investidura como presidente, tras ser el candidato más votado en las dos últimas elecciones generales consecutivas. Unos minutos antes de que el Congreso terminara de votar no por mayoría, el propio Rajoy ya había movido todos los resortes del poder que atesora el Ejecutivo para desviar la atención de este bofetón democrático a sus intereses partidistas. Y lo hizo con el típico señuelo que creía que le saldría bien de cara a la opinión pública. No contaba con que esta misma opinión pública –e incluso algún que otro medio de comunicación afín– se echaría encima ni que buena parte de sus barones territoriales empezarían a desdecir sus palabras en su propio rostro.

La candidatura, nombramiento o más que nada dedazo en toda regla de Rajoy al ex ministro dimitido José Manuel Soria para dirigir el Banco Mundial, abortada por él mismo oficialmente y cercenada realmente por quien decidió ponerlo allí –el propio Rajoy– ha sido la gota que ha colmado el vaso en el seno de un partido a punto de sentarse en el banquillo de los acusados y con incontables casos judiciales en ciernes sobre las espaldas de muchos ex altos cargos.

Y todo esto ocurre cuando el PP había acudido al Parlamento con un pacto con Ciudadanos de 150 puntos en el que sobresalía sobre todo el compromiso de regeneración y transparencia de los populares para evitar que se repitiesen casos como este del que se habla.

La cascada de reprimendas al nombramiento fugaz de Soria para el Banco Mundial no cesó pese a la encendida defensa del dimitido ministro que ha hecho el mismísimo Rajoy –“es un funcionario, y como tal y como hacen muchos ha reingresado en la administración y ha participado en un concurso. El concurso se ha resuelto y yo a partir de ahí no puedo hablar absolutamente de nada más”, dijo sin rubor– y la tibieza con que lo han apoyado sus principales espadas como la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, el ministro Luis de Guindos o los más jóvenes Javier Maroto o Pablo Casado, sin contar al siempre fiel Rafael Hernando.

Alberto Núñez Feijoo desde Galicia, Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre desde Madrid, Isabel Boning desde Valencia, Juan Manuel Moreno Bonilla desde Andalucía, o Rosa Valdeón, vicepresidenta de la Junta de Castilla y León, que no se cortó un pelo al asegurar sentir “vergüenza ajena” tras conocerse la noticia. La número dos de Juan Vicente Herrera, para quien su opinión al respecto era “mejorable”, pidió también “que algunos políticos dejen de hacer daño a la política de verdad”.

A partir de ahora, y pese a la “perseverancia” que se arroga Rajoy en pos de formar un gobierno a toda costa aunque esté más pensando en ganar por mayoría absoluta en diciembre, las aguas por Génova han subido de nivel ostensiblemente y ya no se oculta abiertamente el malestar con las formas de un presidente cada día que pasa más cuestionado. A día de hoy, sólo los votos le avalan. Un argumento de peso. Pero estos pueden ir quedándose por el camino a puñados cuando comience este calvario judicial que aguarda al PP a la vuelta de la esquina.

 

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