Recientemente se ha reeditado en España el relato ilustrado Garras de ángel (Griffes d’ange, 1994), uno de los frutos de la fecunda colaboración entre el dibujante francés Jean Giraud, alias Moebius, y el guionista, dramaturgo, cineasta, alborotador y místico chileno Alejandro Jodorowsky. Los dos artistas se conocieron a mediados de los setenta, cuando Jodorowsky encontró en Moebius el “guerrero espiritual” que estaba buscando para dibujar el storyboard del megalómano proyecto cinematográfico que por entonces se traía entre manos: adaptar a la gran pantalla Dune de Frank Herbert. A esas alturas Jodorowsky ya se había labrado una reputación de chalado visionario a escala mundial, merced a sus producciones teatrales con el Grupo Pánico, junto a Arrabal y Topor, y a un par de largometrajes que se convirtieron de inmediato en películas de culto: El topo (1970) y La montaña sagrada (1973); con ellos se ganó la admiración de los grandes héroes lisérgicos de la época, empezando por John Lennon. Jean Giraud, que llevaba años dibujando El teniente Blueberry para la revista Pilote, adoptó el seudónimo de Moebius para rebelarse contra las restrictivas directrices de papá Goscinny, que condicionaban la estética y los contenidos de la bande desinnée. Dando rienda suelta a su fantasía, Moebius pergeñó cómics tan descabellados y visualmente apabullantes como El garaje hermético, Arzach o El empalmado loco: auténticas sinfonías de delirio, cumbres indiscutibles en la historia del noveno arte y en los anales de las alucinaciones.

Los caminos de Jodorowsky y Moebius estaban destinados a cruzarse; y aunque el proyecto maldito de Dune se vino abajo (lo retomaría años después David Lynch para filmar el único bodrio de su carrera), los dos autores se constituyeron en tándem estable como guionista y dibujante, firmando joyas como la epopeya de ciencia ficción El Incal (1980-88). De toda su producción conjunta, Garras de ángel descuella como obra perteneciente de lleno al género erótico. Eso sí, a un erotismo muy particular, poblado por los fantasmas que pululan por el magín de Jodorowsky, que en el terreno de lo sexual podríamos catalogar en dos grandes categorías: a) las expansiones del conflicto edípico, y b) la dimensión chamánica del sadomasoquismo.

En Garras de ángel, la protagonista se adentra en un siniestro caserón que simboliza su subconsciente. Allí se tiene que enfrentar a sus deseos más oscuros, empezando por la transgresión de las leyes del incesto: ha de entregar su cuerpo al espectro de su padre, visión hamletiana que la espera en el umbral verga en mano. Caricatura hardcore de los tópicos del psicoanálisis, esta lectura excesivamente literal de Freud permea toda la obra de Jodorowsky, que no vacila en sacar a la luz la dimensión sexual de las relaciones entre padres e hijos. El problema es que, fiel a sus obsesiones, Jodorowsky también airea teorías tan espinosas fuera del ámbito de la ficción, levantando buenas polvaredas en las redes con sus declaraciones. El chileno, que se autodefine como “psicomago”, usa su cuenta de Twitter para aconsejar a sus seguidores, a modo de parodia esperpéntica del consultorio de Elena Francis. Pues bien, el 4 de diciembre de 2010 publicó un tweet sugiriéndole a una lectora llevar a cabo la siguiente acción simbólica para superar sus traumas: “Disfrázate de puta. Que venga tu novio portando la foto de la cara de tu padre hecha máscara y te posea brutalmente. Te liberarás”. Jodorowsky, octogenario con alma de niño, no entiende muy bien los límites de lo políticamente correcto (o a lo mejor lo que pasa es que se hace el tonto); así que, no habiendo aprendido la lección tras la somanta de críticas que se le vino encima por el anterior texto, el pasado mes de julio publicó esta antológica boutade en Twitter: “Todos deberían violar a sus hijos. Eso los hace despertar un afecto traumáticamente inquebrantable por sus padres”. Y se quedó tan ancho.

Alejandro Jodorowsky en una entrevista promocional de su filme 'La danza de la realidad' (2013).
Alejandro Jodorowsky en una entrevista promocional de su filme ‘La danza de la realidad’ (2013).

Como necesario complemento freudiano al incesto, las obras de Jodorowsky reproducen una y otra vez la castración del padre, actualización del mito uránico. Es raro encontrar un guión de Jodorowsky sin castraciones. Baste decir que cuando quiso adaptar Dune y se dio cuenta (con gran decepción, imagino) de que en la novela de Frank Herbert no le cortaban a nadie las pelotas, se encargó de modificar la trama y, mediante una improbable acrobacia argumental, hizo eunuco al duque Leto Atreides, precisamente el padre del mesiánico protagonista. Garras de ángel no iba a ser una excepción; la protagonista, en pleno éxtasis sexual, recibe sobre sus pechos los chorros de sangre que brotan de la autoemasculación del padre. La sangre, fluido vital, actúa aquí como sustituto sacrificial del semen.

Las narraciones jodorowskianas son ricas también en imaginería y prácticas sadomasoquistas de lo más variado. Sin embargo, a diferencia de los autores libertinos, de Sade en adelante, para quienes la tortura sexual, en tanto voluptuosidad, es un fin en sí mismo, Jodorowsky interpreta el dolor y la destrucción del cuerpo como un medio necesario para adquirir el conocimiento sagrado y alcanzar la liberación. Es un místico, no un hedonista. Las mutilaciones y automutilaciones son una constante en el imaginario de Jodorowsky, quien, según cuenta, aprendió de primera mano todas estas cosas de Pachita, una bruja mexicana famosa por hacer milagrosos y sangrientos transplantes de órganos en su propia casa, a la luz de las velas y auxiliada por potencias supraterrenas; el sistema de Pachita, por lo que cuenta, era más parecido a los sacrificios a Huitzilopochtli que al protocolo de quirófano. En Garras de ángel, esta vía del dolor genuinamente chamánica se escenifica a través de los tópicos visuales del sadomasoquismo: bondage extremo, nalgas descarnadas a golpe de látigo, pezones traspasados por agujas, piercings vaginales, suspensiones con ganchos en plan Un hombre llamado CaballoUna progresión de violencia sexual que funciona como escalera de Jacob y acaba desembocando en la superación del cuerpo, de la materialidad, de la realidad. El espíritu triunfa sobre la carne.

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¿Tanto derroche de sexo retorcido e imágenes explícitas para arribar a una moraleja casi monacal? Esta es una de las paradojas típicas en Jodorowsky, un autor cuya fuerza radica en que no tiene miedo a la censura, al error o, sobre todo, al ridículo. Y es que Jodorowsky es gloriosamente ridículo; consigue despertar en nosotros tanta vergüenza ajena que, al cabo, resulta muy estimulante. “El ridículo es el elemento dinámico, creador e innovador de toda conciencia que se quiera viva”, escribía Mircea Eliade. Bufonesco, irritante y perverso, Jodorowsky nos escandaliza y nos revuelve, y al hacerlo nos saca de nuestro abotargamiento cotidiano. Bienvenidas sean sus castraciones, sus sandeces psicomágicas, su Edipo multiforme y sus barbaridades en Twitter.

1 COMENTARIO

  1. Me ha gustado mucho tu artículo. Recordado buenos y viejos tiempos. Tiempos que aún siguen latiendo y son presente. Me ha gustado mucho, repito. Tigre tigre.

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