Una de las herramientas con las que trabajamos los coaches son las declaraciones básicas. ¿Y eso qué es? Pues son expresiones que utilizamos —o no— en nuestro día a día, y que, aunque no lo parezca, dan pistas de cómo vivimos. Declaraciones básicas son el sí, el no, te quiero, no sé, perdona, gracias… ¿Cuánto las decimos o las dejamos de decir? ¿Cuánto nos cuesta decirlas? Muchos de los problemas que sufrimos aparecen por no ser capaces de utilizar alguna de estas expresiones.

Hoy me quiero quedar con una de ellas: gracias. Qué palabra tan corta, tan bonita, y tan… difícil de decir. Especialmente parece que cuesta demostrarlo, ¿no es así?

Y es que el agradecimiento, como cualquier otra cosa en la vida, se demuestra andando. Dar las gracias por algo, un favor, un servicio, una ayuda prestada… puede ser un simple gesto de educación, una fórmula de cortesía o algo mecánico que nos sale porque nos lo enseñaron nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros profesores. Pero el agradecimiento va más allá de eso. El agradecimiento es una actitud. Como el amar. No basta con decir «te quiero», hay que demostrarlo. No basta con decir «gracias», es necesario ponerlo en práctica.

¿Y cómo se vive el agradecimiento? Pues… pienso que es algo que tiene mucho que ver con el amor. Cuando uno se siente agradecido por algo, lo demuestra amando. Es algo que normalmente uno ni siquiera se plantea, porque sale del corazón. Cuando uno vive agradecido, se nota. Y también se nota lo contrario. Hay personas a las que se les llena la boca de agradecimiento, pero su actitud demuestra lo contrario. Suelen ser los mismos que hablan mucho de amor, dicen mucho «te quiero», pero a la hora de la verdad viven de puertas para adentro. Mucho te quiero, perrico, pero pan poquico, que dice el refranero.

Cuando uno está agradecido de verdad, cuando uno ama sinceramente, lo demuestra con hechos, un día, y otro, y al siguiente. Alguien agradecido, alguien enamorado —creo que son palabras que están muy próximas— se desvive por el otro, está dispuesto a cualquier cosa por hacerle la vida más agradable, por hacerle feliz, por verle sonreír. Y no hacen falta heroicidades para demostrar el agradecimiento, para demostrar el amor. No hacen falta grandes acciones, ni volver el mundo del revés (aunque se pueda estar dispuesto a ello y a veces se haga). Se demuestra con el día a día, con pequeños gestos, con una sonrisa, con un detalle, con una visita por sorpresa, con una llamada inesperada, con un beso furtivo… Todo depende, evidentemente, del tipo de relación que tengamos con esa persona a la que agradecemos algo, y quizá también con ese algo por lo que estamos agradecidos. No es lo mismo estar agradecidos con los padres, por la vida recibida, por la educación, por los esfuerzos hechos para sacarnos adelante, que estar agradecido con un amigo que está ahí siempre que lo necesitamos. La forma de demostrar nuestro agradecimiento será diferente.

Uno puede también —y me atrevería a decir, debe— estar agradecido con la vida. Gracias a la vida, que me ha dado tanto, dice la canción. Y quizá llegados a este punto haya quien pueda decir, ah, no, yo no. A mí la vida me trata muy mal, yo no tengo nada que agradecer a la vida. Y puede ser que sí, que la vida a uno le trate mal, y que no encuentre motivos para estar agradecido con nada. Es cierto que hay vidas muy miserables, y yo sería el último en juzgar a nadie por no encontrar motivos de agradecimiento en la vida. Pero… ¿y si lo intentamos? A veces sólo hace falta mirar a nuestro alrededor para encontrar cientos, miles de motivos por los que estar agradecido. Un amanecer, una puesta de sol, una flor que nos sonríe al pasar a su lado, la risa de un niño, la lluvia de primavera, una palabra amable de un tendero, el trabajo de un barrendero que adecenta la ciudad, la dedicación de un mago infantil que hace sonreír a un niño enfermo… ¡Hay tantos y tan variados motivos para estar agradecidos a la vida!

Hace tiempo leí por Internet acerca de un proyecto, que hoy propongo a mis lectores. Es todo un reto que, creo, merece la pena poner en práctica. Se trata de encontrar 365 cosas por las que estar agradecido, una por cada día del año. Y para hacerlo mejor, podemos coger un cuaderno e ir anotando día tras día eso por lo que estamos agradecidos. Cada día una cosa. Se puede escribir un pequeño texto, e incluso, como proponía el proyecto del que os hablo, acompañarlo de una fotografía. Este pequeño ejercicio nos ayudará a reparar en cosas a las que normalmente no prestamos mucha atención, y que, sin embargo, son motivo de agradecimiento. Y como la felicidad tiene mucho que ver con vivir agradecidos, seguro que después de un año dedicados a este proyecto, a encontrar cada día un motivo para dar gracias, seremos al menos un poquito más felices. Merece la pena intentarlo, ¿no?

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre