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Efímero

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Los Aldegunde son una familia muy unida. Tan, tan unida que sus cuatro miembros son parientes entre sí. Tres de las mujeres Aldegunde casaron con tres de los hermanos Agetro y la única chica de la familia Agetro casose con el único Aldegunde. Durante años han compartido casi todo. Viven en el mismo rellano de escalera. Comparten vacaciones, cuidado de los hijos, angustias, penas, alegrías y futuro de vida. Son una familia de las de toda la vida en la que, como todos viven en el mismo rellano, entran y salen de cualquiera de las casas como si fuera la suya.

Durante muchos años, desde que contrajeron nupcias, porque todos lo hicieron el mismo día, hasta ahora que casi todos los miembros han llegado a los albores de la jubilación, todo lo han hecho como si fueran clones. Los cuatro matrimonios tuvieron dos hijos. Casi todos los hijos, nacidos en las mismas fechas. Todos, chica y chico. Todos hicieron el mismo día la comunión, todos fueron al mismo colegio. Todos los chicos pasaron la pubertad más tarde que las chicas y todos se quieren como hermanos.

Ahora, que los hijos se han casado y que cada uno de ellos ha buscado pareja fuera del entorno familiar, los Agetro y los Aldegunde, se han quedado solos en el rellano. La casa se les viene encima. Los que ya están jubilados están todo el día sin saber qué hacer y recuerdan, con nostalgia, los días en los que la algarabía y el bullicio invadían la escalera y las casas. Todos están pensando en lo mismo. Cuando tengan nietos, y no parece que vayan a tardar mucho, todo volverá a ser como antes. Sin embargo, ya nada será igual. Porque uno de los Agetro, la mayor, vive con su pareja que es otra chica y no parece que ni sus padres, ni sus tíos hayan asimilado la situación con normalidad. Además, pronto, el mayor de los Aldegunde traerá a su pareja a casa de sus padres y les informará que él también es gay, como su prima.

Han pasado algunos años y la segunda generación de Agetro y Aldegunde, ya no se parecen en nada a sus ancestros. Una de los Agetro tiene siete hijos, y otro de los Aldegunde sólo uno. La pareja de Lesbianas ya no pisa la casa de sus padres, y el primo homosexual y su pareja se fueron hace unos años a trabajar a Estados Unidos, con lo que tampoco vienen, ni en navidad.

Para los que habitualmente visitan a sus padres con sus hijos, la situación sigue más o menos como cuando ellos eran pequeños. Sus hijos entran y salen de cualquiera de las casas y como alguno de ellos, no tiene espacio para todos sus nietos, éstos acaban durmiendo en casa de sus tíos, que es como si fuera la suya.

Con los ahorros de toda una vida, los ocho ancestros han consensuado comprar una casa de pueblo que está rodeada por una gran finca de tres hectáreas en la que los nietos podrán disfrutar ahora que algunos empiezan con la pre-pubertad. Todos han participado económicamente con la misma cantidad de dinero y la propiedad es a partes iguales.

Durante unos pocos años, hasta que los primeros nietos mayores empezaron a tener parejas, todo fue miel sobre hojuelas. Todos compartían la propiedad sin pedirle cuentas a ninguno de los otros miembros de la familia y todos disfrutaban del campo sin ningún tipo de cortapisas o problemas de convivencia.

Pero nada dura eternamente. Hace unos días, uno de los miembros de la cuarta generación, un pinta de categoría, que con sólo nueve años ya ha cometido más fechorías que todos sus padres, abuelos y bisabuelos juntos, ha explosionado un petardo metido en la diadema de su prima segunda. El bisabuelo de ésta, uno de los Agetro, le ha regañado y la madre del “angelito” se ha enfrentado al bisabuelo diciéndole que él no es quién para educar a su hijo. El bisabuelo no ha podido morderse la lengua y le ha respondido que si ella no sabe educarle, alguien de la familia tendrá que hacerlo. Una palabra llevó a otra. La discusión se convirtió en pelea y toda la armonía se ha ido al garete. La familia se ha dividido en dos y ahora pleitean en los juzgados para resolver la propiedad de la finca en el pueblo. Dos de ellos han abandonado el rellano y ya no le dirigen la palabra a los otros. Y todo por un petardo que un cabroncete mal educado explosionó en la cabeza de su prima.


 

Efímero

 

En la vida, nada es eterno. El Imperio Chino, se extendió durante más de veintiún siglos. El romano, duró casi cinco. El español apenas tres. El británico poco más de dos (siendo generosos) y El usaniano, con poco más de medio siglo y ya se tambalea.

La historia debería ser la Torá de la humanidad. De ella deberíamos aprender para no cometer los mismos errores, pero hasta eso, en la actualidad, se está intentando pervertir. Bien es sabido y consensuado que la historia la escriben los vencedores. Con periodos de civilización tan extensos en el tiempo como el chino o el romano, es difícil rebatir esa historia oficial. Hoy, sin embargo, con periodos convulsos tan asiduos como los sufridos en el siglo veinte, es fácil rebatir algunos de los dogmas de fe que los historiadores de la ideología vencedora, dieron por verdades absolutas. Más que nada porque la historia es la vivencia de las personas y hoy, podemos contar como fueron aquellos momentos que algunos quieren hacernos creer que fueron de una manera y que nosotros vivimos de otra forma y sobre todo, que vistos desde nuestra posición actual, vemos claramente que fuimos manipulados para adentrarnos en un sistema que nos vendieron de una forma y que ha resultado ser una ecdisis.

Muchos pueblos han vivido en armonía durante siglos sin que hubiera conflicto entre ellos. Ya fuera por miedo a la represalia del otro pueblo, ya fuera por el diálogo, la política, el comercio o por el interés de ambos frente a otros, supieron solucionar pacíficamente los conflictos que seguro que tuvieron. Sin embargo, sin saber por qué, o mejor dicho, sin que la historia nos cuente la chispa que prendió la yesca, de repente, esos pueblos que durante siglos fueron amigos y vivieron en paz, se declaran la guerra y uno, el vencedor, acaba imponiendo sus intereses, ideas o religiones sobre el otro que no le queda otra que aceptar y callar o esperar tiempos mejores. Habitualmente, los conflictos explosionan por una pequeña nimiedad, porque en realidad hay una fricción que, como en los terremotos, lleva tiempo acumulando energía (rabia) y que, ese suceso nimio, sirve de excusa para la confrontación.

Cataluña lleva mucho tiempo advirtiendo al estado español que no le gusta cómo actúa en su territorio. Podemos estar o no de acuerdo en si sus exigencias son o no acordes a nuestros intereses. Pero lo que nunca podemos es obviarlas. Durante los años de la dictadura el eunuco cobarde, el conflicto planteado por los ciudadanos que allí viven, fue amenazado y acallado por medio de la fuerza. Entonces, en un régimen en el que la policía llevaba a las personas a sótanos dónde les infligía torturas, era fácil acongojar a cualquiera que quisiera subvertir el “orden” impuesto por el golpista facineroso. Más tarde, con la llegada de la ecdisis franquista, hubo un tiempo en que nos creímos que esto era una democracia y a base de presión social, Cataluña logró el autogobierno. Pero cuando el proceso de muda de piel llegó a su término, y el régimen volvió a su ser, los gobernantes del estado ignoraron las peticiones del pueblo catalán y empezaron a comportarse como lo había hecho el régimen: mano dura, ignorancia hacia sus reclamaciones y empleo del retorcimiento de la ley para intentar acallar sus exigencias.

Hoy, con algunos de los sujetos visibles de la petición de independencia en el extranjero, se ha demostrado que, a efectos de la justicia imparcial, la que no tiene lazos ni prejuicios con quién quiere imponer sus ideas a toda costa, ni ha existido rebelión, ni sedición y todo el proceso parece, a tenor de los resultados de las peticiones de extradición de esos ciudadanos, destinado a imponer unos intereses sobre otros a la fuerza. El roce del nacionalismo catalán con el español, está provocando una tensión que, de seguir en este plano, me temo que acabará estallando con la chispa de cualquier nimiedad. No es posible imponer nada a la fuerza a más de la mitad de las gentes que viven en Catalunya. Gentes que si hace un par de años se hubieran contentado con la convocatoria de un referéndum de autodeterminación (como en Quebec o en Escocia sin que nadie se rasgara las vestiduras) hoy, es posible que ya ni eso les valga. Porque las fricciones de los pueblos, o se solucionan en el primer momento o se enquistan hasta crecer y reventar.

Nada es eterno. Ni siquiera un estado español que no puede subsistir en contra de la opinión de sus habitantes. Ni aunque estos sean mayoría. Cuando existe una minoría en número suficientemente en todo el estado que es mayoritaria dentro de uno de esos territorios, o se negocia una solución pacífica o se acaba acumulando una fricción que puede acabar sangrientamente. España es tradicionalmente experta en guerras civiles. Llevamos unas cuantas (seis) en los dos últimos siglos. Y como nada es eterno, si Catalunya deja de formar parte del estado español, será porque algo hemos hecho mal. Ninguna familia discute hasta llegar al punto de no retorno si no hay intereses ajenos que sacan partido de esa situación.

Reflexionemos sobre lo que más le conviene a todos los miembros de la familia que conviven en España y no sólo a unos pocos cabroncetes intolerantes.

Salud, república y más escuelas.

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