14 de abril de 1931. Se proclama la II República Española. No tardan ni tres días en armarla en Cataluña: Macià proclama la República Catalana dentro de la República Federalista Ibérica o algo así.

El desafío es de órdago. Y el Gobierno provisional y progresista de Madrid reacciona con contundencia: envía a Barcelona tres ministros de primer orden para negociar una solución. Están entre 7 y 9 días negociando a marchas forzadas. Resultado: Madrid acepta la recuperación de la Generalitat y el compromiso de debatir en Cortes un Estatuto de Autonomía.

Macià retira su proclamación que, por cierto, no era independentista.

Octubre de 1934. Lluis Companys,  President de la Generalitat, proclama l’Estat Català dentro de la República Federal Española. Por cierto, tampoco era independentismo.

Dos gobiernos, dos actitudes ante un mismo problema de gran calado.

Naturalmente que hay que tener en cuenta matices y diferencias históricas, pero convendrán conmigo que estos hechos son muy significativos sobre maneras y maneras.

Ante el llamado «problema catalán» el gobierno de Rajoy exacerba hoy el más rancio nacionalismo españolista y escuda su cerrilismo político en la Constitución para enfrentarse al cerrilismo de algunos sectores del nacionalismo catalán. A eso le llama oferta de diálogo y envía a su vicepresidenta para guardar apariencias.

Magistrados de prestigio consideran que, con la Ley en la mano, se puede negociar un referéndum. Todo se puede negociar, a mi juicio, cuando existe voluntad política, que no es el caso de Rajoy.

Lo que sí parece claro es que tanto los dirigentes del PP como aquellos de otros partidos que, de una forma u otra, sostienen su Gobierno, podrían de dejar de ser fábricas de independentistas cada vez que abren la boca.

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