El congreso ha prohibido que se ampute el rabo a los perros, ya sea por razones estéticas o por una presunta mayor eficacia para cazar. Me regocijo en mi sofá de eskay imaginando a nuestros políticos debatiendo durante horas sobre el rabo de los cánidos, sus pros y contras, sus dimes y diretes, sus lujurias y azoteas. Algunos poniendo por ejemplo al rabo de lagartija y su virtud de volver a crecer una vez amputado. Otros mostrando los inconvenientes de recoger las heces del animal mientras el rabo sacude la cara de su dueño. Otros aún más retorcidos pensando que el perro, al contrario que el macho español, caza mejor con el rabo cortado o entre las piernas. Finalmente concluyeron que cortarles las orejas, seccionarles las cuerdas vocales o extirparles las uñas tampoco es lícito ni ético. Sobrecogido descubro que también los perros tienen su Guantánamo particular.

El partido que dirige Pablo Iglesias subrayó la necesidad de respetar más a los animales como base fundamental para conseguir llegar a ese tipo de sociedad que aspiramos ser.

La organización que representa a todos los cuñados de las navidades pasadas y futuras de este país Ciudadanos, no decepcionó a su selecto quórum al mencionar que “quien maltrata a un animal de forma innecesaria podría ser un sociópata”. Un argumento que parece haber nacido al albergo de dos cañas y una tapa de caracoles. La frivolidad argumental de esta formación hace que cada vez que abren la boca tenga que aplicarme una crema hidratante para evitar irritaciones cutáneas.

Mientras tanto el partido que gobierna este país se aplicó con denuedo -que no es una variedad de vino de Rioja- en defender el corte del rabo en las razas destinadas a la caza, aludiendo que éste apéndice dificulta su labor al entrar en madrigueras, provoca que se enreden en las zarzas, y lo más llamativo, resulta muy molesto el “efecto látigo” en las razas más grandes.

Desconozco si todo esto tuvo su origen en la edad media cuando se le cortaba la mano al ladrón, o cuando San Roque se despistó permitiendo que Ramón Ramírez obrara aquella amputación. Lo que tengo claro es que todo parte de ese antropocentrismo que caracteriza al ser humano de hoy y le hace sentirse el centro absoluto de la existencia. Nos hemos quedado cerca de ver a los demás animales prestar sus servicios al hombre; el topo nos podría ayudar a introducir la fibra óptica, el pavo real al extender su cola haría las veces de biombo móvil, o el erizo como plato para las aceitunas, sin hueso por supuesto. Mi apuesta más firme siempre recayó en el canguro, animal que considero la mascota total; es divertido, sabe boxear, y te puede acompañar a la compra, algo que se agradece bastante dado el precio de las bolsas.

Someter a los animales a nuestras veleidades es un debate que nunca debió existir. No debemos olvidar que los animales tienen un valor, y la ética también debe velar por las cosas que sean valiosas para la sociedad.

Esta reforma llevaba pendiente desde el año mil novecientos noventa y siete, era un tema que debían haber abordado hace veinte años, pero que han ido posponiendo para el momento adecuado. Dándole finalmente un carácter utilitarista. Con la ratificación y puesta en marcha de esta ley, nos han demostrado a todos que nuestros políticos echan una mañana debatiendo sobre las cosas que nos preocupan. Mini- punto para el equipo de los demócratas. Cada partido opina lo que cabe esperar de ellos: Podemos que sí, PP que no, y el Psoe ni sabe ni contesta. Ratifica la ideología de todos en la cámara, transmite la idea de que nuestros políticos hacen política y el sistema, funciona. ¿Dónde habrán ido los rabos que cortamos?

En mi sofá de eskay anhelo un futuro en que éste debate se extienda a los humanos, y valoremos sobre la necesidad de cortar manos a los amigos de lo ajeno, extirpar codos a aquellos que lo empinen en exceso, o limar narices para evitar que algunos se blanqueen tanto las neuronas. Mientras tanto nos tendremos que conformar con ese “efecto látigo” de las mascotas grandes, que ofrece un mundo de posibilidades para iniciarse en el sadomasoquismo.

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