Recuerdo la escena de la escuela de la película “Amanece que no es poco”, convertida en un coro de Gospel cantando aquello de: 

Causa admiración, causa admiración

causa admiración cómo trabaja el corazón…

¡Qué complicación, qué complicación

qué complicación, si se te para el corazón!

 

Es que todo lo que tiene que ver con este órgano resulta fascinante. Uno de los últimos descubrimientos es que las células cardiacas, incluso las obtenidas a partir de células madre, laten bajo el microscopio. Y laten ellas solas, sin necesidad de impulsos eléctricos. Por lo visto, cada una sabe lo que tiene que hacer… y lo hace.

Cuando la ciencia sea capaz de desentrañar los procesos que se concatenan para producir ese constante bombeo de la sangre y conozcamos el papel que juega cada pieza, valoraremos la importancia de ese sencillo principio que ayuda a explicarlo todo: que cada elemento del sistema, sin necesidad de ser empujado por otro y sin relegar sus responsabilidades en otros, “hace lo que tiene que hacer”.

De manera que si un sistema fracasa, sin duda hay alguna pieza que falla estrepitosamente, pero muy posiblemente hay otras que colaboran, o que no alertan, o que no ponen remedio, o que miran para otro lado, o que pasan de todo, o que están tan fanatizadas, tan maleducadas, o son tan estúpidas, que prefieren el suicidio colectivo a cambio de la comodidad personal.

En España vivimos anonadados ante la proliferación de los casos de corrupción. Es bueno que, aunque sea por la crisis, tengamos la epidermis lo suficientemente sensible como para sentir que se trata de actividades inaceptables. No hace mucho tiempo eran cosa “de espabilaos”.

Pero lo que no queremos admitir es que para que esto haya llegado a ocurrir y para que haya adquirido las proporciones ciclópeas que tiene, no solo ha hecho falta que cunda la degeneración entre ese grupo de personas que despectivamente se denomina “casta política”… Han hecho falta muchas más cosas.

Han hecho falta más cosas… y más personas, más entidades y más castas.

Comenzando por “las cosas”, es decir, por las acciones y omisiones que dañan el buen orden del sistema político y administrativo. Pienso que el énfasis puesto en los delitos de corrupción impacta de tal modo en el debate político y mediático (pone los focos) que exonera al resto de incumplimientos, de ilícitos, que se producen de manera cotidiana y a todos los niveles y desde luego, hace que las obligaciones de Buen Gobierno y Buena Administración que algún día el legislador declaró pomposamente, sean percibidas como mera “música celestial”.

Así, el propio sistema organiza la fuga de la responsabilidad. Los delitos son… “cosa de los jueces”. Los ilícitos administrativos son… “cosa de funcionarios y picapleitos de las empresas contratistas”. Los Principios de Gestión Pública son, directamente, “el sexo de los ángeles”.

Vivimos, siento decirlo, ante un fallo sistémico, el famoso “fallo multiorgánico”, de todos los mecanismos de control del Sector Público.

¿Alguien en su sano juicio puede creerse que la corrupción a gran escala ligada, por ejemplo, al urbanismo, o a los contratos públicos, hubiera podido producirse, por corruptos que fuesen los políticos de turno, sin la colaboración activa o pasiva, o sin la despreocupación más absoluta, de Interventores, Secretarios, técnicos de contratación, de obras, de hacienda, de contabilidad?… ¿Dónde han estado todos estos años?… ¿A qué se ha dedicado el llamado “Control Interno de la Administración”?… ¿En qué ha quedado la probidad profesional de unos funcionarios que son inamovibles precisamente para que puedan servir  al ciudadano bajo el único imperio de la ley?

¿Qué puede existir el riesgo de represalias?… Desde luego. ¿Y quién ha dicho que ejercer la ciudadanía sea gratis? En todo caso, ante esa eventualidad… ¿Qué hacían lo sindicatos, fruto de la fuerza de la unidad de los trabajadores, o funcionarios, frente a los posibles abusos de empresarios, o políticos en este caso?

Y si hablamos del Interno, justo será traer a colación a los venerables órganos de Control Externo (Tribunales de Cuentas) ensimismados y complacientes, metidos en su “torre de marfil”, mareando su perdiz lejos de la realidad y del sistema parlamentario al que teóricamente sirven, produciendo informes de nula utilidad, como ha quedado de manifiesto una y otra vez.

¿Y de los múltiples organismos reguladores hilarantemente denominados “independientes” con los que los apóstoles de la “Nueva Administración Pública” nos han  dado gato por liebre sustituyendo la denostada influencia política por la captura descarada del legislador por parte de las grandes empresas?

Ha fallado también el Control Político (el control parlamentario- o el que han de ejercer los concejales). La oposición, titular de la potestad de control, tiende a perderse en debates mediáticos. Lo que sale en los medios provoca preguntas e interpelaciones y las preguntas e interpelaciones más “picantes”, aunque se trate de insustancialidades, son las que salen en los medios y así sucesivamente,  mientras que el político que verdaderamente quiera cumplir su cometido, como James Stewart en Mr. Smith goes to Washington (Caballero sin espada en los cines españoles) se encontrará literalmente aplastado bajo toneladas de información…  voluntariamente desinformante).

Está todo muy visto… Ya lo decía Sir Humphrey Appleby en la serie Sí, Ministro:

The Prime Minister doesn’t want the truth, he wants something he can tell Parliament.”

Me refería a otro elemento esencial del sistema de control del Sector Público: los medios de comunicación. ¿Han cumplido su función? Los medios de comunicación privados se hallan sumidos en una crisis tecnológica de tal magnitud que les ha abocado a la dependencia absoluta (o sea, a lo más contrario a la independencia de criterio) respecto de los anunciantes, sean éstos administraciones o empresas. Esa crisis, a su vez, les hace prescindir de profesionales solventes que no buscan, ni pagan, ni dotan de recursos para hacer su labor. Y de los medios de comunicación públicos… ¿Qué cabe decir que su prestigio inexistente y sus audiencias mínimas no digan de manera clamorosa?

Avanzando un poco más nuestro recorrido por los distintos sistemas clásicos de control, no podemos olvidar el papel que puede jugar el entorno académico e intelectual y que tan presente estuvo, desde el famoso “J’Accuse” de Emilio Zola publicado el ya remoto 13 de enero de 1898 y a lo largo de todo el siglo XX europeo. El mundo académico hace tiempo que parece haber abandonado cualquier pretensión de jugar un papel de conciencia crítica del poder y de su funcionamiento, por múltiples razones entre las que destacan la endogamia, la cooptación y lo a gustito que se vive en esa pantanosa zona de la “colaboración público-privada” (otro cuento). Es decir, de los negocios al calor del dinero público.

En fin… Así podríamos seguir. Todos estos y otros grupos, sus integrantes, altos y bajos funcionarios, jueces y fiscales, sindicalistas, periodistas, expertos, profesionales, periodistas, profesores, en fin… ¡Votantes! Todos tenemos perfectas excusas para explicar por qué no hicimos nada malo… ¡ni nada bueno!

Cada uno recitó sin mayor emoción lo que ponía en su papel… Sin preguntar, sin protestar, sin denunciar, sin meterse en líos.

En estos días comienzan los “Procesos de Nuremberg” de la corrupción española. No seré yo el que exculpe a ningún responsable de esos “de campanillas”. Bien está que caiga sobre ellos el peso de la ley, pero como dijo Edmun Burke“para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada” y ese es hoy el drama de España.

Miremos a la sabia naturaleza y mejor que grandilocuentes Autos de Fe, eduquemos para el mañana ciudadanos decentes. Células al fin y al cabo de un sistema que, como las de nuestro propio corazón,  sepan lo que tienen que hacer y lo hagan sin necesidad de apremios ni coacciones.

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