Como profesional de la sanidad me veo en la obligada posición de defender la vida, obligada por ética, por moral, por formación, por todas aquellas personas que esperan una donación que les salvará la vida y por todas aquellas que murieron esperándola (según la Organización Nacional de Trasplantes el 10% de los receptores fallecieron a la espera de recibir un órgano).

Donar es dar vida, de una tragedia como es la muerte hasta 8 vidas pueden salvarse.
Los últimos 24 años España es el país líder en trasplantes con 13 trasplantes al día. Somos modelo de referencia mundial en trasplantes liderando asimismo el programa ACCORD (Achieving Comprehensive Coordination in Organ Donation) que trata de incrementar el número de donaciones en la UE. España es líder y además líder en algo de vital importancia, ¡sí señoras y señores!

En España todas las personas somos donantes excepto que se indique lo contrario en voluntades anticipadas

En España todas las personas somos donantes excepto que se indique lo contrario en voluntades anticipadas. Con este exitoso procedimiento la tendencia mundial es reproducir el Sistema Español de donaciones, sistema que supone el 6,7% del total de donaciones mundiales y el 17,6% del total de las producidas en Europa.

Repito: en España todas las personas somos donantes excepto que se indique lo contrario en voluntades anticipadas. Esto quiere decir ni más ni menos que somos dueñas y dueños de nuestro cuerpo más allá de la vida tanto para decidir si queremos no donar o donar uno, varios órganos y tejidos e incluso nuestro cuerpo entero o parte del mismo para la investigación.

Un inciso, sería lógico ser también dueños en la decisión de poner fin a nuestra vida en situaciones de irreversibilidad y elevado sufrimiento biopsicosocial y espiritual. De este tema ya he expresado mi opinión con anterioridad.

No estoy cuestionando en ningún momento a la persona que en plenas capacidades mentales decide no donar, faltaría más. Cada cual que haga o no haga con su cuerpo lo que quiera. Simplemente pongo de manifiesto que discursos públicos que incidan en un posible manejo por parte del Estado de nuestro cuerpo tras la vida, en cuanto a donación de órganos se refiere, cae en varios errores tremendos y de consecuencias importantes:
Nuestro Estado no obtiene beneficio alguno en la donación de órganos, más bien la donación supone un importante gasto sanitario tanto en la extracción de los órganos como en su posterior alojamiento.

Según datos de la Organización Nacional de Trasplantes, los costes en la donación y trasplante de órganos oscila entre 39.000 euros en el caso de un riñón hasta los 135.000 euros en el caso de los trasplantes pulmonares, pasando por 125.000 euros en el cardiaco, 100.000 en el intestinal, 82.000 en el caso de médula y 60.000 en el pancreático.
Obviamente hablamos de costes humanos (de vidas) y aquí el coste económico está supeditado al humano.

Para quien esté alucinado con las cifras recordaremos que en 2-3 años este gasto está amortizado si tenemos en cuenta el gasto que hubiera supuesto la cronicidad de las enfermedades no tratadas mediante trasplante. Además, nuestro Sistema Sanitario Público supone en comparación con el privado (tomando de referencia el modelo estadounidense) un ahorro en sí mismo, se trasplanta con los menores costes. En Estados Unidos un trasplante cardíaco ronda el millón de dólares, en España 125.000 euros.

El sistema de donación implantado en nuestro país cumple con dos premisas solidarias: el altruismo y la equidad. Pilares a las que cualquier acto social debe encaminarse. Un paciente en riesgo vital a la espera de un trasplante es una “urgencia 0” y tiene prioridad absoluta en todo el territorio nacional independientemente de la edad, sexo, religión y/o posición socioeconómico-cultural, a “coste 0” para el paciente y sin beneficio económico alguno para el donante o su familia.

Debemos prestar especial atención a discursos públicos individualistas tales como “mi cuerpo es mío”. No cabe atisbo de duda en la afirmación sobre la propiedad privada del propio cuerpo pero la influencia sobre el gran público genera dos tipos de cojeras, la primera infantil al no querer ver más allá de nuestro propio egocentrismo y la segunda supone un gran guiño al capitalismo individualista que no parece poder (ni querer poder) mirar más allá de aquello que no supone un bien para uno mismo y que no puede ser consumido por uno mismo.

Por nuestro bien y de nuestro semejantes debemos superar los individualismos, los miedos y los pre-juicios. Porque donar es vida. ¡Si no lo usas, dónalo, dónalo!

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