El Cerezo

Mediodía. El sol escuece en toda la llanura. Por el camino, tres chavales vienen saltando. Los grillos, que repiten su estridente melodía, callan cuando los chavales se acercan, y vuelven a resurgir en cuanto se alejan. Solitario en la estepa, un enorme cerezo surge como un oasis en medio del desierto. Los chavales, cansados por el juego y agotados por el calor, deciden sentarse un rato a la sombra. Uno de ellos, inquieto como siempre, no aguanta ni dos minutos. Se levanta, mira hacia arriba y ve centenares de jugosas cerezas negras que invitan a llevárselas a la boca. Coge una, prueba, y una explosión de dulzor agrio le llena la boca.

-¡Ostras!, ¡están buenas! – dice-

Sus compañeros se levantan y le imitan. El sabor les seduce. Cogen otra, y otra, y otra. Caen en la cuenta de que el cerezo no es suyo y prosiguen camino hacia el río dónde van a bañarse. Pasan la tarde pesarosos por haber estado robando las cerezas del Tío Jipy y acuerdan ir a confesarse.

Vuelve a ser mediodía y los tres amigos vuelven a ir caminando al río. Comentan que nadie les ha reprendido por robar cerezas. Quizá no se hayan enterado porque con tantas, el Tío Jipy no las va a tener contadas. Vuelven a sentarse debajo del árbol con propósito de enmienda y de descanso. Pero la fruta es tan apetecible, que vuelven a coger una y otra, y otra. Retoman de nuevo el camino con pesar sintiendo que quizá estén obrando mal. Van a tener mucho que contarle al cura.

Al cuarto día, ya no llegan a las cerezas desde el suelo y deciden subirse al árbol. Siguen sin ser reprendidos y ya apenas tienen cargo de conciencia. Total son unas pocas y no se va a notar. Del cura y la confesión, ni se acuerdan.

Durante diez jornadas, los tres amigos, a medio día y después de comer, repiten camino, parada en el cerezo y baño en el río. Con cada visita al guindo, les cuesta más encontrar cerezas porque cada vez están más inaccesibles y más altas. Y llega el momento en que ya no son capaces de localizar ninguna ni con la vista. No tienen remordimientos porque nadie les ha dicho nada.

Hoy, Tristán, Facu y Carmelo no han ido a bañarse al río. Están escondidos en el monte. El tío Jipy ha decido recoger las cerezas y se ha encontrado el árbol vacío. Ha llamado a la Guardia Civil porque él cree que se las han robado en una sola noche y que ha sido obra de ladrones profesionales. Los tres chiguitos, muertos de miedo y escondidos en su cabaña entre las encinas del Carrascal, esperan no haber sido vistos junto al cerezo.

 


 

Distrayendo la moral

Hace unos días, saltó a los medios la noticia de que en el Reino Unido, el NHS (National Health Service) iba a negarse a operar a pacientes con obesidad y/o fumadores, con el fin de ahorrar gastos al sistema sanitario y para evitar un posible colapso.

Mucho se ha hablado estos días sobre la aberración de esta medida. Como en el poema de Martin Niemöller, primero serán los obesos y fumadores, luego los que tengan una determinada edad, más tarde los que padezcan enfermedades coronarias, luego los que no puedan asumir el copago y al final acabarán operando a quiénes tengan enchufe o a los que puedan pagarse la operación.

Ya sé que, dos días más tarde, y ante el revuelo montado, el NHS ha dejado el proyecto en “stand by” a la espera de que escampe.

Pero el daño ya está hecho. En la tertulia de Julia en la Onda, hubo oyentes que se inclinaban por una especie de seguro adicional (pagado aparte, claro) como los que tienen que suscribir los montañeros, para que en caso de accidente no tengan que pagar los servicios públicos utilizados en su rescate. Incluso hubo algún cafre que dijo que ya está bien de buenismo y que es evidente que darle un hígado a un alcohólico u operar a un gordo o a un fumador, es tirar el dinero de los contribuyentes. Y aquí es dónde nos han llevado sin que nos hayamos movido del sitio. La propuesta es de un “hijoputismo” ruin. Sin embargo se lanza como “algo normal”, algo que no escandaliza. Solo provoca “cierto” rechazo. Cuando se comunica, es porque como un virus, ya tiene un caldo de cultivo del que comer, madurar y hacerse fuerte. La salud es un derecho fundamental inalienable. Cuando se fundamentan “peros” a ese derecho, es porque ya se ha instalado antes ese parche en la moral que permite desactivar nuestras alarmas. Nos llevan treinta años hablando de sostenibilidad económica, olvidando que los servicios públicos están, por definición, fuera de esa coyuntura. Y, como una gota de agua que empieza a horadar una piedra caliza y acaba atravesándola, ese pensamiento de que todo tiene que ser rentable ha calado creciendo en la parte frontal de nuestro cerebro como el peor de los tumores. Que empecemos a cuestionarnos la igualdad en el acceso y a comparar la salud con el ocio, ya es un síntoma de que estamos perdiendo humanidad y convirtiéndonos en seres mecanizados. Ni siquiera debería haber lugar a la aceptación de que no podamos pasear por el campo sin seguro, porque esa admisión, ya es una derrota. Nadie pone en juicio que en un partido de fútbol o en un encierro se utilicen centenares de agentes de la ley o de protección civil con cargo al contribuyente. ¿Por qué se incide entonces en el gasto y la culpabilidad de que se utilice a la guardia civil para ir a buscar a un montañero que se ha perdido? Cuando la prensa cuenta determinadas cosas, se enfatizan ciertos aspectos para inculcar el virus de la rentabilidad asociando el accidente y el servicio público con la imprudencia, la dejadez o el abuso. Así crece este tumor cancerígeno llamado liberalismo que igual nos hace sentir culpables porque nos han TIMADO con unas preferentes, que nos hace resignarnos al tener que pagar la quiebra de la especulación de los bancos, que nos envenena con la rentabilidad de unos servicios públicos que si lo fueran, se prestarían de forma privada o lo que es peor, como no tienen tirón, se desprestigian, arruinan y destrozan para que justamente su forma privada de prestarlos, sea rentable.

Muchos creemos que la educación es el único medio para salir de este sistema injusto que lo que más crea es pobreza. La prensa también educa. Aunque la mayor parte de ella, esa que forma parte de lo que vengo denominando como Prensa_Trols, educa mal. Hay preferencia por la educación en el individualismo y en contra de la sociedad y del humanismo. Se inculca que los derechos sólo son individuales y que prevalecen sobre el colectivo. Se pasan por alto comportamientos graves contra la sociedad mientras se exageran los que afectan a la individualidad. En este país, tirar papeles al suelo, escupir, aparcar en minusválidos, evadir impuestos, no pagar el IVA de una factura, hacer ruido por la noche, conducir ebrio,… son actos considerados como leves, irrelevantes o banales. Se inculca sin embargo que, frente al derecho de huelga, prevalece el inexistente derecho individual de coger un autobús o un metro. Se invoca la Constitución para denostar el nacionalismo, pero si reclamas el derecho de manifestación, el de la vivienda digna, el del trabajo o el cumplimiento del artículo 20 apartado d) (información veraz) eres un radical antisistema o un fascista que quieres ejercer la censura. Se nos educa en el consumo desenfrenado a través de la publicidad. Un consumo que ejerce los mismos síntomas que las drogas. Una vez adquirido el hábito, nos irritamos si no podemos comprar lo que queremos. Comprar nos provoca placer y sumisión. Si puedes tener un móvil último modelo, un coche deportivo o unas vacaciones en la playa, lo demás no importa. Aunque lo demás sea que te obliguen a trabajar cincuenta horas semanales por 600 euros, que el que gobierna se lleva los cuartos, que malgasten los fondos de las pensiones comprando deuda, que para ir a un especialista médico tengas que esperar nueve meses, o que tus hijos no puedan estudiar porque la matrícula es impagable. Sólo importa el yo y el “en este momento”. Lo que lleva a la pasividad, a la dejadez, al servilismo, al sofá y a evadirse con el fútbol, los toros o España es una, grande y libre.

Estamos mal educados y jodidos. Y sin embargo, la mayoría solo reacciona de forma individual y cuando le pica. Nuestro ego es tan enorme, que no importa nada más. Aquí no se niegan a operar a nadie pero es muy posible que si la cosa es grave, no llegues a la operación porque te hayas muerto antes de que te toque. Te derivan a un hospital privado para pruebas diagnósticas de edad y si te niegas, te borran de la lista para siempre. Están acabando con la prevención para dar más negocio a las compañías privadas. Cierran camas en verano como si los enfermos fueran colegiales que se van de vacaciones. Impiden o retrasan el acceso a ciertas medicinas porque son enormemente caras. Como los anticoagulantes más modernos y con menos contraindicaciones y controles que el famoso Sintrón, que no recetan porque son setenta veces más caros.

Nada es importante salvo lo que cuenta la Televisión. No importa que la alemana Fresenius haya comprado la principal compañía española de sanidad porque ésta tiene un 34% de su negocio en las concesiones del servicio publico. Venezuela está más cerca que Galicia. Gran Hermano es más importante que cualquier programa cultural y el fútbol más que cualquier otra cosa en la vida. Estamos en la luna de Valencia mientras nos roban la salud, el trabajo, las casas y los derechos. Pero nada importa porque a nosotros, nunca nos toca nada.

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Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

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