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El dilema y otra milonga

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análisis

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Juro sobre el video de los tres ministros cantando “Soy el novio de la muerte” que hace unos días al querer coger un libro de la última estantería ayudado por el palo de la escoba, por un error de cálculo me eché encima “El dilema” de José Luis Rodriguez Zapatero, dándome en la cabeza un buen picotazo con una de sus esquinas de tapa dura. Al verlo caído en el suelo pensé que el vergonzoso y sonrojante libro de ese gran hombre de Estado que, para nuestra desgracia, pudo ser y no fue, seguía hiriendo además de por el contenido, por el continente. Me acerqué con cuidado al libro, le puse encima la punta del palo como para ver si estaba vivo y comprobé que estaba muerto y bien muerto, realmente aquel libro nació muerto y su contenido además de vergonzoso y sonrojante como ya se ha señalado antes, era más triste, feo y penoso que pegar a un padre con los calzoncillos de Torrente. A escobazos lo arrastré hasta la cocina y poniéndome los guantes de fregar lo cogí y lo eché al cubo de la basura con el mismo asco que si hubiera sido una rata muerta. Al cerrar la tapa del cubo no sin alivio recordé cuando lo leí y me enteré que durante la última y bochornosa etapa de su mandato, el bueno de Zapatero recibió una dura y amenazadora carta remitida por la Unión Europea, esa cada vez más peligrosa y asilvestrada manada de señores encorbatados y señoras en traje de chaqueta donde la señora Merkel ejerce de hembra dominante.

En esa inclemente y despiadada carta se le exigía a Zapatero una serie de reformas brutales, inadmisibles en los plazos y las formas. Y lo primero de todo, lo más importante, era pagar religiosamente a los bancos alemanes los abusivos intereses de nuestra deuda. Y esa, por el fondo y la forma, intolerable carta de nuestros socios y amigos europeos nos la ocultó Zapatero seguramente porque nos veía unos niños todavía muy inocentes, muy impresionables y no quería que esa tontería sin importancia nos quitara el sueño y fuera para nosotros un quebradero de cabeza. La carta, entre otras cosas, nos obligaba a reformar la Constitución para que quedara por escrito, bien claro, que había que satisfacer primero a nuestros acreedores para garantizarles que podrían seguir forrándose, sin ningún problema, con los intereses de nuestra deuda. Los banqueros alemanes, que no se fían un pelo de nuestro país, al que ven como una especie de poblado rumano, un cruce entre La Cañada Real y El Gallinero, pero al por mayor, y quizás en cierto sentido no les falte razón, no querían sorpresas, no fuera que, andando el tiempo, hubiera un gobierno de izquierdas, no otra vez el manso, sumiso y domesticado PSOE, un partido que muchas veces, demasiadas, da vergüenza ajena, sino uno de izquierdas de verdad, y se negaran los muy ladinos a pagar sus abultados y abusivos intereses.

Sabían que nunca había gobernado la izquierda en este país y que probablemente no lo haría jamás, pero no había que fiarse, que a lo mejor algún día a los españoles, vistos a sus ojos como ligeros y casquivanos por naturaleza, “se les va la olla” y caen en la cuenta de que existe la izquierda, una izquierda llamada Unidos Podemos y van los muy insensatos y le votan. Peores cosas se han visto. Por tanto, había que ser cuidadoso y riguroso con estas cosas del dinero que para ellos, nuestros nuevos amos, es el único Dios verdadero según reza en el catecismo de este espantoso régimen neoliberal que nos están implantando a base de recortes en todos los sentidos, a base de suprimir derechos y libertades a marchas forzadas e implantar la precariedad a hostia limpia, por emplear una poética metáfora.

Ningún banquero usurero podía quedarse sin cobrar sus suculentos intereses, faltaría más. Y con nocturnidad y alevosía y la inestimable ayuda del PP, siempre atento a dar todo tipo de satisfacciones al poder económico, al verdadero poder, cambiaron deprisa y corriendo, casi a escondidas esa ley de la Constitución que con tanta amenazadora vehemencia exigía la señora Merkel azuzada por su respectivo amo, es decir, el poder financiero alemán.

Poco o nada se sabía de esta carta porque Zapatero la guardaba en secreto, como oro en paño, para incluirla como gran revelación en un libro que publicó una vez retirado y convenientemente aparcado en ese distinguido hogar de jubilados VIP llamado Consejo de Estado. Es decir, que la haría pública pero, eso sí, cobrando, incluyéndola en el libro como gancho para venderlo. Eso hizo la criatura cuando debería haberla hecho pública el mismo día de recibirla para que supiéramos a quienes teníamos como socios, con quién nos estábamos, nunca mejor dicho, jugando los cuartos.

Decía Zapatero en su libro que esa carta constituyó para él un terrible dilema con dos claras disyuntivas: o bien dejaba que vinieran la chunguísima cuadrilla de la Merkel a tomar posesión de nuestro país, es decir a echarnos las cuentas, o bien él y su gobierno harían punto por punto todo lo que les mandaran, empezando por reformar la Constitución para asegurarles su cobro, su mordida, pasara lo que pasara, incluso si el pueblo tuviera que palmarla de hambre. Y, como todos sabemos, nuestro presidente, esgrimiendo no se sabe qué absurda “razón de Estado”, se bajó los pantalones con la misma solemnidad con que se arria la bandera, incluso no se sabe si no puso el himno nacional para acompañar tan patriótico acto y después de ponerse en manos alemanas al grito de: “a mandar que para eso estamos”, modificó deprisa y corriendo, a escondidas y con la necesaria complicidad del PP, el artículo Constitucional que consagraba la inquebrantable sumisión y disposición de su país a lo que la Merkel y sus muchachos gustaran mandar.

Eso fue lo que hizo nuestro gran presidente cuando, saltaba a la vista, que lo que tendría que haber hecho es, primero hacer pública la carta en todos sus detalles y acto seguido declarar que nuestro país es un país soberano que no tolera imposiciones inaceptables por parte de ninguna banca de ningún otro país. Que lo primero es la gente, los contribuyentes y su bienestar antes que ninguna otra cosa, y que se harían las reformas en los plazos y formas que su gobierno, su legítimo gobierno elegido en las urnas, considerara oportunas, faltaría más, y que renegociaría la deuda dejando de pagar todo lo que ésta tiene de usura pura y dura. Como vemos, tal “dilema” que no debería siquiera haberse planteado, tendría que haberse resuelto poniéndose, como presidente que era, de parte de su país, de su gente, de su pueblo. Debería haber cogido el toro por los cuernos, haciendo valer la innegociable soberanía de una nación que no puede, en ningún caso, entregarse con las manos atadas, como una partida de esclavos, a una cuadrilla de banqueros desalmados que lo único que quieren es su puto dinero, importándoles un comino si el cobro de ese dinero implica que el país se empobrezca y su economía se hunda hasta el punto de que sus habitantes pasen hambre y privaciones sin cuento.

Pero, como todos sabemos, el anteriormente llamado ZP decidió invocar esa incomprensible majadería de la “razón de Estado” y dijo esa tontería, esa estúpida necedad, muy suya por otra parte, de: “cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste” que hablando en plata quería decir: “haré punto por punto lo que me han mandado los alemanes porque es mucho más cómodo y sencillo para mí que enfrentarme a ellos, total, yo ya tengo mi vida resuelta, para qué meterme en camisa de once varas”. Lo que sigue no hace falta ni decirlo porque de todos es conocido y padecido: Zapatero cayó como una bayeta en las siguientes elecciones que ganó ampliamente el Partido Popular proclamando a voz en grito una serie de promesas, de las cuales no sólo no ha cumplido ninguna, sino que ha hecho todo lo que ha estado en su mano para, sistemáticamente, incumplirlas. El camino iniciado por Zapatero y continuado y “mejorado” y ampliado por Rajoy, ambos dos convertidos en leales manijeros, obedientes capataces, fieles mozos de la Merkel, nos ha llevado a esta desesperada situación, una situación que ellos y sus amos alemanes ya preveían, pero continuan por el mismo camino con la convicción de que la gente aguantará lo que le echen.
Y seguimos demostrando una asombrosa capacidad de resignación, de conformidad, de estoicismo, de cuajo, de aguante, de inexplicable sumisión y acatamiento a todo, cuando hace ya mucho tiempo, y muchas gotas ya, demasiadas, que deberían haber colmado el vaso de nuestra paciencia.

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1 COMENTARIO

  1. hay una errata en tu artículo, la carta no es una primicia del libro de Zapatero,pocos días después de recibirla Rajoy denunció públicamente su existencia, pero aún, parece ser, no tenía el una copia, cosa que si pasó uno o dos meses después (ver prensa, abajo), pero Zapatero venía a decir que no sabía nada (como Rajoy era un chorizo y mafioso y un mentiroso ¿para que entonces preocuparse en dar explicaciones a los españoles sobre la carta?):

    (https://elpais.com/economia/2011/12/07/actualidad/1323246781_850215.html)
    por supuesto es una decisión política, no es una decisión económica, porque la economía es política
    -https://elpais.com/diario/2011/08/24/espana/1314136801_850215.html
    -http://www.elmundo.es/elmundo/2012/03/12/economia/1331548808.html
    -https://elpais.com/diario/2011/08/16/economia/1313445601_850215.html

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