Según diferentes estudios epidemiológicos, en torno al 2% de la población general padece y tiene diagnosticado un Trastorno Límite de la Personalidad; aún así, pasa por ser uno de los trastornos más desconocidos y con el que más errores se cometen en su diagnóstico, además de ser de los pocos trastornos de personalidad que tiene tratamiento.

Para empezar, os dejo la corta entrevista que le hicieron a Aroa, una persona que padece el trastorno. Aunque la entrevistadora habla en catalán, Aroa le contesta en español y expresa bastante bien lo que siente alguien con Trastorno Límite.

Hay que dejar claro, antes de continuar, que cuando los psicólogos hablamos de la Personalidad, hacemos referencia a una serie de características o rasgos que se mueven en un continuo, es decir, todos tenemos estos rasgos, pero los podemos tener en mayor o menor medida. De esta manera, aquellas personan que presenten de forma predominante y desacerbada alguna de estas características, podrían estar padeciendo algún tipo de trastorno de personalidad.

Según los manuales diagnósticos, el Trastorno Límite de la Personalidad se caracteriza por «Un patrón general de inestabilidad en las relaciones interpersonales, la autoimagen y la efectividad, y una notable impulsividad, que comienzan al principio de la edad adulta y se dan en diversos contextos» (DSM IV-TR).

El inicio del trastorno, aunque se suele diagnosticar a partir de la edad adulta, suele darse en la adolescencia. Entre sus causas están factores genéticos o biológicos que se ven impulsados por otros factores psicosociales, como la existencia de abusos en la infancia (no sólo referente a abusos sexuales, también acoso escolar,…).

Las personas que padecen un trastorno límite nos van a llamar la atención por sus conductas impulsivas que se dan en determinadas ocasiones. Tienen un concepto de sí mismos muy cambiante e inestable; en ocasiones sienten que son «lo mejor» y que van a «comerse el mundo», y otras se consideran «una mierda» o que «no valen para nada». El abuso de sustancias, la compra compulsiva, atracones de comida u otras conductas que puedan implicar peligrosidad o riesgo pueden estar presentes. Junto con ello, la agresividad verbal o física, la hostilidad y la ira, hacía los demás o hacia ellos mismos, van a estar presentes en sus respuestas ante sucesos que sean estresantes o que ellos perciban como estresantes.

Las percepciones que tienen estas personas están totalmente sesgadas y se ven afectadas por su baja tolerancia a la frustración. Así, una situación que para cualquier persona podría resultar sin importancia, para ellos se convierte en una fuente de malestar muy importante. Ante la imposibilidad de combatir ese malestar de una forma sana, desarrollan un repertorio de conductas que, de forma inconsciente, va dirigido a hacer notar el malestar, pero que lo único que consiguen es hacer daño a las personas que le rodean, sin que esa fuera la intención.

Todo ello conlleva que las relaciones con otros (familia, amigos o pareja) sean muy inestables, pudiendo encontrarnos con que en 5 minutos pueden pasar de amar a odiar a una persona, es decir, se mueven rápidamente entre los extremos de idealización-devaluación. Aunque son capaces de hacer cualquier cosa para mantener a las personas a su alrededor, acaban provocando que se separen de ellos.

Pero, además de todas estas conductas llamativas, lo que seguramente nos llame más la atención sea la incapacidad de estas personas de ser felices. Tienen un sentimiento de vacío que, a pesar de no tener una fundamentación real, es crónico, llegando a eliminar recuerdos positivos de algunas situaciones; así, nos vamos a encontrar, una vez que les explicamos esto en terapia, que les agobia y les entristece la idea de que «no van a ser felices nunca». Estos sentimientos de vacío, ayudan a la inestabilidad emocional que les caracteriza.

Como explica Aroa en su reportaje, también es común que aparezcan conductas autolesivas, es decir, que los pacientes se hagan cortes, quemaduras o se dañen así mismos de alguna manera. En ocasiones, hay ideación suicida y, en épocas de estrés elevado, pueden tener alucinaciones o ideas paranoides.

Puede que identifiquemos alguna de las cosas que hemos comentado en algún conocido, lo que no significa que tenga el trastorno. Como comentaba al principio, todos tenemos algunos de estos rasgos o, en alguna ocasión, nos hemos sentido así, pero eso no implica que sea patológico.

No todos los síntomas tienen que estar presentes en una misma persona para que se diagnostique el trastorno. Será el profesional quien evalúe si existe trastorno y la gravedad del mismo. Hay pacientes que, tras conocer su problema, son capaces de controlar los síntomas perfectamente, aunque presentan conductas negativas cuando se presenta una situación de estrés que no saben controlar o que le supera.

Cuando se evalúa a personas con esta patología, se puede confundir en ocasiones, dándose el diagnóstico erróneo de Trastorno Bipolar, Trastorno de la Conducta Alimentaria (cuando hay síntomas relacionados, que aparecen como reflejo de la impulsividad de los pacientes) o Trastornos por Abuso de Sustancias, entre otros.

También recordar que existe un tratamiento eficaz que no pasa por estar medicado, en la mayoría de los casos. La terapia cognitivo-conductual se ha mostrado eficaz para el tratamiento del Trastorno Límite de la Personalidad. También, el apoyo familiar va a ser un elemento muy importante para la mejoría de estos pacientes.

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