Suena el teléfono y antes de que pueda atraparlo, a pesar de que por una vez sé donde está –encima de la mesa del despacho- y me apresuro cuanto puedo para llegar hasta él, enmudece antes de que logre alcanzarlo. En la pantalla aparece un número que nada dice a la memoria de la maquinita pues no lo asocia a ningún nombre; pero como estoy esperando la llamada de un editor -nunca es fácil hablar con las personas demasiado ocupadas- y sigo siendo un optimista natural, especulo que mi editor tal vez esté utilizando un segundo móvil. Así que pulso la tecla.

-Hola, soy Javier Puebla, me acabas de telefonear.

-Ah sí, perdona, estoy subiendo a un tren y ahora no puedo hablar. Te llamo en veinte minutos.

-Perfecto, ¿pero quién eres?

-Luego te explico.

Luego me explica.

Una mujer. Su voz sonaba entrecortada y ni siquiera se me ocurre de quien pueda tratarse, ¿una periodista? ¿una lectora? ¿una posible alumna? ¿un remedo de Glen Close en Atracción Fatal? Veinte minutos después en efecto se produce la nueva llamada y es ella. «Seguro que no me recordarás pero tengo una tarjeta de visita mía con un relato tuyo» (¿quién no tiene una tarjeta de visita mía con un cuento o relato?). Pura palabrería. Por supuesto que la recordaba. Me dice que le gustaría comer conmigo.

Es un poco insólito y por eso, porque es insólito y no hay nada como romper las rutinas, acepto tras un levísimo titubeo.

Guardo el número de teléfono en la memoria del Smartphone bajo el epígrafe: DESCONOCIDA. Y a continuación le mando un mensaje, explicándole que la he bautizado así: Desconocida.

«¡Qué divertido! ¿A que sí?», responde Desconocida de modo casi instantáneo.

Lo copio en mi diario de bolsillo, y escribo preparando el futuro: Desconocida era…

Y en efecto, en el diario que llevo en el bolsillo escribo el nombre y apellido de la mujer misteriosa. La esposa o ex esposa o presumible ex esposa de alguien que aprecio o aprecié; pero no debo desvelar su identidad aquí, me advierte y susurra desde lo más profundo el viejo Gracián. Baltasar, Baltasar Gracián:

«La verdad a veces no puede decirse o porque nos perjudica a nosotros o porque perjudica a un tercero».

Si ahora escribiese el nombre de esa mujer, atractiva, inteligente, que me ha llamado en teoría para preguntarme una serie de cosas sobre el mundo literario, pero con quien pasé más de dos horas charlando about the meaning of life y de conocidos cerdos comunes, o la perjudicaría a ella o me perjudicaría a mí, o a cerdos terceros (y yo soy un señor).

Así que aunque ahora sé quien es decido conservar, indefinidamente, su número en mi teléfono tras la sugerente máscara de once letras: Desconocida.

Porque es literario, pero también porque en ello hay algo de  merecida justicia poética. Dice la Academia:

desconocido:  alguien falto del reconocimiento o la gratitud que le es debida.

Desconocida, espero pronto volverte a ver.

 

(Texto dictado por Javier Puebla y mecanografiado por Ángel Arteaga Balaguer).

 

5 COMENTARIOS

  1. Adoro los lunes por encontrarme con joyitas como ésta… Mira que yo soy de adorar más los sábados… Pero por tu culpa voy a cambiar de adoraciones

  2. Cuando quieras te dejo mirar mi agenda electrónica y en la de la encontrarás a ella, con el nombre del que he hablado en el artículo, aunque todo el mundo ha pensado que era un relato, pero no. Un artículo simplemente

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