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¿Argentina tiene salida? Sin dudas, la cuestión es si la salida es la que nos gusta y quisiéramos

Eduardo Rivas
Eduardo Rivas
Licenciado en Ciencia Política
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análisis

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Sin pretender ser un tratado sociológico ni mucho menos, entender la lógica de funcionamiento de la Argentina y los argentinos hace que uno pueda dilucidar por qué nos pasa lo que nos pasa.

Quizás la mejor explicación de la realidad la dio hace más de 80 años Enrique Santos Discépolo cuando dijo que ‘Hoy resulta que es lo mismo, ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador…’, porque para la mayoría de los argentinos no es importante la cualidad y calidad de los gobernantes sino que lo que realmente importa son las consecuencias que su accionar tiene sobre su realidad cotidiana, fundamentalmente económica.

La honestidad no es un valor perenne, sino que circunstancialmente puede ser un tema de interés… hasta que otro tema ocupa la portada de los medios de comunicación. Solo así se puede entender que desde 1983 a esta parte todos los presidentes, incluido el actual, y con la sola y honrosa excepción de Raúl Alfonsín, han tenido que explicar su accionar en la justica. Y algunos de ellos fueron reelectos cuando ya pesaba sobre sus espaldas duras acusaciones de corrupción, pero sin embargo otras cuestiones pesaron más a la hora de decidir el voto. Es decir que para una gran parte de los argentinos es preferible un gobierno corrupto si mi economía se mantiene a flote. Las consecuencias a futuro no son tenidas en cuenta, porque la mayoría de los argentinos piensan en el hoy más que en el mañana.

¿Qué salida queda entonces? Construir un proyecto serio y fiable que pueda estimular cambios culturales que redunden en beneficios a largo plazo para la ciudadanía. No preocuparse por ganar en el corto plazo una elección, sino trabajar en el mediano y largo plazo. No encandilarse con acuerdos contra natura para obtener algunos lugares en un gobierno ajeno, sino trabajar para generar nuevas mayorías que acompañen acciones que redunden en beneficios para la mayoría de la ciudadanía, aceptando el acompañamiento de otros sectores. Es necesario tener vocación de mayoría para convertirse en mayoría. Y para eso puede resultar interesante tomar ejemplos de otros lados del mundo. Uno de ellos, podría ser el modelo sueco.

El pasado domingo hubo elecciones en el Reino de Suecia, y como en el último siglo, triunfó la socialdemocracia, que lleva 101 años ganando ininterrumpidamente. Aunque se encendió una luz de alerta porque este es el peor resultado electoral del partido desde 1911. ¿Y cómo se construye esto? Con valores. Y la honestidad y la coherencia son dos de ellos y son fundamentales.

Si uno ve la realidad argentina, con el transfuguismo político existente entre elección y elección, y no por ortodoxia ideológica sino por oportunismo coyuntural, verá que es difícil lograr la consolidación de un proyecto al estilo sueco. Los partidos no defienden posiciones ideológicas sino que ajustan sus velas para ir en dirección hacia donde sople el viento en cada momento.

El peronismo fue estatista, privatista y todo en simultáneo. El radicalismo fue socialdemócrata, liberal y todo eso en simultáneo. Y por fuera de estas grandes construcciones políticas, están los sectores que supieron aliarse alternativamente con quien tuviera más posibilidades de acceder al gobierno.

En ese contexto estas agrupaciones no son más que cáscaras que garantizan las posibilidades de individuos que desde sus listas buscan acceder al gobierno, y cuando los proyectos son tan laxos y las ideologías partidarias inexistentes, queda la mesa servida para el surgimiento de líderes que se sirven de la estructura para llegar al gobierno, y después ‘largan lastre’, lo cual hace que creamos, volviendo a Discépolo, que ‘Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos.’

Por eso es necesario recuperar valores compartidos y proyectos colectivos para poder decirle a Discepolín, casi un siglo después, que no ‘Es lo mismo el que labura, noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley.’

Parte de esto dependerá de los procesos judiciales en curso, el resto, de nuestra labor como ciudadanos. Depende de nosotros.

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