Cualquier democracia que genere y construya miedo en la ciudadanía, aunque sea de modo indirecto, aunque argumente que con ello pretende encauzar un nuevo y fornido modelo económico y social, ejercita y valida idéntica pauta y adoctrinamiento que cualquier dictadura, aunque no presente oficialidad alguna sobre ello.

Creemos erróneamente que, por estar bajo el techo de la palabra democracia, todo es correcto y todo es perdonable, y toda justicia es válida, y toda sentencia judicial es correcta, y toda ley inalterable. Ese es el primer y gran error, creer que hemos llegado, que todo está resuelto, que todas las luchas han acabado, y que el desierto se ha dejado atrás. Y es en esa manera, también, como se promociona la imperfección y como se intenta convencer a la ciudadanía.

Justificamos o dejamos que otros justifiquen actos deleznables, corruptos e inhumanos, con una palabrería más cercana de cualquier publicidad comercial que de un argumento con una base firme y estructuralmente social que dignifique la vida de todo ciudadano, que proyecte futuros consistentes y loables. Y todo ello, apoyados en la palabra democracia, o en todo caso, para reafirmar su tesis, se utiliza la comparación con otros Estados o países con una organización aún más deleznable, aún más inhumana, aún más corrupta, creyentes que en ese balance eso les salva y los fortalece.

No somos capaces de atender y comprender que la perfección no existe, que el Estado perfecto es inexistente. Nunca hubo ninguno, la historia no la trajo, la conducta del ser humano es incompetente ante esa opción.

No damos cuenta que el lugar de todo ciudadano es la lucha, siempre la lucha, la denuncia y el grito para desmembrar todo acto o ley o pauta de todo gobierno que no se ocupe de conseguir una forma loable y digna de convivencia de todo ciudadano a su cargo, y en ningún caso, de justificar con posibles y utópicos mañanas la inhumanidad y las deplorables injusticias de todo presente.

 

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Escritor. En el 2003 publica el entrevero literario “El dilema de la vida insinúa una alarma infinita”, donde excomulga la muerte a través de relatos cortos y poemas, todas las muertes, la muerte del instante, la del cuerpo y la de la mente. Dos años más tarde, en 2005, sale a la luz su primera novela, “El albur de los átomos”. En ella arrastra al lector a un mundo irracional de casualidades y coincidencias a través de sus personajes, donde la duda increpa y aturde sobre si en verdad somos dueños de los instantes de nuestra vida, o los acontecimientos poco a poco van mudando nuestro lugar hasta procurarnos otro. En 2011 publica su segunda novela, “Historia de una fotografía”, donde viaja al interior del ser humano, se sumerge y explora los espacios físicos y morales a lo largo de un relato dividido en tres bloques. El hombre es el enemigo del propio hombre, y la vida la única posibilidad, todo se articula en base a esta idea. A partir de estas fechas comienza a colaborar con artículos de opinión en diferentes periódicos y revistas, en algunos casos de manera esporádica y en otros de forma periódica. “Vieja melodía del mundo”, es su tercera novela, publicada en 2013, y traza a través de la hecatombe de sucesos que van originándose en los miembros de una familia a lo largo de mediados y finales del siglo XX, la ruindad del ser humano. La envidia y los celos son una discapacidad intelectual de nuestra especie, indica el autor en una entrevista concedida a Onda Radio Madrid. “La ciudad de Aletheia” es su nuevo proyecto literario, en el cual ha trabajado en los últimos cuatro años. Una novela que reflexiona sobre la actualidad social, sobre la condición humana y sobre el actual asentamiento de la especie humana: la ciudad. Todo ello narrado a través de la realidad que atropella a los personajes.

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