Tras el primero de octubre, los acontecimientos que rodearon la dimisión de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE, provocaron intensos debates, no sólo a nivel interno sino en la generalidad de la ciudadanía, opiniones en torno a si la “estrategia” de Sánchez era la adecuada para el partido, y conveniente o no para él. Esto deja bien claro que la evolución social del pensamiento colectivo, ha sido convenientemente manipulada durante los últimos años por los poderes económicos que dirigen tanto a medios como a políticos, hasta hacernos creer que ciertamente la única ambición que debemos tener presente es la de “tener”, olvidándonos así del “ser”. Tener para conseguir más y sobre todo, PODER.

No, no hubo estrategia alguna. Para muchos, era sumamente difícil creer que la decisión de Sánchez se debiera exclusivamente al respeto de sus propios valores, respeto a la palabra dada y a la militancia , honestidad, coherencia, generosidad, todos resumidos en una palabra tristemente en desuso “Honor” .

De modo que también queda evidenciado que la decisión de Pedro Sánchez nos devuelve la esperanza en la vuelta de los valores éticos a la política. Nadie imaginaba en el momento de su dimisión el movimiento absolutamente espontáneo de la militancia.

Este huracán en principio rebelión, da paso a la ilusión, de nuevo la esperanza de un PSOE mejor.

Nadie podía prever que una decisión basada en dos veces NO, generara algo tan positivo, por supuesto tampoco Pedro Sánchez. ¿Qué mueve entonces, al exsecretario general del PSOE a dimitir de su cargo, en un país donde la palabra dimisión estaba a punto de desaparecer del diccionario?

Sin lugar a dudas, los valores de un hombre que demuestra que éstos están por encima de cualquier ambición política (por mucho que algunos quieran darle la vuelta). Valores como el compromiso, la lealtad a los militantes, a los votantes y a su país, sí también a su país; sin lugar a dudas, por su convencimiento nacido de los principios del partido que representa, de que las políticas que ejerce la derecha del PP lejos de recuperar a España están destrozando literalmente el Estado de bienestar que, parafraseando a Churchill, tanta sangre, sudor y lágrimas costó a los españoles.

Ante el riesgo de perder lo logrado, Sánchez vino a mostrarnos que la conciliación entre la ética y la política era posible, se mantuvo firme contra las políticas del partido más corrupto de nuestra historia, mantuvo su palabra, a pesar de ser consciente de lo que significaba renunciar a su escaño.

Nos hizo recuperar la esperanza, y nos hizo recordar algo que estábamos perdiendo por el camino, el idealismo que remueve conciencias, el idealismo kantiano que no queda en meras ilusiones sino que busca la aplicación de esas ideas por difíciles que parezcan. La ética moderna, a través de Kant exige de la ética, imperativo moral. Nadie debe esconderse tras el argumento de que la política tiene su propio código ético para justificar el “todo vale”; la ciudadanía acaba asumiéndolo como hecho indiscutible resignándose a soportarlo, pero la desafección estará servida.

La acción de un ser humano como Pedro Sánchez viene a demostrarnos que ese argumento que a tantos conviene no es aceptable, que en política existen valores como la honradez, la honestidad, justicia, igualdad, pluralidad, tolerancia, respeto a uno mismo, a los demás, a la palabra dada; un solo código ético para englobarlos a todos, que incluye el cumplimiento del deber y la búsqueda de la felicidad para la ciudadanía.

Así, el programa que presentó Pedro Sánchez, elaborado por él y su equipo, recogiendo cientos de aportaciones de militantes a quienes se nos ofreció tal posibilidad, es prácticamente un código deontológico; cada una de sus premisas, contiene implícitamente los valores que nuestra sociedad sin duda alguna -especialmente los políticos que son quienes nos representan y los primeros que han de dar ejemplo a la ciudadanía- no sólo debería preservar sino potenciar.

Como apunté en las primeras líneas de este escrito, Pedro Sánchez demostró y lo continúa haciendo que aquello que predica lo lleva a la práctica.

No puedo sino afirmar que ante esta opción en la que los valores son la esencia de su proyecto, la de Susana Díaz evidencia lo contrario aun intentando hacer un viraje en la última curva, apuntándose a un “buenismo” prefabricado en vista de que la meta no está tan cerca como ella misma y los suyos preconizaban.

Desde el momento en que Pedro Sánchez mostró su intención de optar por la Presidencia del Gobierno, todos aquellos –Susana Díaz a la cabeza- que convencidos de que sería un secretario de transición, moldeable y manipulable, hicieron la aportación de “antivalores” más deleznable que ha vivido nuestro partido, ¿o acaso no lo demuestra la conspiración para derrocar a un secretario General democráticamente elegido por las bases? ¿Dónde está la ética en querer muerto a un compañero, “y lo quiero hoy”? ¿dónde que el presidente de una Gestora considere lícito tal derrocamiento como manifestó públicamente?, ¿dónde que se utilice la mentira más descarada, como acusar a Sánchez de no sabemos cuántos pactos, desmentidos, rotundamente negados por la otra parte implicada?, ¿dónde en la actitud de no pedir perdón por verter falsas acusaciones?

En cada una de las reuniones con militantes a las que asisto desde el primero de octubre, cada una de las intervenciones, contienen constantes referencias categóricas a la importancia de los valores morales (entendiendo la moral desde el punto de vista laico).

No se trata, pues, en estas Primarias, de elegir entre candidatos más o menos carismáticos, se trata de optar por un proyecto cargado de ideas, razonamientos y valores éticos, y otros que ofrecen “ganar”, al precio que sea; entre uno que entiende que unas elecciones primarias son un proceso natural de elección entre varios compañeros, que es preciso normalizar y en los que cada uno debe presentar su proyecto en positivo, y otro que resume su comprensión de las primarias con el libro de cabecera Sun Tzu o Arte de la Guerra, sin olvidar El Príncipe de Maquiavelo.

Por último, un tercero que no termina de definir su proyecto, que ha mostrado una carencia de valores fundamentales como la lealtad y el compromiso, manipulando el concepto de unidad. Cada vez que alguien enarbola esa palabra en política, en realidad está diciendo: “si no te avienes a mis razones serás el responsable de lo que se rompa”, ¡tantos años oyendo esa palabra para cerrar la boca al disidente! Ya no es creíble, se han hecho demasiadas barbaridades en su nombre. Porque es una palabra muy hermosa, un concepto maravilloso, si se produce de forma natural, espontáneamente, sólo entonces es auténtico. Jamás a la fuerza, ni usándolo con el trasfondo del miedo.

En estas Primarias se decide mucho más que un candidato o una candidata, se decide si queremos políticos que ejemplifiquen los valores que necesita y exige la ciudadanía, si queremos un futuro Presidente de Gobierno que por encima de todo defienda los intereses de ésta, con soluciones realistas a los graves problemas que le acucian, que consiga que el poder financiero deje de devorarnos, que luche por la igualdad , por la solidaridad, por una vida digna para la ciudadanía, por un planeta que tan generosamente nos acoge y que gracias a colaboradoras como Cristina Narbona serán capaces de conjugar crecimiento económico con la protección de nuestro medio ambiente, consiguiendo la sustentabilidad tan necesaria para nuestra supervivencia; que implemente políticas efectivas de igualdad entre géneros que acaben con las tragedias que genera el machismo, que ponga en práctica sus objetivos frente al austericidio impuesto por la UE para conseguir la vida digna que millones de personas no pueden disfrutar; si queremos que nos represente un ser humano dispuesto a lavar el nombre de la política, cuya definición no es otra que “el arte de bien gobernar” y su objetivo usar el poder para beneficiar a toda la sociedad a través de un requisito imprescindible, la vocación de servicio público.

En mis años de militancia en el PSOE jamás dejé de defender los valores éticos en política; dos personas, dos auténticos líderes en este sentido (curiosamente ambos, ganándose esa categoría desde el trato entre iguales con la militancia) marcaron mi vida con mayor huella; han cumplido, cumplen, mantienen y representan estos valores, Josep Borrell y Pedro Sánchez, el candidato que ha devuelto la esperanza a un país.

 

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