Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en todo el mundo, muy por encima de cualquier otra causa de muerte. La prevención de este tipo de enfermedades va a ser esencial a lo largo de la vida.

Quizás os preguntéis qué es la enfermedad cardiovascular. Los enfermos cardiovasculares son aquellos que padecen alguna patología que afecta al corazón y/o los vasos sanguíneos (hipertensión, isquemias, arterioesclerosis, cardiopatías,…)

Pero me gustaría centrarme en aquellos pacientes que ya han padecido uno o varios accidentes cardiovasculares (infartos, embolias, trombosis, derrames,…) y que sólo pueden usar la prevención para prevenir que las consecuencias de la enfermedad sean más graves.

Desde el punto de vista psicológico, no se trata de crear alarma sobre la enfermedad y lo que va a ocurrir, sino de que tanto el paciente como los familiares la conozcan, así como las consecuencias que va a tener a corto, medio y, sobre todo, largo plazo. Esto será fundamental para que puedan actuar de forma que se minimice el efecto que la enfermedad tiene en el paciente y su entorno.

En el caso de los pacientes cardiovasculares, nos vamos a ir encontrando con un progresivo deterioro psicológico, físico y mental, principalmente como consecuencia de las dificultades de riego sanguíneo a los tejidos corporales y, en especial, al cerebro. Cuanto mayor sea el número de accidentes cardiovasculares que ha sufrido una persona, mayor será el deterioro o el riesgo de que éste aparezca.

Síntomas:

– Problemas en el lenguaje: No encontrar la palabra, dar muchos rodeos, repetir una frase muchas veces,…

– Alteración en los movimientos y planificación: Movimientos estereotipados, enlentecimiento motor, dificultad al hacer tareas en las que antes no mostraba problemas,…

– Fallos en el reconocimiento de personas o lugares.

– Pérdida de memoria o capacidad de aprendizaje.

– Alteración de los ritmos circadianos: duerme de día y está despierto de noche.

– Estado de ánimo muy variable: Se enfada con mucha facilidad, llora o se ríe sin motivo,…

– Agresividad verbal o física.

– Ideas irracionales: «Me han robado el coche», «Quiero irme a mi casa»,…

– Alucinaciones visuales o auditivas.

– Alteración en la conducta: Deambulan por la casa, hacen cosas sin ningún motivo, se van de la casa, esconden cosas,…

Estos síntomas se relacionan con una enfermedad conocida como Demencia Vascular, que es aquella que afecta a este tipo de pacientes como consecuencia de la propia trayectoria de la enfermedad cardiovascular. Suele ser de inicio rápido y presentarse, en sus primeras etapas, de forma puntual, es decir, con episodios que pueden durar entre horas y semanas, tras el cual el paciente vuelve a un estado más o menos normalizado. Cabe señalar también que, en muchas ocasiones, suele confundirse en su diagnóstico con el Alzheimer, siendo el inicio y el curso de la enfermedad, que en el Alzheimer son más lentos e insidiosos, los factores que diferencian dichas enfermedades.

¿Qué hacer ante estos síntomas y cómo prevenir que vayan a más?

Lo primero que debemos tener en cuenta es que se puede prevenir su aparición (cuando nos encontramos ante el diagnóstico de la enfermedad), se pueden reducir la gravedad de los síntomas y se puede enseñar al paciente a convivir con ellos, para que le afecten lo menos posible y así tener una mejor calidad de vida.

Por supuesto, tal y como recomiendan los médicos especialistas, la dieta saludable (baja en grasas y sales), el ejercicio moderado y la toma de la medicación van a ser elementos clave.

En cuanto a los factores psicológicos, hay que incidir en los familiares en la paciencia. Las conductas no se presentan por voluntad del paciente, sino por fallos en su sistema. Va a ser fundamental mantenerlos activos durante el día con actividades simples que exijan atención y movimiento: dar un paseo por el barrio e ir nombrando sitios conocidos, hacer puzles, jugar a las cartas, hacer tareas cotidianas mientras se describe lo que se está haciendo y una gran cantidad de tareas relacionadas con nuestro día a día nos van a ayudar a entrenar esas funciones que se van perdiendo. La memoria, la motricidad fina y gruesa, la atención, los ciclos de sueño-vigilia,… van a verse mejorados con la realización de esta y otras actividades simples.

Lo fundamental va a ser el apoyo familiar. Son pacientes que necesitan mucho contacto físico y la cercanía, que actúan como ayuda para situarlos y calmarlos, así como para estabilizar los estados de ánimo.

La familia se convierte así en el mayor factor de protección frente al desarrollo de la enfermedad, ayudando a enlentecerlo.

El papel del psicólogo o, incluso mejor, del neuropsicólogo en esta enfermedad es fundamental, sirviendo de apoyo al núcleo familiar y proveyendo de un entrenamiento multifuncional que ayude a que la sintomatología se minimice, basado en programas de entrenamiento de la psicomotricidad y las habilidades mnemotécnicas.

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