Déjate llevar

Línea 2. Quique Fernández. III Premio Gavia Breve.

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El próximo tren llegará en un minuto.”

El mensaje luminoso de la estación de Cuatro Caminos anuncia el inicio de mi viaje. Inquieta y deseosa por subir al vagón, busco en mi bolso el libro de Quique Fernández, un joven malagueño que con tan sólo 24 años consigue llevarse el III premio Gavia breve otorgado por la editorial Haz Milagros. Se trata de un compendio de historias con un denominador común: La línea 2.

Me han pedido que lo lea y escriba una crítica, un comentario, una reseña, o como bien se prefiera denominar, y francamente no tengo ni idea de cómo hacerlo. Podría documentarme sobre ello, ahora con Internet ser ignorante es una elección, pero una voz interna me impulsa a dejarme llevar por mi instinto que no siempre me falla. Y aquí estoy, en el andén de la parada de inicio de la línea roja para precisamente eso, dejarme llevar. Quiero disfrutar del camino, mimetizarme con la novela de tal forma que me permita traspasar las barreras de lo posible, y codearme con los personajes de los veintiún capítulos que componen esta obra. ¡Quién sabe, quizá así, pueda ver a través de los ojos del autor!

Por fin entre las miles de cosas inservibles que llevo en el bolso, consigo dar con lo que buscaba. Vibra, salta, es escurridizo, se mueve inquieto, tanto que tengo que sujetarlo con ambas manos para que no caiga al suelo o peor aún, a las vías. El tren hace su entrada. Las puertas se abren y permito que bajen las escasas personas que frecuentan el suburbano a las once y media de la noche de un lunes. Todos los asientos están disponibles, pero yo ya lo tengo elegido desde antes. Me sitúo al fondo, al lado de la puerta que conecta un vagón con otro, ahí el traqueteo es intenso y su vaivén, me mece. Estoy lista.

Abro el libro, o mejor dicho él lo hace para mí, despidiendo una fragancia indefinida que ensancha las alas de mi nariz, facilitándome inspirar cada nota de olor. Cierro los ojos y el aroma se intensifica. Huele a geranios en flor, a gasolina recién echada, a bar de serrín y tragaperras, a papel de cartas y fotografías robadas, a incienso de iglesia y ángeles caídos, a vida y muerte; a cuento. Me sumerjo en un mar de esencias y navego por la línea 2,( la que ha sido la línea de mi vida y que tantas noches me ha llevado de vuelta a casa).

La voz metálica del vagón informa que estamos entrando en Alsacia, dos paradas más, y llegamos a final de trayecto. Las estaciones se suceden demasiado rápido, al igual que las páginas de este libro que me ha embrujado, que no me permite levantar ni una décima de segundo mis ojos de sus “malditas” hojas.

Despacio y temblorosa paso página para enfrentarme con el último capítulo, con el Cuentista Maldito. Ahora entiendo de dónde proviene el maleficio que me envuelve. Estoy inmersa en un halo de oscuridad que irradia ingenio, misterio, en donde resulta muy difícil adivinar que te espera al final del túnel. Punto y final del libro, y del trayecto, estoy entrado en las Rosas.

Respiro profundo y cierro el libro. Observo la portada y me sorprendo ante el extraordinario parecido que tengo con la mujer que se dibuja en ella. Sonrío de admiración ante Quique Fernández y su magia.

Me bajo del vagón con las ideas definidas de cómo proceder a elaborar un encargo del que me siento especialmente agradecida, pero sobre todo tengo una cosa muy clara. Mañana en cuanto amanezca, voy a elevar una protesta a la Comunidad de Madrid para alargar el recorrido de la línea 2, si es posible, hasta Málaga.

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