Death note, cuaderno de muerte

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Matar siendo invisible; uno de los más clásicos y oscuros sueños del ser humano. Si pudiese escribirse en un cuaderno el nombre de una persona que nos ha hecho mal, hundido para siempre, alguien que es un criminal de la peor calaña, el miserable que nos debe y no nos paga, y esa persona muriese automáticamente tras escribir su nombre en un Cuaderno de muerte, ¿quien se resistiría a no probarlo?

Sobre esa tesis el guionista Tsugumi Obha y el dibujante Takeshi Obata crearon entre diciembre de 2003 y mayo de 2006 una obra fascinante de más de 2400 páginas: Death Note. Las mil primeras son una obra maestra absoluta, un libro a la altura de Crimen y castigo de Dostoiewski.

Tigre tigre: hay pocas personas entre las que se consideran cultas y adultas que lean cómics, menos aún que lean manga.

Oí por primera vez hablar de El cuaderno de la muerte al Comandante Pacios durante una larga noche de conversación filosófica y literaria. Fue él quien me pasó en un lápiz de memoria (me gusta más llamarlo así que pendrive) con la primera parte de la serie que a partir del libro original se había hecho para televisión. Me costó decidirme a ver el anime. Dibujos animados. Manga. Pero si la recomendaba el Comandante…

Así que la vi. Conocí a Light Yagami y a los Shinigami, dioses de la muerte en Japón, y quedé fascinado por la historia. Veía los episodios en bloques de cinco o diez. Absolutamente enganchado.

Pero fue hace unas semanas cuando tuve entre mis manos el primer volumen de una edición magnífica, objeto de deseo con todos los cantos del libro pintados de negro, de la obra de Obha y Obata. La estaba leyendo Emili, el hijo de mi primo León. Un chaval de trece años, que suele venir a estudiar a mi cueva porque está cerca de su colegio y en mis dominios sabe se le permite siempre total libertad de movimientos.

-¿Puedo?

-Claro.

Le pedí que lo dejase en casa. Accedió. Lo íbamos leyendo los dos a a la vez. Cada uno dejando su marcador entre las páginas. Seis tomos. Dos mil cuatrocientas páginas largas.

A Emili se los prestaban sus compañeros. Y ambos los leíamos rápidos e intensos como balas.

Tigre tigre: apenas leo literatura seria en los últimos años. Ya leí mucha, demasiada. Me aburre el miedo con que se escribe en el momento actual. La autocensura. El miedo a decir cosas incorrectas. El deseo de vender un millón de ejemplares antes que el de limpiar el alma.

Recomiendo a cualquier persona de cualquier edad la lectura de Death Note. Ahora que los suecos se han atrevido a dar el Nobel a un cantante sería revolucionario, y justo, que en un futuro próximo se lo dieran a un creador de cómix, y mejor aún a un creador de manga, a un mangata.

Otro burbon, por favor.


 

CODA:

A fecha de hoy, y con los medios adecuados, es relativamente fácil matar a cualquiera escribiendo su nombre: no en una libreta, pero sí en un ordenador o esmarfon. Un dron con una aguja emponzoñada de veneno o un misilbala teledirigido.

Llevamos casi siempre encima nuestro teléfono con la localización activada.

Escribir el nombre.

Darle a entro.

Despega el dron.

Se espera.

Y al cabo de más o menos horas o minutos muere la persona odiada.

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