Donald J. Trump, el recién elegido presidente estadounidense, es un personaje grotesco, pero no es tonto. Y en el día posterior a su victoria electoral sobre Hillary Clinton, la candidata del Partido Demócrata, buena parte de los análisis vertidos en los medios de comunicación parecen venir a confesar el desconcierto por dicho triunfo diciendo: “¡cómo antes no lo vimos venir!”. Hay que reconocer que hubo voces que, con carácter de excepción, sí se atrevieron a pronosticar dicha victoria, destacando entre ellas la del cineasta Michael Moore, anticipando cinco argumentos sobre las causas del éxito electoral de Trump, o la del filósofo Slavoj Žižeck, siempre provocador, presentando como plausible la hipótesis de que en las elecciones presidenciales de EEUU ganara el candidato del Partido Republicano, aun teniendo en contra a buena parte de la dirigencia de su propia formación política.

A toro pasado, lo que cabe considerar como resultado electoral que encierra graves amenazas, se puede apreciar como fruto de un conjunto de circunstancias que el ya presidente electo supo catalizar para ponerlas a favor de su candidatura. Siendo un personaje no sólo excéntrico, sino repudiable por su insolente machismo, su descarado racismo y su patente xenofobia, Trump ha conseguido el apoyo de millones de estadounidenses. Siendo un candidato outsider de la política se ha impuesto a una cualificada profesional de la misma, como es el caso de la candidata Clinton. Cierto es, como ha sido subrayado, que es esa misma condición suya la que ha propiciado que las urnas arrojen un enorme caudal de votos a su favor justamente como protesta frente a una clase política –el denominado establishment de la política estadounidense– rechazada por muchos por ser oligarquía percibida en sus connivencias con los poderes económicos causantes de la crisis que millones de ciudadanas y ciudadanos soportan sobre sus espaldas como paganos de los despiadados procesos de una globalización que para ellos les ha supuesto empobrecimiento y precarización laboral, cuando no desempleo. Lo que Joseph E. Stiglitz llamó “el malestar en la globalización” es el sentimiento de verse humillados y excluidos que, convertido en resentimiento hacia quienes se ven como los gestores de un sistema que les castiga, se vuelca después en apoyo de quien se les ofrece demagógicamente como solución para todos sus males.

El porcentaje más alto de votantes a favor de Trump ha sido de varones blancos de clase obrera de zonas desindustrializadas, o trabajadores de un medio rural depauperado, lo cual sin duda aproxima sociológicamente el apoyo a este candidato misógino, racista e islamófobo, a pesar de todo ello, al apoyo que recibió el sí al Brexit en el Reino Unido. En ambos casos, la utilización del inmigrante como chivo expiatorio de los males padecidos ha sido palanca groseramente utilizada para recabar la adhesión a un planteamiento político excluyente y de un cariz regresivamente nacionalista, por más que un análisis crítico de sus consecuencias pueda mostrar los serios inconvenientes para los mismos que tan ciegamente lo apoyan. Pesa más la voluntad de castigo a través de un voto con apariencia de antisistema que la búsqueda de verdaderas alternativas para la transformación del sistema. Es ese resentimiento tan profundamente movilizado el que pasa por alto las declaraciones machistas de Trump o su cínica confesión en cuanto a su habilidad para no pagar impuestos. Quien es un personaje detestable por todos esos motivos se ve convertido así en héroe de la antipolítica.

la utilización del inmigrante como chivo expiatorio de los males padecidos ha sido palanca groseramente utilizada

En situaciones de crisis sociales graves, como en otros momentos de la historia ha ocurrido, esos sectores sociales especialmente dañados son proclives, a falta de otros cauces por los que canalizar su rabia, a caer bajo el encantamiento de líderes autoritarios con los que se identifican emocionalmente. Obreros en paro o miembros de una clase media precarizada se ponen en manos de un líder mediático desde actitudes de ese comportamiento servil que en sociedades de masas del pasado conducía a nutrir los partidos fascistas y ahora, en esta nueva fase de una capitalista sociedad del espectáculo, acaban en una suerte de movimiento social construido desde los escenarios televisivos, pero no por ello menos peligroso por las reacciones sociales y políticas que puede alentar. El componente racista juega al respecto un papel determinante en una sociedad como la estadounidense, de la cual ya hizo notar la filósofa Judith Butler que la misma presidencia de Obama había dado lugar, contrariamente a lo que podía esperarse, a que se activara el resurgir de un racismo opuesto a las más básicas exigencias de una digna convivencia democrática.

acaban en una suerte de movimiento social construido desde los escenarios televisivos

Con todo, habiendo tantos factores que concurren en lo que Trump significa y en cómo se ha fraguado su ascenso hasta la presidencia de los EEUU, es importante reparar en el modo como aglutina en torno a sí corrientes sociales, políticas y culturales de largo recorrido. La sorprendente victoria de un empresario millonario –interviniente en documentales de producción ideológica neoliberal como los de la serie sobre Gigantes de la industria, presentando a los grandes empresarios y banqueros norteamericanos como los auténticos constructores de la nación-, no surge de buenas a primeras sólo por una campaña electoral bien montada. Es verdad que ha contado a su favor con que Hillary Clinton, sin carisma y con un innegable lastre político, no ha podido representar esa verdadera alternativa política que las clases sociales castigadas por la crisis esperaban –quien del lado demócrata encarnó tal potencialidad política fue Bernie Sanders, pero ya se encargó el aparato de su partido de que no ganara las primarias en el mismo-, pero el tirón de Trump se gesta en un proceso de largo recorrido que viene de atrás.

no surge de buenas a primeras sólo por una campaña electoral bien montada

Recordemos lo que hace años supuso el Tea Party, condensando las tendencias más conservadoras de la sociedad estadounidense. Y pongamos sobre la mesa, a otro nivel, las tendencias ideológicas que confluyeron en planteamientos como los Samuel P. Huntington con su “choque de civilizaciones”. Hay que recordar que ese destacado sociólogo de Harvard no sólo aplicó su interesado y perverso pronóstico a los conflictos geopolíticos de un mundo globalizado, sino que los trasladó al interior de su propia sociedad. Huntington, con su pedigrí académico, respaldó la cerrazón de la comunidad blanca, de origen anglo, frente a otras comunidades respecto a las cuales propugnaba que mantuviera a salvo su supremacía. Eso no lo decía sólo respecto a los afroamericanos, sino que de manera vehemente lo hacía valer especialmente en relación a los latinos. Por ahí encontramos los antecedentes intelectuales de la xenofobia de Trump, de su rechazo hacia la inmigración hispana y de sus ofensivas palabras sobre los mexicanos.

Por todo ello, cuando en su primer discurso como candidato electo Trump apela al sueño americano nos convoca a la crítica hacia quien puede estar alentando una muy mala pesadilla que, certificando un final de época, desborda fronteras para ser transnacional. Los monstruos que desata son los mismos que jalean esa peligrosa cohorte de líderes igualmente xenófobos y regresivamente populistas que al otro lado del Atlántico celebran exultantes el triunfo de su homólogo americano, en esta Europa en trance de descomposición a manos de nacionalismos excluyentes, en la cual razones de sobra tenemos para mantenernos activamente en guardia cuando de nuevo –es obligado repetirlo- se puede estar incubando el huevo de la serpiente.

2 COMENTARIOS

  1. Muy buen artículo. Coincido en muchas cosas con usted

    «A fin de cuentas ¿Alguien en su sano juicio pensaba que la clase trabajadora iba a votar a un Clinton, después de que Bill Clinton prometiese ser su presidente y luego se echase en brazos de Wall Street? ¿De verdad que creían que con el descontento creciente de los demócratas con Obama iban a aceptar a alguien a quien hace ocho años ya juzgaron infumable?

    El voto antisistema, como digo, se lo han regalado a Trump. Descaradamente. Pero Trump ni es un loco ni es un antisistema. Trump es la versión mejorada del sueño neoliberal americano, ese sueño en el que el deseo individual está por encima de los derechos de la comunidad; en la que el verdadero voto no es el de la papeleta que se mete en la urna, sino la del dólar que se mete en el bolsillo; el sueño del macho alfa entrado en años que impone su ley, magistralmente representado por Clint Eastwood en Gran Torino.

    Donald Trump es la encarnación de ese imaginario. Es la manifestación palmaria de la mayor eficiencia de lo privado sobre lo público (incluso a la hora de hacerse con el poder) y de que el orden natural del mercado acaba al final imponiéndose al orden artificial de los políticos. En el fondo, Trump no es sino un intento grotesco, pero exitoso, de dar la vuelta a la tortilla mostrando que los ricos no son los que han destruido América sino los únicos que pueden salvarla.»

    Tomado de aquí http://unalatadegalletas.blogspot.com.es/2016/11/un-antisistema-en-la-casa-blanca.html

  2. lo que a mi me sorprende es que toer mundo aquí en españa, esté acojonado ante la llegada de trump y sin embargo los del psoe y ciudadanos les dan el gobierno a rajoy que no tiene nada que envidiarle a trump, es mas, lo supera en multitud de aspectos negativos.
    trump es un hombre de negocios, superrico y supongo queno va a hacer una politica quele empobrezca ni que le perjudique, sino todo lo contario. Los peligrosos son otros y aquí tenemos buena muestra y representacion de ellos. Nohay que irse a los usa, ni buscar un malo
    y mientras nos asustan con el que viene trump, que viene trump, no vemos a nuestro trump al cuadrado

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